Aquello que no se ve y que, de algún modo, se puede habitar

El Parlamento Europeo acogió la semana pasada una exposición sobre el encuentro estival de los vecinos de Vegamián, impulsada por Amor Aguaded, nieta de una antigua habitante de Campillo

28/09/2023
 Actualizado a 28/09/2023
Los organizadores de ‘Habitar lo invisible’, Amor Aguaded, Pablo Garrigós y el eurodiputado Marcos Ros en la inauguración en el Parlamento Europeo. | L.N.C.
Los organizadores de ‘Habitar lo invisible’, Amor Aguaded, Pablo Garrigós y el eurodiputado Marcos Ros en la inauguración en el Parlamento Europeo. | L.N.C.

Pí... Pí... Pí... Silencio sostenido y, de pronto, cuando parece que no habrá respuesta, suena una voz sintetizada al otro lado del teléfono. Y es que la conexión Bruselas-León no es la más idónea para establecer contacto.

Desde allí habla Amor Aguaded. Su apellido, «lugar donde hay agua», es sugerente si se tiene en cuenta que el elemento es protagonista en la exposición que la semana pasada se colgó en las paredes del Parlamento Europeo. Aquella fue la sede para la inauguración, el martes 19 de septiembre, de la muestra fotográfica ‘Habitar lo invisible’. «El detonante es mi abuela, Covadonga, que lleva toda la vida contándome esta historia», relata Aguaded. Se refiere a la historia de los pueblos que ahora yacen sumergidos en el embalse del Porma. Ahora y desde hace más de cincuenta y cinco años, momento de la puesta en marcha definitiva del pantano. Uno que funciona como paradigma de todas las construcciones hidrográficas que se presentan, como una parte más del relieve, a lo largo de la geografía española. 

El del Porma es el tercero más grande de la provincia leonesa y guarda en su interior no sólo una abundante cantidad de agua, también la historia de todas las gentes que se vieron obligadas a abandonar su tierra a merced de una acumulación acuífera de tales dimensiones.

Aguaded continúa: «Mi abuela era de Campillo». Uno de los pueblos hundidos completamente. Mientras Utrero y Camposillo veían sumergirse sus hogares y su historia de manera parcial; los vecinos de Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada, Lodares y Vegamián cedieron íntegramente sus vidas al agua. Y, en un intento por no dejar que se desvanezca aquella parte de sus historias, quienes habitaron la localidad de Vegamián aún hoy se dan cita cada verano en Pardomino, donde homenajean a su pueblo en una romería a San Antonio. Ese homenaje es el hilo conductor que guía las imágenes que la semana pasada colgaron de los muros parlamentarios de Bruselas.

Capturadas por el fotoperiodista valenciano Pablo Garrigós, acompañado de la docente onubense en una escuela de Bruselas, Amor Aguaded, las fotografías dejaron de ser paisaje, abandonaron su forma corpórea al encuentro por el recuerdo de una tierra, para convertirse en papel. Todo en una exposición recibida en plena sede europea por parte del eurodiputado murciano Marcos Ros. Y los tres  -Garrigós, Aguaded y Ros-, igual que la abuela Covadonga, residen lejos de su hogar; facilitando, quizás, el ejercicio de empatía con la orfandad del desarraigo. Evitando, además, el olvido generacional en la permanencia de un recuerdo. Salvando la memoria y la historia en formato fotografía.

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El fotoperiodista Pablo Garrigós y la profesora Amor Aguaded junto a algunas de las imágenes expuestas. | L.N.C.

«Muchas de las personas que vivieron eso, a día de hoy, ya son mayores o ya no están», cuenta Aguaded: «Y creo que se merecen que se les reconozca el dolor que tuvieron que callar, muchas veces, por construir vidas en otros sitios o por sacar familias adelante». Un dolor silenciado por la obligación de continuar y no hundirse en un pozo de tristeza tan profundo como el pantano responsable de aquella obligación. Continuar, no sin mirar atrás, pues los recuerdos se mantienen perennes en la mente de los vecinos que siguen encontrándose y de tantos otros que ya no. Como la abuela de Aguaded, que, afincada ya desde hace tiempo en tierras andaluzas, todavía no ha adoptado el acento como suyo y su habla permanece fiel a todos los vestigios de su época en Campillo. Igual que su memoria, que aún tiene espacio para los nombres de las calles, las montañas, las cuevas y cualquier recóndito -y sumergido- rinconcito de por allí. Un ‘allí’ que no aparece en los mapas, pero sí en su documento de identificación, en el apartado ‘lugar de nacimiento’; pues allí fue donde nació y de allí fue de donde tuvo que irse. Recuerdos, en palabras de Aguaded, «intactos». Recuerdos, según protesta la nieta, «que cada vez puede compartir con menos personas». 

Recuerdos que yacen en un paisaje para el asombro. En un enclave que grita de belleza; una que esconde todo lo que hunde en su seno y que provoca que historias como las de Covadonga pasen desapercibidas ante un artificio que quiere emular la maravilla de la naturaleza. «¡Cómo de duro tiene que ser no poder volver al sitio donde naciste!», declama la de Huelva: «Para mí, este no es un paisaje neutro, aunque no lo haya vivido». Un escenario que ya ha sido protagonista en no pocas expresiones artísticas y, esta vez, sale a relucir en forma de fotografía. Arte que, como señala Aguaded, «sana un poco la herida». Arte que funciona como «una pasarela, un puente para que cada persona conecte con historias propias y entienda esa sensibilidad». 

Todo en una de las cunas del parlamentarismo europeo. «El Parlamento es como la casa de las ideas en Europa», dice la organizadora: «Allí va gente con muchos bagajes diferentes, de muchas nacionalidades distintas; y es curioso, también, porque, en la inauguración, había griegos, colombianos y portugueses y todos me contaron que conocían casos de pueblos inundados en sus propios países». Los segundos de silencio que siguen a las palabras de Aguaded presagian una reflexiva declaración: «Creo que es una antena que conecta a muchas personas, que hace que esta historia atraviese también las fronteras». Y, entre tanta fotografía, el espacio también dio juego para acercar a eurodiputados como Ros a vidas como la de Covadonga. Como las de los vecinos de Vegamián que, cada verano, se reúnen en Pardomino. También quedó espacio para reivindicar y Aguaded reivindica «que no se pueden hacer las cosas como se hacían antes; que estamos buscando energía, que necesitamos recursos, pero es muy importante entender la sensibilidad del territorio y pensar que este tipo de macroproyectos ignoran totalmente ecosistemas humanos, animales y naturales».

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Una pieza de la muestra con el embalse del Porma de protagonista. | L.N.C.

‘Habitar lo invisible’ se erige así como una especie de advertencia. Una señal de tráfico que indica ‘precaución’ en la carretera de los proyectos que involucran a las vidas de los seres humanos. Una manera sutil de protesta y un método infalible para hacer resurgir a los pueblos hundidos de entre sus cenizas; de entre el agua que los hundió. ‘Habitar lo invisible’ es una confesión de que lo que no se ve sí se puede habitar. Toda una declaración de intenciones en la que reinan, sobre todo, las imágenes, pero «también una serie de instalaciones», como «tubos de agua con fotos sumergidas dentro» o «unas madreñas con ramas colgando». Así lo recuerda una voz de tono emocionado. «Es la idea de habitar todo aquello que es la memoria, que es lo que hacen las personas que se reúnen una vez al año para recuperar sus recuerdos; y luego lo invisible, que cuesta tanto dimensionar, que es todo lo que queda ahí debajo», suelta y parece que señala al otro lado del teléfono: «Ese dolor que no es tangible y que, al mismo tiempo, es muy poético». Y sigue divagando hasta recitar: «El olvido y la memoria; el desarraigo y el arraigo; toda esa contradicción que hay en una historia como esta».

Aquello que parece invisible habitó el Parlamento Europeo hasta el viernes de la semana pasada; igual que habita la memoria de quienes lo vieron. Habitará también la Embajada Española de Bruselas en la primavera del año que entra, haciendo visible lo que, a la mirada despistada, parece invisible. Lo hizo -lo hará- en una muestra de la historia de esta tierra; en una exposición a nivel europeo de las razones migratorias y el detrimento del medio rural. El acento andaluz que actúa en calidad de informante, a más de mil quinientos kilómetros de distancia, es un ejemplo de ello. Una prueba de que la memoria, aun arrasada, aun menospreciada y ultrajada, es memoria si no se quiere deshabitar. 

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