Aquellos chalados con sus viejos cacharros

Inventores leoneses. Se celebró hace pocas fechas el Día del Inventor, por lo que se sucedieron los reportajes sobre los grandes inventos, pero también los hay pequeños, olvidados, singulares, curiosos y tipos irrepetibles detrás

Fulgencio Fernández
03/12/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Escribía el corresponsal de La Vanguardia en Madrid el 16 de mayo de 1952, en un reportaje sobre la Exposición de Inventores que se celebraba en Madrid en aquellas fechas, después de citar a grandes del género como Isaac Peral, La Cierva o Torres Quevedo. «Cuando uno cansado de andar por las salas segunda y tercera vuelve a la primera, donde solo estuvo de paso, encuentra al fin lo que buscaba. Aquí está don Cecilio Andrés y aquí está don Belarmino Canseco. Al segundo hay que tomarlo más en serio. Al primero hay que tenerle respeto por su afán y su ingenio. A lo peor, Don Belarmino no ha inventado nada pero él se nos presenta como un verdadero inventor, con su invento decisivo —entre otros muchos— que mostrará a quien lo financie. Don Belarmino no busca dinero, porque es un rico minero de León, busca protección.

- ¿Cuál es su principal invento?
- El del buque sin timón y sin hélice. Esto revolucionará el pilotaje actual.
- ¿Desde cuándo se dedica a este estudio?
- Desde la Primera Guerra Europea, aunque luego lo he perfeccionado bastante.
- ¿Qué necesitaría pata aplicar su invento?
- Que me concediesen, por ejemplo, un barco viejo de nuestra Escuadray el personal que trabajase a mis órdenes y lo convertiría en nuevo y algo original.
- ¿En qué se funda su invento?
- Llevo más de treinta años trabajando en él y más de veinte mil duros gastados. Quien quiera saber algo lo puede saber. Y nos ponemos a trabajar.

Hasta ahí la conversación. Y remata el periodista: «Al fin dimos con un inventor. Puede que sea un soñador, puede que sea un precursor».

O las dos cosas. Todo un personaje Belarmino Canseco, que patentó su invento y fue reconocido en otros congresos. Una página similar de Pueblo muestra su admiración por este leonés de la montaña embarcado en ser marino. Que nunca lo fue.

Trabajó muchas horas en su invento. Acudió a congresos de inventores con su boina y su enorme cuerpo de bonachóny hasta escribió a Franco, que había sido su mando natural en la mili, para hacerle la propuesta que apuntaba en la entrevista: «Deme el barco más desguazado de nuestra Armada y lo convertiré en un nuevo barco, más económico, aprovechando las fuerzas de las corrientes marinas». Y hasta se atrevía a hablarle«del metacentro de los cuerpos flotantes».

Este ganadero y minero, no tan rico como decía La Vanguardia, siempre mostró su orgullo de inventor y hasta se hizo un sello de caucho, algo nada habitual en aquella época, con el siguiente texto: «Belarmino Canseco Suárez. Propietario de la patente número 138279 sobre ‘Un nuevo método de andadura y pilotaje para embarcaciones’. Cármenes (León)».  Y Belarmino, cuya familia regentaba un molino, ofrecía la reflexión que le llevó a trabajar en este invento. «Si un pequeño riachuelo mueve mi molino con su fuerza, el mar debería poder mover el mundo”».

¿Soñador? Seguro. No lo duda nadie que lo haya conocido ¿Precursor? Nunca lo podremos saber. Es de esa gente que nunca pudo saber a ciencia cierta si su largo trabajo en pos de un invento llegó a buen puerto.

No es el único. Las páginas de los periódicos están llenas de sueños (¿o realidades?) que nunca cuajaron. Cuando se repetían los reportajes sobre el mal de la piedra, sobre el deterioro del claustro de la Catedral, un hombre del Condado, que trabajaba en el mundo de la piedra, el mármol... veía como nadie prestaba atención a su invento. Era Manuel Gutiérrez, quepasó muchos años estudiando y experimentando un líquido que detendría el deterioro de las piedras de nuestra Catedral, principalmente, pero que también sería aplicable al resto del patrimonio de esta provincia sembrada de monumentos camino de la ruina, los que no lo son ya. «Los monumentos se caen por negligencia», afirmaba en una entrevista en La Crónica y ofrecía gratis su liquido endurecedor. Enternecía la petición de este anciano inventor, también escultor: «Que alguien se digne, cuando menos, a discutirme diez años de trabajo e investigación».

En estos tiempos de sequía sería bueno recuperar otro invento de la época, el de los hermanos astorganosMáximo, Lorenzo y José Nistal, que en 1995 inventaron una cisterna de inodoro que ahorraba el 50% del agua. Escribieron a Borrel y varios alcaldes de Andalucía, donde más sentido tendría, pero nadie escuchó sus palabras.
Uno de los inventos que mejor suerte corrió, en cuanto a publicidad pero no porque fuera reconocido fue el famoso precursor del libro electrónico de la maestra de Villamanín Ángela Ruiz Robles.

Otros muchos fueron al baúl de las anécdotas, como el de Julio Ruiz, cuya alarma recibió todo tipo de reconocimientos pero no los favores del mercado.
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