Este recinto de arena, construido en 1829, acogía inicialmente circo y eventos deportivos, sobre todo de ‘pallone col bracciale’, un antiguo juego de pelota (antecesor del voleibol, como el balón al puño francés). De estilo neoclásico y estructura semicircular, tiene capacidad para más de 3.000 personas, y desde 1920 se volcó en la ópera, aprovechando su excepcional acústica y un escenario de 40 metros de ancho. El conde Pier Alberto Conti se lo dedicó a su segunda esposa, la soprano Francisca Solari, que protagonizó ‘Aida’ en la función inaugural.
Este famoso teatro al aire libre acoge, como no podía ser de otra manera, un certamen de verano, el Festival Sferisterio. Su repertorio abarca los títulos más populares de Italia, entre los cuales siempre estará ‘Il trovatore’. El dramón de capa y espada de Verdi, de 1853, dio comienzo a su madurez junto con ‘La traviata’. Los aficionados lo adoran por sus gloriosas melodías, aunque no por su libreto, tan inverosímil y extremo que lo parodiaron los hermanos Marx.

Cines Van Gogh proyectará este jueves a las 20:00 horas esta grabación de un montaje que, después de Macerata, visitaría el Teatro Real de Madrid y Los Ángeles. Negrín (1963), admirador de Pierre Boulez, comenzó su andadura en 1990 de la mejor manera posible, con un aclamado ‘Werther’ en Niza. En 2019, se encargó de la ceremonia inaugural de los Juegos Panamericanos en Lima. Para ‘Il trovatore’, en cambio, prefirió una escala más pequeña y creíble. Su enfoque subraya el aspecto fantasmal de la historia, la obsesión con «un pasado que nos quema y nos impide vivir el presente».
El deseo de muerte es el motor de esta trama, más que el trío amoroso o el contexto histórico (una guerra civil por la corona de Aragón en el siglo XV). La gitana Azucena busca vengar el asesinato de su madre a manos de la familia Luna. Era el personaje favorito de Verdi, que tituló inicialmente ‘La Zingara’ su adaptación de ‘El trovador’, drama del gaditano Antonio García Gutiérrez. La partitura contiene un sinfín de melodías inolvidables: el coro de los gitanos en la fragua, las sombrías y sensuales danzas de la mezzosoprano, la enérgica cabaletta del tenor… «Un permanente estímulo musical que te hace atender todo el tiempo, por el contraste entre dos mundos opuestos, el amoroso y el heroico», elogiaba el tenor Walter Fraccaro. De las voces exige una exhibición: agilidad, registro, potencia, delicadeza.
Por su correspondencia, sabemos que el genio de Busseto pretendía un desarrollo continuo, «de una sola pieza». Pero el escritor Salvatore Cammarano, anclado al bel canto (había firmado ‘Lucia di Lammermoor’, de Donizetti), hizo lo contrario. Su estructura respeta la tradición de números cerrados. Aun así, la música siempre va al grano, con un ritmo urgente, reflejo de la vida del compositor. Hipnotiza por su atmósfera nocturna, intrigante, como la de ‘Macbeth’; por su uso del coro y por la caracterización de los personajes. Todo esto confluye en el acto IV, cuando el fúnebre ‘Miserere’ compagina cuatro planos: el canto exasperado de Leonora fuera del calabozo, la dulzura de Manrico en el interior, el siniestro coro y el toque de campanas, como golpes del destino. Un prodigio de imaginación sonora y escénica.