Carlos Acosta hace bailar a Don Quijote

El coreógrafo cubano adapta para el Royal Ballet la obra maestra de Marius Petipa, basada en un episodio de la novela de Cervantes. Este martes llega en directo a Cines Van Gogh

Javier Heras
19/02/2019
 Actualizado a 17/09/2019
Alexander Campbell y Akane Takada en un ensayo del ballet 'Don Quijote'.
Alexander Campbell y Akane Takada en un ensayo del ballet 'Don Quijote'.
Pocos ballets están más ligados a España que ‘Don Quijote’. No importa que lo crease un coreógrafo ruso por encargo del teatro Bolshói: Marius Petipa, marsellés de nacimiento, vivió en nuestro país durante cuatro años y se atrevió a impregnar su estilo académico de guiños a danzas como la seguidilla. Por si fuera poco, esta producción del Royal Ballet la firma el cubano Carlos Acosta (1973), quien incorpora a un conjunto flamenco, con guitarras en directo sobre las tablas. Cines Van Gogh lo retransmite en directo desde Londres este martes  a partir de las 20:15 horas.

De actualidad por la película ‘Yuli’, de Icíar Bollaín (‘Te doy mis ojos’), Acosta continúa trabajando como coreógrafo con la compañía en la que militó como bailarín durante veinte años. ‘Don Quijote’, estrenado en 2013, fue su primer ballet de larga duración. Como se deduce del título, adapta la inmortal novela de Cervantes (1605). Evidentemente, no podía condensar sus casi 1.000 páginas, así que se centra en un solo episodio, las ‘Bodas de Camacho’, desarrollado entre los capítulos XIX, XX y XXI del segundo libro. En él, Alonso Quijano y su fiel escudero conocen a dos jóvenes enamorados, el barbero Basilio y la labradora Quiteria (renombrada Kitri en el ballet). Sin embargo, la familia de ella entrega su mano al acaudalado Camacho (aquí, Gamache). Hasta que el caballero de la triste figura, defensor de la justicia, desface el entuerto.

Los orígenes de esta obra se remontan a 1869. Petipa, legendario colaborador de Chaikovski, consolidó los pilares de la escuela clásica, que combina la narración de una historia completa –a menudo costumbrista– con el despliegue de virtuosismo físico, patente en los solos de bravura del final del Acto I y en el grand pas de deux del desenlace, repleto de piruetas, giros y saltos. Los personajes se diferencian por su movimiento: la belleza y frescura de la joven frente a la pomposidad de Gamache.

Como en otros de sus ballets, el argumento se desarrolla en la primera mitad, mientras que la segunda se concentra en la pura danza, con variaciones y «divertissements». Destacan los conjuntos femeninos, como la escena blanca del segundo acto. En ella, Don Quijote sueña con un jardín mágico poblado de Dríades, ninfas mitológicas. El corps de bailarinas, en puntas y vestidas con tutús blancos románticos, se mueven sincronizadas como una sola. El referente inmediato es el acto fantasmagórico de ‘Giselle’, y más tarde Petipa lo reproduciría en ‘El lago de los cisnes’.

Por otro lado, ‘Don Quijote’ supuso la eclosión musical de Ludwig Minkus (1826-1917), compositor austriaco que se había mudado a San Petersburgo en 1853. Antes de coronarse con una veintena de títulos, entre ellos ‘La bayadera’ o ‘Roxana’, elaboró una partitura ligera, vistosa, tierna, llena de sabor mediterráneo en el uso de ritmos del fandango o la habanera, de instrumentos como las castañuelas y la pandereta y de mordentes propios del flamenco. Se adaptó a las exigencias narrativas con piezas breves, rítmicas, pegadizas, fácilmente comprensibles para el público.

El estreno en Moscú, el 26 de diciembre de 1869, fue un gran éxito. Hoy perdura aquel esquema, aunque con las modificaciones que introdujo Alexander Gorsky en 1900, como el icónico solo de Kitri con el abanico y el ‘Grand pas des toréadors’: un conjunto masculino, de toreros, préstamo del ballet ‘Zoraida’, de 1881.

‘Don Quijote’ tardó casi un siglo en traspasar las fronteras de Rusia. Lo hizo con cuentagotas, en montajes de Anna Pavlova en 1924, Ninette de Valois en 1950, Nureyev en 1966 o Baryshnikov en 1978. Hasta que en Londres Carlos Acosta –que había bailado a Basilio decenas de veces– creó su propia versión. «No quería una pieza de museo, sino algo fresco», explicaba. Su coreografía suaviza el manierismo, potencia el lado cómico y aporta un naturalismo contemporáneo, especialmente en la taberna, en la que se baila sobre las mesas al ritmo de palmas, taconeos y olés. La crítica ha ensalzado su veracidad y alegría contagiosa, así como los decorados del galardonado Tim Hatley. En el elenco, el australiano Alexander Campbell y la elegante japonesa Akane Takada, Prix de Lausanne. En 2014 deslumbró al mundo cuando sustituyó de urgencia a la rusa Natalia Osipova, lesionada en el primer acto.
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