«Para que una obra arquitectónica sea bella, es necesario que todos sus elementos tengan lo justo en cuanto a situación, dimensión, forma y color. Todas estas cualidades de la obra arquitectónica están íntimamente relacionadas […] Esta es una prueba de que “la Belleza” no es exclusiva de determinados estilos, puesto que los artistas de todos los tiempos han querido hacer sus obras, no sólo muy bien, sino mejor que los demás».
(‘El pensamiento de Gaudí’, Isidre Puig Boada).
Estas reflexiones de Antonio Gaudí ponen de manifiesto lo importante que para él era la belleza. Y ahondaba en la importancia del término «belleza», al decir que: «Los habitantes de los países que baña el Mediterráneo sentimos la Belleza con más intensidad que los de los países nórdicos…». En el mundo de la filosofía, la belleza ha sido un tema recurrente a lo largo de los siglos. Desde Platón hasta Kant, muchos han tratado de definir la belleza y su papel en nuestras vidas. Sin embargo, para los estoicos como Zenón, Cicerón y Séneca, la belleza va más allá de la mera apariencia física y se convierte en una herramienta para alcanzar la virtud y la sabiduría. Desde el punto de vista filosófico, la belleza es una cualidad que se atribuye a las cosas, ya sean naturales o creadas por el ser humano, y que provoca en nosotros una sensación de placer y admiración estética.
Según esta corriente filosófica, la belleza se encuentra en la proporción y en la simetría de las cosas, así como en su adecuación a su función o naturaleza. Algo que, como podemos apreciar, está en consonancia en las reflexiones de Gaudí; quien fue más allá al afirmar que: «La Belleza es el resplandor de la Verdad. Como el Arte es Belleza, sin Verdad no hay arte. Para encontrar la Verdad tienen que conocerse bien los seres de la creación». En 1926, a raíz de la muerte de Antoni Gaudí, Mn. Manel Trens i Ribas (1892-1976) le nombró como «el arquitecto de Dios», porque la Basílica de la Sagrada Familia consigue abrir los corazones a «la Belleza» con su propia belleza.

No solamente en lo concerniente a «la Belleza», el genial arquitecto reusense coincidió en sus apreciaciones con los estoicos, también lo hizo en lo relativo al esfuerzo, sacrificio y a la vida austera, que ya el liberto Epicteto definía en los siguientes términos: «Si te has adaptado a una vida frugal en lo relativo a las necesidades corporales no te pavonees por ello…, y si alguna vez quieres ejercitarte en la resistencia física, hazlo para ti y no para los demás». Posteriormente, en el libro de las Meditaciones de Marco Aurelio se cita uno de los homenajes al emperador Antonino Pio (su padre adoptivo): «…y cómo tenía bastante poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su vestido, para su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal…».
Marco Aurelio fue «el príncipe estoico» de Roma, como Antonio Gaudí fue el «maestro estoico» de los arquitectos de Barcelona. Ambos sintieron hacia sus maestros una vivísima admiración; el primero a Cornelio Frontón (reconocido tutor de Marco Aurelio y gloria de la «oratoria romana», después de Cicerón), y el segundo al poeta y sacerdote Jacinto Verdaguer (autor del poema épico ‘La Atlántida’ (1902), del que Gaudí guardaba un ejemplar entre sus lecturas de cabecera, junto con la Biblia). De sus enseñanzas, los biógrafos extrajeron muchas de sus reflexiones, que Marco Aurelio dejó escritas en las Meditaciones y que Gaudí transmitió oralmente a sus «cuatro evangelistas» [ver artículo en LNC: Gaudí, el «maestro» de la Basílica (08/04/2025)], entre los que se encontraba Puig de Boada.
En la compilación de textos y comentarios de Isidre Puig Boada se cita una conversación de Gaudí, durante una de sus prolijas estancias en Astorga, que manifiesta a las claras su pensamiento práctico: «Cuando hacía el Palacio Episcopal en Astorga, hubo en la catedral un pontifical en el cual hizo el sermón el vicario general, que era de Tarragona como el obispo Grau. Yo le dije durante la comida con el señor obispo: «Doctor, me gustó mucho el sermón en catalán que usted ha hecho en la catedral». Ante la sorpresa que manifestó el sacerdote, porque había predicado en castellano, le dije: «Ya verá, lo más importante es el pensamiento o la manera de enfocar el tema, y este ha sido eminentemente práctico, sin elucubraciones. La sintaxis o construcción de la frase era también catalana; la fonética ni hablar; solo queda el vocabulario, que es lo menos importante».

Por aquel entonces, mientras dirigía la obra astorgana (entre 1889 y 1893), Gaudí pasó por una grave crisis existencial, que primero fue tratada por su mentor espiritual el obispo Grau Vallespinós y, tras la muerte del prelado asturicense (17/09/1893), ya en Barcelona, por el doctor Torras i Bages. Aún no se conocía su predisposición a caer en los excesos anacoretas o en las paradojas de los estoicos, ya que: «Nunca sabremos qué fue lo que impulsó a Gaudí a su extraño ayuno (en los primeros meses de 1894, coincidiendo con la Cuaresma, las semanas previas a la Semana Santa). Es bastante plausible concluir que esos y otros rigores a que se sometía su cuerpo –como dormir con las ventanas abiertas en la húmeda Barcelona o alimentarse a base de una dieta parca y descompensada- influyera en las dolencias que amargarían sus últimos años, como la artritis, la anemia y la brucelosis, pero es importante rastrear sus motivos emocionales…». [‘Gaudí (El arquitecto de Dios)’, J.J. Navarro Arisa]
No obstante, de la creciente espiritualidad de Gaudí, incrementada a raíz de su relación con los clérigos citados, y de sus propias elucubraciones místicas durante la construcción del Palacio Episcopal de Astorga, salió fortalecido en la fe cristiana, en el desprendimiento de las cosas materiales y en su propensión al sacrificio, que le acompañaría el resto de su vida. Del sacrificio diría: «Cuando mi padre se trasladó a Barcelona, me hice administrador. Yo disfrutaba pidiéndole dinero para mis pequeños gastos, como cuando era niño. Es necesario tener un amor ordenado al dinero. En esto soy deficiente. Las cosas provechosas no se hacen para la retribución; ya sabemos que nada es fructífero sin el sacrificio, y el sacrificio es la disminución del «yo» sin compensación. Esto va por los que quieren hacer el trabajo según el sueldo”. Para cerrar el círculo entre «belleza y sacrificio», añadiré lo que opinaba de la pobreza: «No se ha de confundir la pobreza con la miseria. La pobreza lleva a la elegancia y la belleza; la riqueza conduce a la opulencia y a la complicación, que no pueden ser bellas». (Puig Boada)
Estas fueron las «virtudes heroicas» que llevaron al difunto papa Francisco I a declarar a Antonio Gaudí «venerable» (el 14-04-25), luego de haber aceptado este los votos favorables de los consultores historiadores, teólogos, cardenales y obispos del Dicasterio de las Causas de los Santos de la Santa Sede. Cualidades estas propias de un verdadero estoico, que unidas a la «virtud», le hacen merecedor de tan alto honor. Por otro lado, sobre la virtud nos decía Antonio Gaudí: «… si bien es necesaria a todos, le conviene principalmente al hombre, ya que virtud viene de vir, hombre, virilidad, fuerza. Pero para que no caiga en la falsa humildad, el Señor le deja aún un puntillo de irascible amor propio. Yo soy por temperamento un hombre luchador; he luchado incesantemente y he salido adelante menos en una cosa: dominar mi mal genio. Pero no desfallezco […] Hay que dominarlo y rebajarlo, persistiendo en ello, aunque, de momento, no obtenga ningún resultado inmediato». (Puig Boada).
Para concluir, diré que todo este proceso se inició casi quince años antes, el 07 de noviembre de 2010 cuando, en la Homilía pronunciada por Benedicto XVI para la consagración del Templo de la Sagrada Familia, se puso de manifiesto una de las «virtudes heroicas» de Gaudí: «La BELLEZA es la necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza». Y añadió el reconocido teólogo: «La BELLEZA» es también reveladora de Dios porque como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca el egoísmo».