Le llamaban Gallofo. Sutil mezcla de ‘gallo’ (debido a la cresta punk, el dandismo de cremalleras, los imperdibles en las camisetas, las uñas y los ojos esporádicamente pintados…) y de ‘gafe’ ("Soy tan gafe, tan gafe, que me senté en un pajar y me pinché con la aguja", decía en ocasiones, riéndose él solo, mientras movía, sin concierto alguno, las manos en abanico o tsunami). Gallofo era de los nostálgicos, de los que pensaban que los punks eran como las putas, que la gente siempre pagaba por tocarlos. Y su objetivo en la vida, era la pose, inmóvil, frente al viejo/nuevo McDonald’s de la Gran Vía (el de la esquina, el de siempre). No obstante, a veces sorprendía a propios y ajenos con frases del tipo:
-Lo punk es como el hipo, cuando menos te lo esperas, se te quita.
El público (quienes se paraban, transeúntes de camino al trabajo, estudiantes sin estudios…) no entendía nada y así se lo hacía saber:
-¿Qué es lo que dices, tron?
-Nada Que los pedos del punk apestan a anarquía.
Gallofo, decíamos, posaba. Ese era su oficio. Él solo, ahí, estatuario, frente a una imaginaria tienda dediscos que hubo antes de las hamburguesas, con todos los discos que no ha grabado en la cabeza, y aquellas preguntas que no hacía a nadie, poemas en mitad del desierto, frases que llevaba o traía el viento, mantras secretos que le revitalizaban los músculos al cambiar de posición, sí, o tirarse uno de esos cuescos que eran, según él, puro concepto. Las llamaba ‘Preguntas sin respuesta’ y así decían: "¿Cuándo meas, pestañeas?/ ¿Cagas duro, junto al muro?/ ¿En invierno, cagas tierno?/ ¿En otoño, por el coño?/ ¿En abril, cagas por mil?/ ¿Y en marzo, cagas cuarzo?/ ¿Tu madrina, cómo orina?/ ¿Haces caca en la petaca?/ ¿Cuándo cagas, te lo tragas?/ ¿Cuándo jiñas, qué ojo guiñas?/ ¿En agosto, meas mosto?/ ¿En enero, en el pandero?/ ¿En octubre, pees lumbre?".
Gallofo, rockero, punk, metalero, era experto en actividades que no parecían tener sentido. He ahí su extrema profesionalidad. Cuando pedía cigarrillos, a los maromos que por allí pasaban, a la hora de encenderlo, siempre sorprendía con una frase de esas de espita breve y lumbre tan larga:
-¡Nacer para perder, vivir para ganar!
-No soy rockero todo el día: paro para dormir.
El Gallofo se parecía a una puta de las vecinas de la Calle Montera: "La chupa en verano, la chupa en invierno" (jo, jo). Sus imperdibles eran cicatrices. De nombre se llamaba Javi y le gustaban los juegos de palabras con su onomástica:
-No es lo mismo, tron, el ‘heavy metal’ que el Javi Te La Meta.
Gallofo aseguraba no pensar más que los animales (“Los hay muy listos –añadía- como mi periquito. Si se queda colgado del alpiste, se la pone dura, y canta como Morrison"). Gallofo aseguraba comer cadenas y cagar metal. La música (el rock, el pop, el punk, etc), decía, sólo es un poquito de tralalá, con algo de tralarí y mucho lalalá. El hechizo estaba así servido: su cocina, aparentemente simple, estaba repleta de intríngulis. Dijo lo mismo que los Goncourt de las novelas: "La literatura es una facilidad innata y una dificultad adquirida". Brillante, alucinógeno, aunque fatal de la olla…
Lo más gracioso: la Muerte, con mayúsculas, que él equiparaba con la Boda. Cómo no recordar aquellas letrillas suyas tan juguetonas y didácticas para contrayentes de toda laya o condición, a veces, pancarta incluso, en festividades familiares y fiestas de mucho guardar con primos, primas, hermanos, tías: "Te casaste, te enterraste:/ ¿no te lo decía yo?/ El que se casa se entierra,/ como a mí me sucedió".
Su sueño era hacer un show con los pantalones rotos y que se le viese mucho el culo:
-Pintarme, para mí, es la mitad de ser moderno.
Curioso dandy de extrarradio
El Gallofo, una mezcla entre ‘gallo’ y ‘gafe’, un nostálgico de los que pensaban que los punks eran como las putas, que la gente siempre pagaba por tocarlos. Y su objetivo en la vida era la pose, inmóvil, frente al viejo/nuevo McDonald’s de Gran Vía
03/08/2016
Actualizado a
13/09/2019

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