'Mudar de piel'
Beatriz Sanz Olandía
Valnera Literaria
Novela
192 páginas
18 euros
Lo recibí el día 2 de enero de 2024. Lo recuerdo con precisión de relojero porque al abrir el ordenador el primer día laboral del año (si es que para un escritor todos los días no son laborales o todos los días no son festivos) fue el primer correo que encontré en la bandeja de entrada. Su remitente me atribuía alguna responsabilidad sobre el asunto. Según ella, habían sido mis ánimos y mi confianza en su escritura los que la habían empujado a componer una novela.
El anuncio me cogió por sorpresa. Hacía algunas navidades que esta mujer había colaborado en uno de mis proyectos narrativos con algunos cuentos de excelente factura, pero desde entonces no había vuelto a saber de ella en lo que se refería a su faceta literaria.
Además de por sorpresa, el correo me cogió con mucho trabajo acumulado y pendiente de resolver con la habitual premura que me aguijonea. Por eso agradecí que no fuera insistente -abundan cada vez más los autores primerizos y cargantes que se creen exclusivos en acaparar atenciones y valoraciones y correcciones y reseñas inmediatas- con la lectura de su manuscrito y que me pidiera que solo le hiciera caso cuando pudiera dedicarle unos minutos. Menudo marrón, pensé entonces, con lo maja que es esta chica, la sonrisa tan adorable que tiene y lo seductora que resulta su voz por la radio, incluso para anunciar noticias nefandas, cómo le digo yo que no tengo horas ni humor para derramar un jarro de agua fría sobre sus ilusiones de novelista en ciernes.
Conque, como no me sentí apremiado, descargué el archivo sin abrirlo, lo guardé entre la marabunta de documentos que almaceno en la memoria de mi ordenador y, sinceramente, me olvidé de él por completo. Pero el destino, la casualidad o el azar suelen ponerse de parte de las empresas que merecen la pena -las que no, ya se buscan la vida ellas solas para prosperar de formas habitualmente mezquinas o bastardas- y unos meses después, por primavera (pero esta vez ni siquiera podría precisar si fue en mayo o en junio), abrí por error un archivo que creía que contenía otro texto, que una editorial me había encargado que corrigiera. Fue algo así como ir a la nevera para coger una cerveza y encontrarme dentro unos zapatos de tacón de aguja. Y a partir de esa confusión, como soy de los que creen firmemente que las casualidades no existen, me puse a leer el texto que Beatriz Sanz Olandía me había enviado unos meses antes. En el primer párrafo me encontré una falta de concordancia temporal que me hizo fruncir el ceño, pero más allá de eso devoré sin parar las primeras páginas absolutamente perplejo. No quise leer más de seguido. Hice varias catas caprichosas, sin atreverme a desvelar el final, y cerré el archivo. A continuación, llamé a la autora y le pedí permiso para mandarle su obra a un editor amigo, con el que también andaba en tratos para ver si me publicaba mi primera novela. Le mentí, claro. No le dije que apenas si había deshojado unos pétalos de la margarita. Pero no necesitaba saber más. Ya quisieran desprender ese aroma a buena literatura que destilaban aquellos capítulos muchos de los bodrios que me mandan tanto editoriales comerciales como autores que se autoeditan sin criterio propio ni piedad hacia los lectores.
La autora empezó a protestar. Creo que en ese momento sufrió un ataque de pánico ante la todavía remotísima posibilidad de ver su novela publicada, porque yo ni siquiera sabía si el editor iba a hacerme caso. Es notorio que las editoriales reciben centenares o miles de proyectos ilusionados cada año que, por lo general, acaban en el cubo de la basura, sin ser leídos y sin que sus responsables reciban siquiera noticias de que sus botellas lanzadas al mar de la esperanza han llegado a algún destino prometedor.
Pero a Jesús Herrán Ceballos también le gustó mucho lo que leyó, y apenas hace un mes que la novela ha visto la luz con un empuje imparable, el que derrocha la propia autora en cada frase, en cada párrafo, en cada diálogo. Porque 'Mudar de piel' supone una bocanada de aire fresco en el panorama de la literatura actual escrita por voces de mujer que, en estilo, temáticas y argumentos parecen cortadas por el mismo patrón que está de moda.
La novela tiene un arranque de los que lanzan a la lona con el primer puñetazo que pilla al contrincante desprevenido. Berta, la protagonista, que se acerca a la cuarentena, recibe la noticia de la muerte repentina de su padre mientras está en la cama con un amante bastante más joven. Si a Sabina el fin del mundo le pillaría bailando, a ella la pilló en bragas. A partir de ese instante la novela se bambolea entre el pasado, el presente y las perspectivas de futuro. Berta va y viene entre la actualidad y los recuerdos, manejando un lenguaje fresco, vivaz y descarado, y unos tiempos narrativos que unas veces son más pausados y otras frenéticos, gracias al ritmo vertiginoso que le otorgan sucesiones de concisas oraciones consecutivas, descripciones luminosas, conversaciones expectantes o preguntas o insinuaciones que descorren una amplia cortina de enigmáticas posibilidades.
Comparten con Berta protagonismo menos estelar un cuaderno rojo, que le sirve de diario, la señora Carmina, una anciana de armas tomar (que tuvo su primer orgasmo mientras su marido jugaba la partida en el bar), y su perra Greta, la madre y la hermana de Berta, un antiguo amor, mayor que ella, al que conocemos como "Él", Ángel, el portero del edificio donde transcurren los hechos actuales, un joven amante que sacia ocasionalmente su necesidad de sexo y "el Vecino", que se convierte en objetivo de una vigilancia casi obsesiva por parte de Berta, hasta que -aunque ella no se percate de las pruebas palpables en una habitación desordenada que hacen barruntar un desenlace, que esta vez coincide con el final- las expectativas de la imaginación resultan ser más desbordantes que una realidad que se proclama anodina. Pero, hasta entonces, Beatriz crea un entramado de una intensidad churruscante cuando pone toda la carne en el asador, cuando crea escenas que ponen las emociones y la sensibilidad al rojo vivo. Porque hay un tono de erotismo sensual y a la vez elegante en varios pasajes de la obra, pero también ponen de su parte en elevar la temperatura de la trama los conflictos y las situaciones embarazosas que provocan el contacto de Berta con su madre, con "Él" o con el portero del edificio.
En realidad, de este cuadro actoral, son la señora Carmina y su perra las cómplices que ayudan a Berta a llevar a cabo un plan de espionaje tan ridículo que parece propio de Mortadelo y Filemón y de ser celebrado brindando con sidra “El gaitero”. Tendremos que ser los lectores los que celebremos el descubrimiento de una autora con una voz propia, poderosa y descarada, parafraseando al Sabina al que ella recurre en varios pasajes de la novela, y brindando con un buen champán francés.