Antonio Pereira o la magia de hacer de la vida un cuento

Este martes, 13 y día de San Antonio, cumpliría el escritor villafranquino Antonio Pereira cien años; un siglo de historia que su Fundación va a conmemorar con diversos actos y Fernando Rubio recupera de su archivo de los 70 recuerdos, como cuando fue pregonero de las fiestas de San Juan y San Pedro

Fulgencio Fernández
12/06/2023
 Actualizado a 12/06/2023
Pereira solía llevar la voz cantante en las reuniones en las que participaba o, más bien, se la cedían los demás. | FERNANDO RUBIO
Pereira solía llevar la voz cantante en las reuniones en las que participaba o, más bien, se la cedían los demás. | FERNANDO RUBIO
Mañana. 13 de junio y día de San Antonio, cumpliría 100 años Antonio Pereira. Era también el día de su santo pues, como decía él, «mi padre era tan recogido y ahorrador que dijo, si le llamamos Antonio matamos dos pájaros de un tiro, es su santo el día de su cumpleaños; y su cumpleaños el día de su santo».

Y es que Pereira, que con el tiempo sería uno de los grandes cuentistas de nuestra literatura, fue desarrollando la magia de convertir cada pasaje de su vida en un cuento. Lo ilustra bien Juan Carlos Mestre cuando recuerda sus visitas a la casa leonesa de Antonio y abría la ventana de su despacho, que daba a un patio de luces, de vecindad, y Pereira le preguntaba: «¿Cómo está el mar, se ven barcos?».

O cuando te cogía el teléfono y decía: «No creas que no me alegra tú llamada... pero me había hecho la ilusión de que fuera de Estocolmo, por lo del Nobel» y en un filandón de aquellos suyos explicó los motivos que le hacían pensar que tenía méritos: «Cuando era un adolescente gané un concurso de poesía en el pueblo y la gente entraba a la tienda de mi padre y le decía ¿entonces el chaval es Premio Nobel por Villafranca? Yo creo que era una señal de lo que venía».

Era así, capaz de hacer de cualquier hecho cotidiano un cuento, de cualquier anécdota una historia. Por ejemplo, la que tantas veces contó sobre cómo conoció la llegada de la República. «Tengo el recuerdo de aquellos tiempos, tenía yo ocho años cuando fue la proclamación de la República. La consecuencia del final de la Monarquía y la llegada de la República fue para mí un hecho trivial que interesó mucho a mi curiosidad infantil: en la ferretería de mi padre había unas herramientas, unas palas tradicionales que se llamaban Nacional y traían la bandera de España junto a la marca; una mañana encontré a mi padre repintando las que tenía en la tienda y con un pincel cambiando el amarillo de la banda inferior a morado. Le pregunté qué hacía y me dijo: Ha llegado la República. Así lo conocí, lo de entenderlo ya es otra cosa».

También contaba una curiosa historia, con mucho fondo de verdad, para reivindicar su condición de poeta —cuando los críticos insistían en encasillarlo fundamentalmente como excelente cuentista—  y cómo se inició en el género. «Con 12 o 13 años me colocaron unas gafas bastante gordas, y esto que hoy es tan sencillo y natural te apartaba de mis amigos, dedicados a deportes más movidos, jugadores de partidos de fútbol que iban a ver las veraneantas de Villafranca ¿Cómo podía yo lograr que se fijaran en mí? Pues les escribía poemas y les pedía ir a un sitio discreto para leérselos; ¿qué otra cosa podía hacer?».

En definitiva, esa mágica capacidad de Antonio Pereira de convertir la vida en un cuento, porque de otros aspectos de su obra, de sus obras, se está hablando mucho estos días cercanos a su Centenario, cuando también se multiplican las actividades propiciadas desde la Fundación que lleva el nombre del villafranquino y dirige su sobrino Joaquín Otero.
En los años 70, aquellos que retrató Fernando Rubio, Antonio Pereira ya estaba prácticamente afincado en León, con viajes frecuentes de negocios a Madrid, que también como empresario supo poner imaginación.Está en el archivo de Rubio que rescata de 1970 una presencia singular como pregonero de las Fiestas de San Juan y San Pedro, irrepetible pregonero que hizo de su presencia un cuento más y un canto a la imaginación y el humor ‘suyo’, ese «humor diocesano» que es un término que se acuñó para él; para aquel Antonio que parecía salido de un cuento, que nació el día de San Antonio mañana hace exactamente un siglo.
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