En un lugar privilegiado, cerca de la ermita de Corona, permanece la larga empalizada que se adentra en el monte para conducir hasta ella al lobo; una vez dentro lo van azuzando para seguir descendiendo hombres protegidos en sus escondites y encaminar al animal hasta un final más estrecho que desemboca en el foso. Un trabajo comunal en el que debían colaborar «todos los varones de entre 16 y 65 años», con una organización perfectamente reglada en las ordenanzas.

Contemplan estas ordenanzas todos los pasos a dar y los participantes en las mismas, divididos en diversos ocupaciones según la distribución de los puestos para cazar al lobo. Así encontramos al montero mayor, que era en razón de su cargo el alcalde de Posada de Valdeón, eso sí «siempre que residiera en Posada, si residía en algún otro pueblo del Real Concejo pasaba a ocupar su cargo el concejal de más rango que residiera en la capital del Real Concejo, Posada». Este honor tenía una contraprestación, una exigencia, la de ser un vecino «de reconocida honradez y buenas condiciones físicas».
A las órdenes del montero mayor acudían los 18 monteros, de todo el valle: «Dos de Cordiñanes, tres de Los Llanos, 3 de Prada, cuatro de Soto, tres de Caldevilla y los tres restantes de Posada de Valdeón».
Otro papel importante lo desempeñaban los choceros, que eran los que se escondían camuflados en esas pequeñas construcciones de madera ubicadas en el centro de la empalizada, camuflando al chocero, cuya función era evitar que el lobo se diera la vuelta una vez superado su escondite y azuzarlo monte abajo camino del foso final. Para realizar esta función iban ‘armados’ con chuzos, una especie de lanzas con las que se defendíany hacían huir al lobo.Para los tres últimos puestos eran seleccionados los hombres más fuertes del valle.
Los choceros eran 34, en este caso dos de Cordiñanes, cuatro de Los Llanos, cinco de Posada, seis de Prada, once de Soto y seis de Caldevilla».
También contemplaban las ordenanzas la posibilidad dela huida del lobo, que debían impedir los montañeros, que eran 17, y también era función suya cubrir con ramas la boca del chorco (el foso) para que el lobo ‘no sospechara’ la existencia de la trampa detrás del hueco que debía ver como de huida hacia adelante.
Y, finalmente, había otros dos curiosos personajes, los espías, que avisaban al montero de aquellos que no cumplían con su tarea. Una última misión de cada pueblo, excepto Cordiñanes, era la de criar y cuidar un buen mastín para perseguir al lobo.
Cuatro siglos son muchos pero la batalla sigue, aunque desde las primeras décadas del siglo XX el chorco de Corona no caza, es un reclamo turístico que quiere ser declarado BIC.