Arte de fuego y tierra

Esther Alonso, ceramista leonesa que reside en la localidad sequedana de Bustos, pertenece a esa generación de mujeres del siglo XX que consiguieron elevar una tradición a la categoría de arte

Mercedes G. Rojo
27/03/2018
 Actualizado a 18/09/2019
La artista y artesana Esther Alonso.
La artista y artesana Esther Alonso.
Comenzar esta nueva serie de semblanzas de la mano de una de las ceramistas más representativas de nuestra provincia quizá no sea una mera casualidad, tal vez por aquello de que se dice que la alfarería, base de la que partiría la cerámica, estuvo en sus comienzos muy ligada a la mujer, mujer que le dio forma y uso, pero también representación.

Esther Alonso, ceramista leonesa que hoy reside ya permanentemente en la localidad sequedana de Bustos, donde tiene taller y presencia, pertenece a esa generación de mujeres del siglo XX que consiguieron llevar una tradición, una artesanía, a la categoría de arte, titulándose como ceramista para dedicarle a esta disciplina artística todo su saber hacer consiguiendo infundirle al «barro» una vida que trasciende de las muchas experiencias que han marcado la suya propia. De la tierra al arte pasando por el crisol del fuego.

Nacida en León, por profesión de sus padres (veterinario y maestra) pasa sus primeros años de vida muy ligada al maragato pueblo de Santa Colomba de Somoza, aunque pronto comienza estudios en Zaragoza y Madrid, lugar este último donde se licenciará en la Facultad de Ciencias de la Información, por la rama de Imagen. No contenta con el exceso de teoría que allí se respira entra también en la Escuela de arte y oficios Menéndez Pelayo donde trabaja, sobre todo, el volumen y el modelado en barro, asignatura que la engancha de tal manera que la lleva a matricularse, además (esta vez por libre), en la Escuela de Cerámica ‘Francisco Alcántara’, donde trabaja por tres años una serie de asignaturas «con muy buenos profesores que me alentaban a seguir». De allí a Suecia, donde se compra su primer horno, y luego a Santa Colomba de Somoza, donde monta un taller de cerámica y se relaciona con los numerosos ceramistas y artesanos que por aquel entonces permanecen instalados en la zona, años que invierte en participar en exposiciones colectivas de cerámica, ferias de artesanía así como en actividades formativas. Luego se trasladará a Alicante donde momentáneamente abandonará la cerámica, para volver a ella con más fuerza, «como se vuelve a las cosas que se añoran» nos dice, y entrar en la Escuela de cerámica de Alicante donde se titulará como Técnico Superior de Artes Plásticas y Diseño en Cerámica Artística. A partir de ahí, definitivamente, la cerámica se convertirá en su medio de vida.

Las composiciones cerámicas de Esther Alonso, sus dibujos, sus bocetos, nos muestran un equilibrio de formas que se une a la calidez y la calidad de los materiales cerámicos elegidos para sus trabajos, quizá buscando transmitirnos «la parte bella de la vida y de las personas» en la que –como persona idealista que se ilusiona por aquello en lo que cree– se fija constantemente. Su interés común en todas las disciplinas por las que ha pasado ha sido lo figurativo frente a lo abstracto y sobre todo la representación del ser humano y de su entorno «un entorno más idealizado que realista. Un ser humano más andrógino que decantado en femenino o masculino y su relación con la naturaleza, una naturaleza donde siempre hay árboles y caminos. El camino de la vida».

Nos refiere su trabajo como una evolución en la que está presente tanto la cerámica como la imagen. La cerámica, hoy, a nivel profesional; la imagen más como afición personal, como forma de entrenar la mirada. Ha llevado su arte, y ha crecido con él, allá donde ha estado, en una obra personal de la que dice existen dos vertientes: lo matérico, el barro en sí, y lo pictórico, predominando últimamente la segunda, realizada sobre piezas torneadas o sobre murales, piezas en las que muestra un marcado interés por la línea realizada con diferentes técnicas, esgrafiado, grabado, pintura… Podemos aproximarnos a su obra a través de la pieza que ahora mismo integra dentro de la exposición colectiva ‘Concha Espina, inspiración de artistas’, que se muestra en León, y que formaría parte del trabajo de investigación en el está inmersa y que pretende unir dos especialidades que la atrapan, la línea y el volumen, a través de murales de mediano tamaño. En esta ocasión su ‘Camino de vida y escritura’ es un bajorrelieve modelado en gres, con esmaltes, óxidos y engobes trabajado a 1230ºC, en el que ha querido dejar patente la tenacidad y el empeño que Concha Espina ponía en escribir, y que ella define como «un camino de vida» que recorrió hasta el último momento de forma creadora, a pesar de haber quedado ciega. Un camino tan unido a la vida como el suyo propio, ligado a la búsqueda del arte a través de una materia tan antigua como la vida misma, un proceso que vive en un entorno rural, con el Teleno al fondo, capaz de proporcionarle la tranquilidad que necesita para crear.
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