Bryn Terfel, un gigante galés en ‘El barbero de Sevilla’

La Royal Opera House de Londres recupera la comedia de Rossini en una producción de Moshe Leiser y Patrice Caurier que este miércoles Cines Van Gogh emite en directo con un elenco de lujo

Javier Heras
15/02/2023
 Actualizado a 15/02/2023
Una imagen de la ópera bufa ‘El barbero de Sevilla’ que este miércoles emite en directo Cines Van Gogh. | MARK DOUET
Una imagen de la ópera bufa ‘El barbero de Sevilla’ que este miércoles emite en directo Cines Van Gogh. | MARK DOUET
Es «la más hermosa de todas las óperas bufas», a juicio del mismísimo Verdi. La comedia más representada de la historia. Pero ‘El barbero de Sevilla’ no lo pone fácil. Para llegar a buen puerto exige, por encima de todo, un elenco de categoría: hasta el más insignificante de los personajes canta un aria de lucimiento. La Royal Opera House cumple con creces al convocar a dos estrellas como Bryn Terfel y Lawrence Brownlee. El gigante galés (1965) demuestra, en la piel de Bartolo, que no solo es un bajo dramático –Wotan, el Holandés–, sino que conserva el don para lo bufo, la gracia, el gusto: Fígaro, Don Pasquale, Falstaff. En cuanto al tenor afroamericano (1972), habitual del Metropolitan, destaca por su voz luminosa, flexible y de portentosos agudos.

A su veteranía se suma la juventud de la mezzo rusa Aigul Akhmetshina (1996), ganadora del Belvedere y, con solo 21 años, una elogiada Carmen en Covent Garden (después, seguiría su paso firme por París, Madrid o Berlín, y este año vendrán Viena, el Liceu y Múnich). Por otro lado, el barítono polaco Andrzej Fylonczyk (1994), premio a Mejor Debutante en 2015. Ya ha encarnado a Fígaro en Zúrich y el Bolshói, y a Don Giovanni en Dresde.

Una de las grandes citas musicales de 2023, ‘El barbero de Sevilla’, se retransmite en directo este miércoles a las 20:00 horas  en Cines Van Gogh. Será la primera vez que Covent Garden disfrute de la musicalidad y brillantez de la batuta de Rafael Payare (1980). El venezolano lleva tres temporadas al frente de la Sinfónica de San Diego, después de pasar por el podio de Ulster (2014-19). Este curso se incorpora a la Sinfónica de Montreal, y sigue como invitado de la Filarmónica de Viena, Múnich y Chicago.

La compañía londinense estrenó este montaje en 2005 y desde entonces lo ha repuesto en media docena de ocasiones; se recuerda la de 2009 con Juan Diego Flórez y una Joyce Di Donato que cantó en silla de ruedas por lesión, y la de 2016 con Javier Camarena. Los directores belgas Moshe Leiser y Patrice Caurier potencian la comicidad: distintas acciones que suceden a la vez, un decorado propio del teatro de marionetas (paredes de colores chillones, puertas que se abren inesperadamente) y un vestuario excéntrico, casi pop.

Esta comedia se basa en la obra de teatro de Pierre Beaumarchais (1775) sobre un pícaro barbero que intermedia en el amor de un conde y una joven a la que su tutor mantiene medio prisionera. Formaba parte de una trilogía del escritor francés que incluía también ‘Las bodas de Fígaro’, luego musicalizada por Mozart. Antes de Rossini, una docena de compositores la habían adaptado. En enero de 1816, el autor de Guillermo Tell dio el visto bueno al nuevo libreto de su amigo Cesare Sterbini, con el que ya había colaborado en Torvaldo sin fortuna. El Teatro Argentina le había dado un mes de plazo,  así que se las apañó reciclando anteriores obras suyas (fragmentos de Elisabetta, reina de Inglaterra, Ciro en Babilonia o Sigismondo, y la obertura de Aureliano en Palmira), que enlazó con sentido y unidad.

Para evitar confusiones con la famosa ‘El barbero de Sevilla’ que había estrenado en 1782 Giovanni Paisiello, la titularon ‘Almaviva, ossia l’inutile precauzione’. Incluso escribieron una carta al anciano para profesarle respeto. Aun así, sus detractores sabotearon la primera función, que ya de por sí estuvo llena de percances (un cantante al que le sangraba la nariz; instrumentos desafinados…). Sterbini lo describió como «un público mercenario e indiscreto». No supieron ver que la creación de Rossini –menos cortesana, más impertinente– mejoraba con mucho la de Paisiello. Tras la muerte de este último, el título se cambió por ‘El barbero de Sevilla’.

Dos siglos más tarde, aún nos maravilla gracias a su magnífico libreto, su acción burbujeante, su ritmo imparable y su deliciosa partitura. Las coloraturas sentaron las bases del bel canto italiano, el uso del crescendo contagia una energía incontenible, y la refinada orquestación recuerda a Mozart. Aun así, su mayor encanto reside en las melodías (‘Largo al factótum’, ‘Una voce poco fa’, la obertura) y en su don para reírse de todo. A los 24 años, Rossini parodió la tradición (cuando el viejo Bartolo canta con un estilo obsoleto), pero también su propia música: en el único dúo de amor, mientras Rosina y Almaviva cantan edulcoradamente, Fígaro apremia («presto, andiamo»), preocupado porque deben huir.
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