En uno de esos temas intimistas David asegura una vez tras otra que todo ha sido nada: lo visto, lo oído, lo leído, lo aprendido, lo vivido, lo pensado… Lo ilustran una serie de imágenes enigmáticas que acompañan la canción en el vídeo, imágenes viejas, mudas, en blanco y negro, de la vanguardia de la tecnología o la ciencia o el arte… radiaciones, inventos, ondas, cine abstracto, escenas de novedades apolilladas que demuestran que toda ilusión, efectivamente, es nada. No se trata exactamente de nihilismo filosófico sino de cierta melancolía, de nostalgia anticipada, de percepción del paso del tiempo; no es que Dios haya muerto en el mundo contemporáneo y entonces todo carezca de sentido sino que el entusiasmo también muere, que las cosas que nos parecieron importantes son inmateriales y desaparecen; o tal vez sí sea nihilismo porque, después de esa nostalgia, se desvanece lo que no existe para entregarnos a la vida desnuda.

Las canciones tristes de David Loss son cápsulas de algunas patologías de la subjetividad actual, del solipsismo que conduce a una irremediable soledad, a una identidad de constante desarraigo, a una mirada de desplazado y a una ya imposible automitificación: «mis sueños no son más que una enfermedad», «piensas entretenido que eres alguien especial / que aquí no perteneces y que tienes que escapar / una fuga perpetua / una estúpida tragedia».
No en vano en estas canciones se oye la voz del intérprete como más lejos de la cuenta, como les pasaba a las enormes estrellas melancólicas del jazz Bessie Smith o Billie Holiday, como si el cantante estuviera allá al fondo de la música, en un rincón de su tristeza.