Berlín Mechanical Men (I)

La Nueva Crónica publica por entregas este relato de Noemí Sabugal, ilustrado por Pablo J. Casal, e incluido en la antología 'Retrofuturismos', de la editorial madrileña Nevsky Prospects

Noemí Sabugal (Texto) / Pablo J. Casal (Ilustración)
08/07/2015
 Actualizado a 01/09/2019
Berlín Mechanical Men. | Pablo J. Casal
Berlín Mechanical Men. | Pablo J. Casal

BERLÍN MECHANICAL MEN


Cuando le arranca los últimos cables y el pistón se detiene, la mujer se estremece y emite un gemido chirriante que parece de dolor. Pero el espectro sabe que eso es imposible y aparta el comienzo de un absurdo remordimiento de su cabeza. No está viva, se dice, inútilmente.

La deja tirada en el callejón, los senos metálicos como dos copas brillantes recogiendo la luz de una luna tal vez demasiado pálida.


Su mano está enredada en el pelo del chico y ella la retira rápidamente, antes de que él se despierte. No le gusta que se queden a dormir, pero ayer fue inevitable. La cabeza del chico está retorcida sobre la almohada, su pierna izquierda forma un triángulo sobre la cama. Mary Taylor se levanta, se pone la parte superior del pijama y evita mirarse las piernas en el espejo del armario.

Los dedos de sus pies, abajo, son como pepinillos con uñas, piensa.

En las orillas del Spree había láminas de hielo que eran como trocitos de cristal flotantes. Sobre su gorro de lana se derramaba un sol líquido que extendía su claridad hasta la nieve amontonada en las calles. Mary respiró a través de la bufanda y el vapor blanco se replicó en las chimeneas de los dirigibles Plus-Hinderburg que aterrizaban en las plataformas de la Torre de la Televisión. Los viajeros, apresurados, eran insectos negros que descendían hacia el suelo en los ascensores panorámicos. Ella también tenía prisa y apuró el paso por Krausnickstrasse mientras manoseaba el papelito arrugado en el bolsillo. Aún no habían terminado de desayunar cuando el telecomunicador había expulsado aquella tira mecanografiada con la orden de comisaría. Había sido la excusa perfecta para que él se fuera y evitar así la escena romántica de despedida en la puerta. El chico se estaba enamorando, pero al final todos se acababan enamorando, así que no importaba.

La mujer metálica estaba en el sucio pasadizo de uno de los patios interiores de Sophienstrasse. La rodeaban el comisario Müller, un policía uniformado y Krause, que mordía con nerviosismo el lapicero con el que tomaba notas. Müller hizo un gesto de impaciencia hacia Mary.

-Ya era hora -gruñó-. Aquí la tienes -y dio una patada a la pierna plateada de la mujer-, en el patio hay otras dos más. Son dependientas de una panadería en Spandauer y venían de su revisión cuando fueron atacadas. ¿Cómo van las cuentas? -preguntó Müller al policía de uniforme.



El tipo revisó unos papeles.

-Con estas tres ya han asesinado a setenta y cuatro robots desde octubre.
-Destrozado, querrá decir -señaló Mary.
-¿Eh?
-Destrozado, no asesinado.
El chico la miró con una mezcla de dolor y vergüenza. Ahora lo reconocía, era el de hacía dos veranos.
-Sí, eso es, destrozado -murmuró.

Mary evitó sus ojos y los volvió hacia la mujer metálica. Su inexpresiva cara ardía bajo el extraño sol de invierno. El estómago, como el de los demás, estaba abierto y vacío. Era un modelo funcional, de los baratos, nada que ver con las hermosas humanoides de Oranienburger. Algunos hombres decían que la textura de sus cuerpos era mejor que la de la piel.
-No hay huellas ni restos de ningún tipo -añadió Krause, aunque no hacía falta. Nunca las había.

Müller sacó el telecomunicador de bolsillo, alzó un dedo y señaló a Mary y a Krause.
-A vosotros os esperan en Berlín Mechanical Men. Ahora.


Entra en casa con las botas en la mano, intentando no hacer ruido. Pero su padre ya está despierto y desayuna tostadas con mantequilla en la mesa de la cocina. Tiene mal abrochado un botón de la camisa y la barba cana sin afeitar. No levanta la vista del tazón de leche para mirarle. El espectro busca un vaso en la estantería sobre el fregadero. No hay ninguno limpio.
-¿No ha habido suerte? -pregunta el anciano, a sus espaldas.
-No, esta vez tampoco había trabajo.
Se agacha y bebe el agua despacio, mientras el grifo le devuelve el reflejo deforme de su ojo izquierdo.

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Continuará cada martes en las páginas de La Nueva Crónica.
Podrá encontrar las entregas ya publicadas en www.lanuevacronica.com/verano



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