Brumario

Bruno Marcos comenta la exposición 'Permanecer mudo o mentir', de Darío Corbeira, que actualmente puede visitarse en el Musac

Bruno Marcos
08/11/2016
 Actualizado a 12/09/2019
‘Francisco Franco action painting’ (1974), de Darío Corbeira. | MUSAC
‘Francisco Franco action painting’ (1974), de Darío Corbeira. | MUSAC
Cuando Joseph Beuys, uno de los gigantes del arte contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX, fue preguntado en 1985, un año antes de morir, sobre la posibilidad de hacer una gran exposición retrospectiva de su obra contestó que él no se dejaba desgastar por las políticas culturales, que eso le llevaría un año de trabajo en el que estaría apartado de las cosas importantes. Esas cosas importantes eran la acción en el presente. No en vano fue el alemán, que empezó su vida de piloto de la Luftwaffe en la segunda guerra mundial, pionero del ecologismo, fundador mundial del partido político Los Verdes, predicador de la democracia directa o la banca democrática y hasta precursor del animalismo.

Me viene a la mente Beuys y su negativa a hacer una exposición retrospectiva de la obra que había realizado a lo largo de su vida al salir de ver la de Darío Corbeira en el Musac. Darío también quiere seguir con las cosas importantes, con la acción, lleva en el tajo desde los años 70 y varias décadas con su labor editorial en la publicación teórica Brumaria, una de las más importantes en los asuntos estéticos y políticos. No ha querido tampoco él darle un sentido retrospectivo a esta muestra, titulada ‘Permanecer mudo o mentir’, por la misma causa que Beuys, porque sabe que el verdadero artista tiene compromiso con el día presente y se levanta cada mañana para crear con los materiales que el mundo pone sobre la mesa. No obstante un visitante como yo se queda con ganas de saber más, de ver sobre todo su obra más lejana en el tiempo, precisamente, con retrospección.

Ha incluido una pieza titulada ‘Francisco Franco action painting’, la más antigua de la muestra, de 1974, que es para mí la preferida de las que se contemplan en esta exposición. Y lo es en tanto que uno la imagina en el contexto político, social y cultural de aquel español año 74, en el que ni la ironía ni el arte no convencional debían ser cosas habituales. Se trata de tres imágenes en blanco y negro de pinturas abstractas que comparten la pared con tres cornamentas de ciervo, trofeos que Corbeira aseguró, en la visita guiada, habían pertenecido al yerno de Franco. Un conjunto de encuentros divertido y ambiguo provocado, seguramente, por el conocimiento perturbador de que Franco, en la década de los cuarenta y cincuenta pintaba e, incluso, había recibido clases del gran pintor tradicionalista y director del Museo del Prado, Álvarez de Sotomayor. De una forma paródica Corbeira nos invita a pensar que Franco perfectamente podría haberse incorporado a los gustos estéticos de la moda del ‘action painting’ que se daba en esos mismos años de igual modo que se mantenía en el poder década tras década.

En ese tiempo, del que nos habló el autor a viva voz, aseguró haber sido dos de las peores cosas juntas que se podían ser en la España de los años setenta, activista político y artista contemporáneo. Lo cierto es que toda una línea de trabajo artístico como el suyo quedó tan oculta por la amnésica transición como lo había estado por la dictadura, ya que quienes tomaron el relevo en la organización del canon del presente cultural aquel prefirieron consagrarse a lo que calificaría José Luis Brea como "el entusiasmo", un arte contemporáneo español despolitizado, evasivo, formal y de retaguardia que tuvo su punto álgido en aquel pintor espontáneamente genial salido de la nada y llamado Miguel Barceló.

En los últimos años hemos visto reconocidas, con mucho retraso, algunas trayectorias pertenecientes a esa línea silenciada como la de Isidoro Valcárcel Medina, Esther Ferrer o Concha Jerez con los premios Nacional y Veláquez. Lamentablemente la labor de estos artistas, como la de Darío Corbeira, pide una mirada retrospectiva, no para contribuir a la construcción político-cultural que rechazan todos ellos sino para hacer públicas sus importantes aportaciones creativas cuya visibilidad les fue hurtada.

Valga esta exposición para ello como antes valieron las de Valcárcel Medina y Concha Jerez en este mismo museo, y más cuando se produce en los otoñales días brumosos del segundo mes del calendario de los revolucionarios franceses, Brumario.
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