Ciudad y memoria

Bruno Marcos comenta la reciente publicación del libro 'Azucarera Santa Elvira' con motivo de la celebración de una mesa redonda sobre ese edificio que tiene lugar en la Fundación Sierra Pambley

15/11/2023
 Actualizado a 15/11/2023
Vista aérea de la Azucarera de Santa Elvira hace 50 años. | MARCIANO SONORO
Vista aérea de la Azucarera de Santa Elvira hace 50 años. | MARCIANO SONORO

Parece algo ya tristemente consolidado que sean las pequeñas iniciativas privadas las que se ocupen de la cultura y la memoria de la ciudad frente a instituciones que duermen bajo siglas cada vez más vacías de sentido. Hace poco lo señalábamos respecto a la Historia del Arte en León, un gran trabajo de más de setecientas páginas realizado por la editorial Eolas, y ahora lo corroboramos con la reciente publicación sobre la antigua Azucarera Santa Elvira que ha elaborado Cony Salomón y que edita Marciano Sonoro desde San Román de la Vega

Se trata de un interesante libro que reúne recuerdos personales, fotografías históricas, documentos gráficos y el resumen, perfectamente ordenado cronológicamente, de lo que la implantación y desarrollo de esa industria en León supuso desde 1933 hasta su cierre definitivo en 1992.

Fundada después del cierre de la fábrica de La Rasa en Soria, desde donde se trasladaron máquinas y familias enteras de operarios, la instalación de León ocupó más de veinte hectáreas y a lo largo de sus seis décadas de vida hicieron azúcar en ella miles de trabajadores llegando a tener una plantilla de más de dos centenares de empleados. Además, su prolongada presencia configuró un populoso barrio, así como una memoria social y emocional para varias generaciones.

En el presente libro se indica que, para el cierre de la gran fábrica, a los motivos empresariales propios del mercado del azúcar se unieron otros de índole urbanística que no se cumplieron dejando desértica toda esa zona de la ciudad. El imponente esqueleto abandonado de la azucarera enseguida excitó la imaginación y, finalmente, cuajó la idea de crear allí un palacio de congresos y un recinto ferial.

El proyecto del arquitecto Dominique Perrault deslumbró todas las expectativas en 2009, siendo incluso exhibido en el Centro Pompidou de París, justo después de la euforia de los años noventa y en las puertas mismas de la gran crisis global de la economía que sobrevendría en aquellos años. 

El resultado lo conocemos, se hizo más visible no hace mucho, cuando la población se vio obligada a hacer largas colas de espera para recibir la vacuna del covid en el Palacio de Exposiciones, única obra que se había materializado más de una década después. Cuando los ciudadanos, tras ser inyectados, salíamos por las puertas de atrás de la vanguardista nave acristalada encontrábamos unos pocos muros huérfanos de la antigua fachada con un aparatoso andamiaje, los restos de una ruina desprovista de identidad y sin futuro. Apenas nada.

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