De carteros, paisajes, música y palabras

Pedregal es el lugar escogido para el broche final de este serial, una pequeña población de Las Omañas que acoge la Antigua Casa del Cartero, contada por Gelines del Blanco Tejerina

Mercedes G. Rojo
12/09/2023
 Actualizado a 12/09/2023
Gelines del Blanco Tejerina.
Gelines del Blanco Tejerina.

Durante este recorrido veraniego por rincones escondidos o no de nuestra provincia, pero al menos sí especiales, nuestros pasos y la mirada de nuestras autoras colaboradoras nos han llevado una u otra vez a tierras norteñas, la cara sur de ese espacio que parece mirarnos y mimarnos desde las cercanas cumbres de los Picos de Europa, en un recorrido en el que se entrelazan corrientes fluviales llenas de vida, de magia y... de historias. Tierras de Omaña, de Luna,... ribera del Órbigo en su cauce alto, antes de descender hacia la llanura y el Páramo o de seguir ruta hacia la derecha en busca de las tierras bercianas. El caso es que, sin habérnoslo propuesto, las circunstancias han hecho que hayamos trazado en torno a sus pasos un recorrido casi circular que, acercándonos al final nos llevó el pasado martes bajo la sombra de Peñacorada y en torno a una de nuestras manifestaciones más populares como son las romerías. Pues bien, hoy queremos cerrar ese recorrido, un poco más abajo, en un lugar lleno de connotaciones literarias (ya entenderán ustedes por qué), de la mano de un acto en el que música y letras se han conjurado para dar el adiós (al menos por este año, en el futuro ya se verá) a unos recorridos que tienen mucho de viaje, pero viaje marcado también por la literatura a partir de las aportaciones de nuestras magníficas compañeras de ruta, las once autoras leonesas que nos han acompañado durante estas once semanas, ofreciéndonos una visión particular de los rincones favoritos de esta tierra que tan a menudo las inspiran en su obra. Llegamos tarde a ese encuentro que ya tuvo lugar el pasado julio, pero no estará de más apuntarlo en nuestras agendas para años venideros.

El lugar escogido para este broche final no es otro que Pedregal, una pequeña población que acoge el sugerente espacio que hoy protagoniza nuestro encuentro y que no es otro que la Antigua Casa del Cartero, de la que aún no voy a desvelar nada porque de ello será responsable la encargada de este viaje de hoy y que no es otra que Gelines Del Blanco Tejerina. ¿Les trae connotaciones o no el nombre del lugar? Aunque yo aún no les cuente nada del mismo si trataré de hacerles un somero acercamiento a la localidad que lo encierra. 

Pedregal está situado en el municipio de Las Omañas, municipio que –aún cuando su nombre y su situación (en la margen izquierda del río del mismo nombre) nos sitúa en la vecina comarca de Omaña, por la que ya hemos transitado este verano y a la cual se ha asociado durante mucho tiempo- pertenece realmente a la Ribera del Órbigo, un poco por encima de otros lugares ya visitados este mismo 2023, y al que podemos llegar, por ejemplo, continuando hacia arriba la carretera que en su día nos llevó a la localidad de Azadón. El lugar se encuentra un poco más arriba de aquel en el que los ríos Omaña y Luna se unen para dar inicio al Órbigo, pero ya dentro de lo que se considera oficialmente ribera de este. De lo que significa la Ribera del Órbigo en el panorama general de nuestra provincia ya hablamos en su día, así que no vamos a hacer más hincapié en ello, pero sí nos acercaremos a algunos de los elementos histórico patrimoniales que podemos encontrar en este entorno y que contribuyen a la riqueza paisajística de la que aquí podemos disfrutar. Compartiendo territorio con las localidades de Mataluenga, San Martín de la Falamosa y Santiago del Molinillo, que también forman parte del municipio, en sus alrededores podemos encontrarnos restos del paso de los romanos por estas tierras, que dejaron su huella en la zona conocida como Miédolas, Miédulas o Médulas, una explotación a cielo abierto en la que podemos encontrar sistemas de extracción por arado en peines (o surcos) o explotaciones en zanja –canal, aunque se sabe que con anterioridad a ellos ya los pueblos astures habían explotado este yacimiento, eso sí, bateando sus depósitos fluviales. Y a partir de ahí siglos de historia que han ido dejando su impronta en las casas solariegas de una comarca que da cobijo a sus gentes entre piedra y madera, en elementos de arquitectura tradicional que han conseguido restaurarse como el ‘pozo de Pedregal’, en los restos de algún que otro castillo que nos habla de reyes pasados y de luchas históricas, de elementos artísticos que desde el románico al barroco (por lo menos) nos muestran la huella del alcance de la iglesia y la devoción también en estas tierras. En fin, lugares donde el tiempo parece haberse detenido y donde, en las quietas tardes otoñales que ya se nos aproximan, podremos percibir sin duda el siseo de la Historia hablándonos al oído.

Y muy próximas a estos lugares, pudiera decirse que casi a tiro de piedra, las tierras de Ordás, en dirección a Rioseco de Tapia, también cargadas de historia y de paisajes. Pero estas las dejamos para futuras ocasiones, si es que el destino así lo quiere. 

MERCE4
El Patio de la Casa del Cartero. 

La protagonista del recorrido

Y tras hablar de las tierras que hoy vamos a conocer, le toca el turno a la mujer que ha querido ponerlas en nuestro conocimiento. Es Gelines del Blanco Tejerina (Las Muñecas. León, 1961), la «gemelar» (como ellas se definen) de nuestra protagonista de la pasada entrega. Como en su caso (otra circunstancia más que las une) me ha pedido brevedad y cautela en su presentación, una presentación que también en otros proyectos en los que coincidimos es cada vez más concisa, hasta el punto de llegar a decir de sí misma: «A veces escribo historias, otras me escriben ellas», simplemente. Pero sin querer romper la promesa dada, quiero apuntar –entresacado también de uno de esos proyectos de «arqueología literaria» como ella le llama, que coordino cada año, desde 2018, como ‘Homenaje de escritoras leonesas’, para recuperar a las mujeres que anduvieron por nuestro pasado prácticamente inmersas hoy en el olvido- lo que nos contaba acerca de su persona: 

«Siempre me gustó leer, pero hace cinco años (es 2021 cuando nos lo cuenta), cuando la vida laboral se detuvo y andaba en busca de aficiones prejubilares, me matriculé en un curso de escritura creativa (...) Allí me sembraron la afición a la escritura y de forma inesperada me creció un cuento, luego otro, y sin darme cuenta la cosecha de letras se propagó y ya no he podido ni querido controlarlas. Ahora que está prohibido usar el tacto (aún estábamos en época de Covid), escribo para abrazar y besar, para pintar lo que escucho y veo, a través de las palabras».

Pero hay cosas que son imposibles que te enseñen en un curso. Sé a ciencia cierta que sus comienzos a nivel de escritura (porque así me lo ha contado en más de una ocasión), comenzaron a través del género epistolar que tanto le sirvió en su momento. Y sí, solo años más tarde se tomó en serio eso de escribir. Y como acicate comenzó a participar en concursos literarios, muchos de los cuales ganó; y en proyectos corales como los homenajes literarios mencionados a cuya cita siempre es fiel, y otros muchos en cuyas antologías aparece.

Ahora solo falta que los vaya reuniendo en una publicación propia y nos los ofrezca a modo de ramillete literario; no porque lo necesite para su reconociendo como la escritora avezada que ya es, sino –principalmente- porque a quienes disfrutamos con su lectura nos gustaría tener en las manos un solo ejemplar al que acudir cuando necesitamos relatos que, como los suyos, nos sanen el alma al tiempo que consiguen hacernos escocer las heridas que todos llevamos dentro. Y para muestra, el texto que hoy nos deja para cerrar esta serie. 

Fado con remite

«El pasado mes de julio tuve el placer de viajar a Pedregal, municipio de Las Omañas, para disfrutar de un encuentro musical y literario. Ese día entendí que no es necesario haber nacido, ni siquiera estar muy ligada a un lugar para que la memoria te devuelva a él una y otra vez. No voy a describir a estas alturas la inmensa belleza de la región de Las Omañas, ni el acogedor pueblo de Pedregal donde se celebró la velada, sino que me apetece compartir el fin de trayecto, lo concreto, la magia vivida de puertas adentro en la Antigua Casa del Cartero, cuyo nombre ya dispara la imaginación y da pistas de la enjundia que encierra el lugar.

MERCE2
Escenario con los instrumentos preparados. 

Llegamos al pueblo con el sol casi rendido, pero hizo un último esfuerzo para mostrarnos tenuemente la casa que un tiempo acogiera misivas esperando ser leídas, y donde hoy viven instrumentos de cuerda, pulso y púa. Carmen Brañanova, profesora de música y actual propietaria de la vivienda, lleva el mar Cantábrico en las raíces, caracolas en el pelo y melodías en los dedos. Por décimo año consecutivo abrió las puertas de su hogar para celebrar el Festival de Música, Velas y Poesía, aunque este año los versos mutaron en prosa. El portón de acceso, pintado de azul, azul nostalgia marina, conduce a una joya de arquitectura tradicional leonesa recuperada con mimo de orfebre, paredes de piedra impregnadas de fados y madera rescatada de la carcoma. Lo que un día fuera corral poblado de animales, hoy es un patio de piedra suelta, blanca, simulando arena bordeada por un empedrado oscuro evocando la costa. Sobrevuela el patio un corredor de barrotes, también azules, sostenido por soportales que en su origen fueron cuadras. La anfitriona, con una sonrisa inmensa donde cabía un aforo ilimitado, recibía a los asistentes al tiempo que ultimaba los detalles del evento que ya es considerado cita cultural, estival y sensorial. 

El atardecer mutó en noche sobre Pedregal, en el patio crecieron sillas, en los árboles y vigas se encendieron velas. Sobre una tarima, descansaban los instrumentos de cuerda esperando la caricia de Carmen y el acompañamiento de la guitarra de Diego. Una atmósfera tejida a mano envolvió al público, notas de bossa nova, fados con remite que viajaron hasta el río Omaña para ceñirse con el Luna, y en el abrazo de un bolero crearon el Órbigo. La música dio paso a las letras de Laly, prosa poética aderezada de laúd que arrancó el aplauso necesario para caldear el ambiente ya fresco de los atardeceres leoneses. 

No se sabe si el frío llegó de Mataluenga o por el sendero de las Miédolas, pero nos encontró con la chaqueta cubriendo hombros, sopas de ajo templando el cuerpo y una amigable conversación masajeando almas. Esa noche, bajo las estrellas, en la antigua Casa del Cartero de Pedregal se fusionaron declaraciones de amor de antiguas cartas, con rasgueos de guitarras, rabeles y mandolinas, una gaviota hecha prosa que sonó a un vuelve pronto... 

Saciado cuerpo y alma, se cerró el portón, cada piedra volvió a su siglo, cada instrumento a su estuche, cada nota a su cuerda y un trocito de cada asistente quedó prendido en aquel lugar. Fin de un viaje hacia el interior de una comarca, un pueblo, un patio, uno mismo… que habrá que repetir porque, una mujer ya afina la cuerda del otoño que tirará del invierno, y otra primavera vestirá el patio para que en julio se abran las puertas del mar y nos empape otra oleada de velas, letras y acordes musicales».

Y ahora ya sí, con esta poética despedida tejida en forma de renglones en los que se pueden percibir las notas musicales que llenaron de acordes un lugar lleno de historia, de presente y esperemos que de futuro, despedimos estos recorridos veraniegos por nuestra hermosa y variada comarca leonesa realizados con la complicidad de «otras miradas», porque no hay nada más sugerente que conocer los lugares de la mano de aquellas personas que los aman profundamente y que a diario se inspiran en ellos. Nos encontramos en los caminos. También en los de las letras. 

Lo más leído