Cabreirés, ruso, rojo, leyenda de irreductible

Antonio Bayo es quien está detrás de la vida de Antonio ‘El Ruso’ o ‘El Rojo’ que Ramiro Pinilla convirtió en novela. Hay controversia sobre su vida ‘real’, pero es imposible evitar que se convierta en una leyenda

Fulgencio Fernández
30/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
El escritor vasco Ramiro Pinilla fue quien llevó la vida de Antonio Bayo a la novela
El escritor vasco Ramiro Pinilla fue quien llevó la vida de Antonio Bayo a la novela
Las leyendas crecen y se convierten en imparables. Son leyendas. Calan entre la gente y lo que acaba interesando es la leyenda, que también se alimenta de polémica, pero una controversia que jamás las destruye más bien las alimentan.

Un caso evidente de leyenda sobre controversia sería el de un cabreirés de La Baña, Antonio Bayo, bautizado como Antonio B. (se dice, más leyenda, que no quiso utilizar el Bayo pues era el padre de un tristemente famoso guardia civil, Felipe Bayo, el del caso Lasa y Zabala, después de una vida enfrentándose a la guardia civil).
Quien lo bautizó así fue Ramiro Pinilla, el recordado escritor vasco (premio Nacional de Literatura) Ramiro Pinilla, que conoció a Bayo, le contó su vida y el novelista afirmó: «Una vida así no puede quedar sin contar». Y no quedó pues escribió cerca de 700 páginas sobre ella.

Cuenta que perdió dos dedos, estaba escondido y casi le detienen pues la casa olía a carne podridaQuienes todavía conocieron a Antonio Bayo (falleció en 1984 pero hacía mucho que marchó de Cabrera) coincidían en una cosa: llevó una vida realmente dura. Marzán, de Pombriego, comentaba: «Se cuenta que le hicieron de todo, a él, a su madre, pero se defendía como gato panza arriba, que no era cualquier cosa ni se dejaba avasallar». Para otro muchos vecinos la mejor versión es la leyenda.

No es el caso del cura Manuel Garrido, un gran conocedor de Cabrera, donde estuvo décadas y fue un hombre muy comprometido con aquella tierra. Se recuerda de él que llegó a ser detenido en 1982 junto a otro sacerdote: «Han sido acusados, junto con un guardabosques, de sustraer diversos enseres -camas y mantas, fundamentalmente- de una estación de esquí abandonada para repartirlos entre familias de la comarca de La Cabrera, una de las áreas más aisladas y deprimidas de todo el país», decía  El País, algo que habla de su compromiso con las gentes de esta tierra.

Bayo y Pinilla se utilizaron y se hicieron trampa. El cabreirés engordó el relato y al otro le venía bienPues la versión de Garrido sobre la vida Bayo, publicada en el libro ‘Escrito en Cabrera’ es otra: «A mediados de los años 70, cuando se conocieron, Antonio Bayo y Ramiro Pinilla se utilizaron mutuamente y se hicieron trampa. El cabreirés engordó el relato de sus andanzas con fechorías e historias inventadas (relación con Girón, accidente en la mano) y el vasco le ocultó su intención, que no era escribir una simple biografía, como aquel esperaba y para eso le había contado su vida, sino ilustrar con ella una tesis. Así, Antonio hizo muchas fechorías, pero más aún le contó a Pinilla; si a eso le añadimos lo que este puso de su propia cosecha, habremos alcanzado las 685 páginas, divididas en dos tomos, de la primera edición de la novela, necesarias al parecer para ilustrar lo que ‘quería reflejar’: «un hombre aplastado por las instituciones, la Iglesia, policía, jueces» (palabras textuales de Pinilla).

Es cierto que el relato que hace Bayo es espeluznante, el del hijo de «una familia pobre, muy pobre, y en tiempos de hambre y miseria, en la dura posguerra española, y leonesa, y de Cabrera».

Parte de la rebeldía nace de ver cómo sufre vejaciones su madre o el pasaje de sus manos después de perder dos dedos, del que habla Garrido: «Me quito los trapos de las manos para agarrarme mejor y luego poder ahogar a algún guardia. ¿Qué me pasa en las manos? ¡Mis dedos! ¿Cómo voy a ahogar a nadie sin mis dedos?» y habla de cómo la necrosis avanza hasta el punto de que estuvo a punto de ser detenido por la guardia civil pues la casa ya olía a carne muerta. Habla entonces de la dureza de su madre, vejada y golpeada con frecuencia para que diga dónde está su hijo. Ante el inmenso dolor que sufre le dice:«Yo me largo de aquí, madre. Me estoy muriendo y no quiero morirme como un perro. Me presentaré a los guardias y que ellos me lleven al médico. Si no me puede salvar las manos al menos me salvará la vida. A ver cuando me quita más gusanos, que me pican».

- Eso se piensa antes, hijo. Has elegido esta vida y tienes que arrear con ella ¿Por qué no bajas a quejarte a tu madre cuando comes en el monte corzos y codornices? Hay que estar a las duras y a las maduras. ¡Y dichoso tú!, porque yo sólo estoy a las duras.

Y se va al monte pues, asegura, «me siento seguro en mi cueva. Su boca, tapada de zarzales, es invisible para todo el mundo menos para mí. Los guardias no me agarrarán nunca».

Pero sí le agarraron. Y le cuenta a Pinilla que le dijeron: «Te vamos a degollar vivo Rojo».

Estuvo años en la cárcel. Y a la salida encontró a Pinilla, en el País Vasco. Garrido no es benévolo con la novela:«En el relleno sobresalen aportaciones, como los favores sexuales de su madre al cura a cambio de unas pocas patatas, sin duda de cosecha propia, pues no parece posible que el hijo, por canalla que fuera, se atreviera con un invento tan denigrante para su pobre madre. Y en cuanto a esa noticia de las siete veces, siete, que fue a comulgar un día (vale decir en la misma misa) para paliar el hambre, no pasa de ser un chiste más bien ramplón».

Otro motivo de polémica es el cambio que Pinilla hace en el título, de Ruso a Rojo.

A la construcción de la leyenda aporta también la muerte de Antonio, en una reyerta familiar, que tampoco Garrido da por buena, pues él afirma que falleció a los 54 años «fulminado por un ataque cerebral en Piedrafita de Parga (Lugo), donde fue enterrado. Pocos años más tarde sus restos fueron llevados al cementerio de La Baña y ahora reposa con su madre y su hermano, los tres al fin juntos».

Juntos y parte de una leyenda que será difícil que se apague, pues tiene muchos ingredientes.
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