Brindis Morán fue un cabreirés de principios del siglo XX, una etapa complicada en cualquier lugar y más en aquellas tierras tenidas por ejemplo de dureza. Él mismo lo dejó contado pues escribir fue una de sus pasiones: «Nací en Sigüeya, en la Cabrera Baja. Mi infancia fue muy dura, estuvo marcada por la pobreza material de mi casa, por la cerrazón de mi pobre madre y la borrachería de mi padre: Hambre, trabajo y zurras (palizas)». Así describe Brindis Morán aquellos primeros años de su vida en Sigüeya, pueblos que, sin embargo, jamás olvidó, como no lo hizo con Cabrera, a la que dedicó algunos de sus trabajos, como ‘Estudio y elogio de la Cabrera’, en 1988. Y es que Brindis, en medio de sus batallas vitales, siempre mantuvo viva la llama de escribir, poemas sobre todo. Entre sus recuerdos de los años treinta, en medio de la dureza de aquel Madrid del que huyó «como gato escaldado» o la no menos dura vida en las minas de Fabero, hacia las que fue, se colaba siempre el orgullo de «haber publicado un artículo en el diario La Mañana, de la capital leonesa.

Encadenó muchos destinos temporales, siempre tuvo muy claro qué buscaba y lo persiguió. Después de Madrid y Fabero saltó el charco y recorrió «medio Latinoamérica», ejerció de albañil, de músico... y vivió anécdotas de todo tipo, como cuando viajó «en un barco de guerra y me tocó en un vagón cargado de féretros. No me importó, lo importante era el destino» y, escribió, «el destino siempre era la libertad».
Ya mayor regresó a Ponferrada, allí escribió y compuso, era un tipo afable que paseaba por la ciudad, dedicaba poemas a lo que ocurría, escribía cartas incluso al Rey para denunciar lo que no le gustaba y entre sus anécdota hay una que le dio cierta fama, es el autor del himno de la Sociedad Deportiva Ponferradina.
Una anécdota, contada por quien la vivió, nos retrata muy bien al Brindis Morán de esa época. Es de Raquel Palacio y así la escribió (2005): «Éramos unos niños con todo el tiempo libre del verano. Teníamos entre ocho y doce años y muchas ganas de hacer cosas. Durante cinco veranos consecutivos nos dedicamos a preparar, con seriedad casi adulta, diversos espectáculos de variedades (...) Y apareció usted, con su aura frágil y amable. Y nos preguntó qué estábamos haciendo. Y nosotros, entre extrañados y contentos por el sincero interés de un adulto, le contamos paso a paso nuestras ocurrencias. El ensayo se suspendió de mutuo y silencioso acuerdo y nos pasamos un buen rato charlando, intercambiando impresiones e inquietudes, porque usted, aunque nos cuadruplicaba la edad, era otro niño tan libre como nosotros. Tan libre, que podía pasarse una tarde conociéndonos y dejándose conocer. A los dos días, usted regresó con un poema bajo el brazo. Un poema con nuestros nombres, con una estrofa para cada uno. Había hecho las correspondientes fotocopias y nos regaló aquel tesoro, y nos lo firmó con bolígrafo ya tembloroso».
Ése era Brindis Morán, que falleció en Madrid hoy hace 15 años y que quiso ser enterrado en Sigüeya.
Y una de aquellas niñas, Raquel, que escuchaba sus historias, una de las que le dedicó un poema, vive hoy en Sigüeya, en la casa de Brindis Morán, como cuenta en esta columna, extracto de la que un día publicó en La fueya cabreiresa, el digital de su tierra.