Antonio Gaudí vs James Joyce

1922, un año crucial en la historia universal

José María Fernández Chimeno
14/12/2022
 Actualizado a 14/12/2022
Tumba de James Joyce (en el cementerio de Fluntern-Zurich).
Tumba de James Joyce (en el cementerio de Fluntern-Zurich).
«Gaudí se mueve dentro de sus obras con una libertad sensata y admirable que supone la emancipación de todas las doctrinas dentro del imperio de la razón. No ha anunciado ni divulgado la nueva ciencia, vive lleno de conocimientos fundamentales y las leyes, en vez de perturbar su marcha, le sirven de instrumento y juguete de progreso».
(Félix Cardellach, 1908. ‘Filosofía de las Estructuras: 12’).

El año 2022 casi ha llegado a su fin. Termina un siglo después del que más poemas ha inspirado, 'La tierra baldía' de T.S. Eliot, y hoy en hebras de tinta es obligado rendir homenaje a dos personajes que pertenecieron a esos felices años veinte: Antonio Gaudí y James Joyce. Ambos antagonistas y, sin embargo, tan cercanos. Quizá nunca se conocieron (se llevaban 30 años), pero estoy seguro que de haberlo hecho no hubieran congeniado, tal vez por ser hombres de carácter difícil e ideas férreas, aunque en el fondo, sus vidas guardan cierto paralelismo.

En 1922, cuando Joyce publica ‘Ulises’, Gaudí se hace internacional. Recibe el encargo de un proyecto para la iglesia de la Asunción en Rancagua (en el centro de Chile) que finalmente fue desestimado. La experiencia de la iglesia de la Colonia Güell le hubiera servido de modelo, como luego condicionó su último gran proyecto estructural: la nave y las torres del templo de la Sagrada Familia. «…un año después, en 1923 Gaudí explicó cómo sería la estabilidad del templo en el Anuari del Col-legi de Arquitectes de Catalunya, en un artículo suscrito por su ayudante Domènec Sugrañes». (Gaudí. ‘La búsqueda de la forma’)Previo a este encargo se gestó un «proyecto misterioso» en el que sorprende la precisa descripción del escultor Llorenç Matamala [este proyecto inacabado se desconoció hasta 1956, cuando Joan Matamala (escultor y ayudante de Gaudí) hizo públicos los bocetos que Gaudí concibió entre 1908 y 1911]. El Hotel Attraction, según Juan Bassegoda, conservador de la Real Cátedra Gaudí, lo define así: «Dos industriales norteamericanos le encargaron a Gaudí en 1908 un hotel para Manhattan. Él hizo dos croquis y algunos dibujos, pero estos últimos se perdieron en el incendio de 1936. El hijo del escultor Juan Matamala conservó los croquis durante 30 años, después, con lo que recordaba, interpretó lo que hubiera sido el Hotel Attraction con 360 metros de altura. Hay que recordar que estaban en 1908 y el Empire State, que tiene 300 metros, no se construyó hasta los años treinta. Sinceramente, creo que los empresarios se espantaron con la idea de Gaudí».Y espanto debió de ser lo que produjo el libreto de ‘Ulises’ entre los editores decimonónicos de París, hasta que la librera parisina Sylvia Beach se jactó de sus planes de publicar una novela que consideraba una obra maestra, y que estaría «clasificada entre los clásicos de la literatura inglesa». James Joyce afirmó que, con el objetivo de alcanzar la «inmortalidad», había introducido tantos enigmas y rompecabezas en el texto, «que iba a mantener ocupados a los críticos durante 300 años». ‘Ulises’ es una novela considerada por gran parte de la crítica la mejor novela en idioma inglés del siglo XX. El poeta, dramaturgo y crítico literario británico-estadounidense T.S. Eliot declaró en 1923 que ‘Ulises’ era «la expresión más importante que ha encontrado la era actual, de la que ninguno de nosotros puede escapar»; pero también generó controversia entre los miembros de la comunidad literaria.A primera vista el libro puede parecer caótico y desestructurado como les pareció el templo de la Sagrada Familia a los contemporáneos de Gaudí. El relato en ‘Ulises’ es sencillo y en ocasiones vulgar, mientras que la obra de Gaudí es compleja y sin discusión alguna: sublime. Entonces, ¿cómo puede ser que tengan algo en común?Para empezar James Yoyce, en una carta dirigida a Nora Barnacle, su compañera de por vida con la que se casó en 1931 le confiesa que: «Hace seis años dejé la Iglesia Católica odiándola con el mayor fervor […] Le hice la guerra cuando era estudiante […] Con eso, me he hecho un mendigo pero he conservado mi orgullo». Por aquel entonces Gaudí, a diferencia de Joyce, fue perdiendo paulatinamente su orgullo para convertirse en un mendigo. Aficionado al ayuno, ya había tenido más de un desvanecimiento. Había pasado de vestir como un dandy y renegar de la religión, en sus años de juventud, a abrazar el catolicismo y llevar una vida ascética carente de lujos. Mientras tanto, el escritor irlandés, en la época de ‘Ulises’, manifestaba su fría neutralidad ante el cristianismo, eso sí con preferencia por el catolicismo, al que consideraba un «absurdo coherente», frente al protestantismo, «absurdo incoherente».En otro orden de convicciones, en 1922, James Yoyce se consideró inicialmente socialista utópico para luego ir perdiendo todo interés por la política. En las elecciones de 1918 triunfó el Sinn Fein («Nosotros solos», en lengua vernácula) e «Inglaterra accedió a dar a Irlanda una independencia apenas vinculada por la condición llamada de Dominion […] James Joyce no sólo no se identificó con el nacionalismo irlandés sino que lo atacó de modo sarcástico y a veces brutal». (Prólogo de ‘Ulises’ / Editorial Lumen). También Antonio Gaudí simpatizó de joven con el socialismo utópico, pero la fe se impuso…, y cada vez con más énfasis se fue volviendo un catalanista (que no independentista), sobre todo cuando en 1923, España, después de un golpe de estado, sería liderada por Miguel Primo de Rivera, quien impuso su dictadura hasta 1930 con el apoyo del Rey Alfonso XIII. Pero nunca quiso comprometerse políticamente, aunque varios políticos como Francesc Cambó o Enric Prat de la Riba se lo propusieron.

¿Se puede colegir de todo esto que los dos genios detestaban la política? De alguna manera sí, ya sea por desidia o por indiferencia, ante la magna obra que les quedaba por delante, desde 1922. El carácter de Gaudí, cada vez más ensimismado, progresó hacia una vida monacal y austera, que acabó en la dedicación completa al templo de la Sagrada Familia; mientras que Joyce se centró en su controvertida novela posterior, ‘Finnegans Wake’ (1939), hasta su muerte a los 58 años, de una peritonitis generalizada, de acuerdo con la autopsia que se le practicó en el hospital. La Segunda Guerra Mundial lo había llevado a Zurich junto con su esposa e hija, huyendo del París ocupado por los nazis, y allí muere el 13 de enero de 1941. El miércoles 15, Joyce fue enterrado en el cementerio de Fluntern, en una ceremonia austera a la que asistió un puñado de personas, y ningún cargo oficial irlandés (hoy Irlanda clama por su repatriación).

Será la muerte, la que a todos los hombres iguala, muy diferente para Gaudí, pues fue atropellado por un tranvía en la intersección de la Calle Gran Vía de las Cortes y Bailén, a las seis de la tarde del 7 de junio de 1926, cuando se dirigía a su misa diaria y a confesarse con su íntimo amigo, mosén Gil Parés. Por su aspecto descuidado varios transeúntes y conductores lo confundieron con un mendigo, y no acudieron en su auxilio. Tres días después falleció en el Hospital de la Santa Cruz. Tras ser conocida su identidad, toda Barcelona se congregó en las calles por las que paso el cortejo fúnebre. Su ataúd, cubierto por un paño de terciopelo morado de L’Associació d’Arquitectes de Catalunya, fue colocado en una carroza tirada por dos caballos.

Dos formas de morir… y dos formas de vivir, que hizo de ambos genios un instrumento capaz de pergeñar «obras con una libertad sensata y admirable que supone la emancipación de todas las doctrinas dentro del imperio de la razón».
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