Quien esto escribe, es decir yo, que soy muy picassiano y que me gusta todo del pintor, tanto su obra como cualquier pormenor de su biografía, su vitalidad, sus amantes, su época, su París, y hasta los cuadros de su padre, me hice unas ilusiones que no he visto satisfechas con el contenido de la exposición. Claro que, como lleva uno contempladas varias decenas de pinturas suyas en vivo y quizá cientos de reproducciones de sus obras en libros impresas, ver estos pocos cuadros de él, por fuerza, tenía que dejarme decepcionado.

Sería ridículo intentar, aquí y ahora, valorar si son buenas o malas las obras de esta muestra pues no dejan de ser de Chagall, Dalí, Juan Gris, Miró, Max Ernst, Kandinsky y otros enormísimos artistas, pero lo que sí se puede hacer es decir la verdad, que la exposición lo es de obras menores de grandes autores y que, más que bajo el signo de Picasso, llega bajo el eslogan de Picasso, o bajo el marchamo de esa gallina de los huevos de oro que fue y sigue siendo Picasso. Por otro lado Gris, Braque o Léger no se pueden situar por debajo de Picasso, aunque triunfaran menos, pues fueron tan autores como él de lo que pasó en el arte en los principios del siglo XX. Otros no se sabe muy bien por qué están ahí, Arroyo o el Equipo Crónica son inferiores al resto y no picassianos, nada más alejado de Picasso que una pintura de tintas planas, sin expresión y de temas pop banales.
No está mal que se traiga una exposición como esta a nuestra ciudad pero debe hacerse de otro modo, presentándola como es, con auténtica intención didáctica y no promocional y, desde luego, en su propia sede. Este ‘modus operandi’, con desembarco triunfal de lo privado en lo público, ruido mediático, movilización de autoridades, eslogan y decepción final del espectador, recuerda mucho a la escenificación festiva de la puesta a punto cultural de los años ochenta, que se asentaba en el retraso y en el aislamiento del país. Pretender seguir así hoy es un disparate.