Un ‘Anillo’ contra el cambio climático

La Royal Opera se encomienda a Barrie Kosky para una nueva tetralogía de Wagner, que arranca con ‘El oro del Rin’ este miércoles en los Cines Van Gogh

Javier Heras
20/09/2023
 Actualizado a 20/09/2023
Imagen de ‘El oro del Rin’ de Wagner que este miércoles se representa en el Covent Garden de Londres.  | ROH
Imagen de ‘El oro del Rin’ de Wagner que este miércoles se representa en el Covent Garden de Londres. | ROH

Para un director de escena, pocos retos más imponentes que el ‘Anillo de los Nibelungos’: cuatro óperas, casi quince horas, decenas de personajes y localizaciones. Pero Barrie Kosky no teme a nada. El australiano (1967) no solo ha impulsado la Ópera Cómica de Berlín -que comanda desde 2012- a la elite de los teatros europeos; no solo ha logrado premios como el Olivier o el de la revista Opernwelt, sino que se convirtió en el primer regista judío en Bayreuth, la casa de Wagner, con ‘Los maestros cantores’, en 2017. Ahora vuelve a Covent Garden, que llevaba veinte años sin acoger una nueva producción de la tetralogía. La apuesta se extenderá durante todo un lustro, y de momento ha recibido los elogios de la crítica por su enfoque claro, accesible y espectacular. Su arranque, ‘El oro del Rin’, se retransmite en directo el miércoles 20 de septiembre en Cines Van Gogh.


Kosky había afrontado el ciclo wagneriano una sola vez, en Hannover (2009). Si entonces centró su mirada en el antisemitismo, ahora lo hace en el cambio climático. Sitúa en el centro de la escena un moribundo árbol de la vida (’Yggdrasil’), que todos intentan exprimir en cantidades industriales. Por otro lado, da omnipresencia a Erda, madre tierra, que nunca se baja del escenario. Solo canta al final -con la voz de la contralto Wiebke Lehmkuh-, pero se desdobla en la actriz octogenaria Rose Knox, desnuda y pálida, única testigo de la catástrofe que se avecina.


El espectador que lea por primera vez el argumento puede sentirse algo abrumado, pero en realidad sabemos más de lo que creemos: comparte con ‘El señor de los anillos’ de Tolkien su premisa fundamental, la de un objeto mágico con el poder de dominarlos a todos. Pero a cambio de un precio: renunciar al amor. Al final, quien lo porta es esclavo del propio anillo. El prólogo, ‘El oro del Rin’, presenta este mundo de dioses (y enanos, y gigantes, y héroes), empezando por el origen de la naturaleza, un larguísimo acorde de mi bemol mayor. Pronto asistimos al robo del tesoro del río por parte del enano Alberich, y a los pactos frustrados del dios supremo, Wotan. El autor de ‘Lohengrin’, también escritor del libreto, creó su propia mitología a partir de decenas de obras -su biblioteca de Dresde era vasta en literatura germana y escandinava-, aderezada con ideas filosóficas que tomó de Feuerbach, Schopenhauer y Nietzsche.


Compuesta entre 1848 y 1876, la tetralogía es quizá la obra más ambiciosa de la Historia de la música. Al oírla nos asaltan fuerzas elementales, primarias, un efecto que nace no solo de los temas del texto, sino sobre todo de la gigantesca orquesta. El compositor le dio protagonismo e incrementó su sonoridad, en particular a los vientos metales: ocho trompas, tres tubas, cuatro trombones, cuatro ‘tubas wagnerianas’ (que no existían y encargó diseñar). Suenan con todo su esplendor en el desenlace, cuando describen la entrada de los dioses en su castillo.


El genio de Leipzig (1813-1883), fascinado por la tragedia griega, emuló el papel del coro mediante la instrumentación, que comenta la acción, matiza, enriquece. Por ejemplo, cuando Wotan desciende al Nibelheim -el mundo de los enanos- se evoca el caos de su trabajo (son herreros) con un ruido creciente de 18 yunques golpeados por martillos. Tal volumen sonoro obligó a que surgiese un nuevo tipo de voz (la dramática), más potente para hacerse oír.


Wagner culminaba la búsqueda de su vida, la «obra de arte total» (’Gesamtkunstwerk’), suma de poesía, canto, teatro y danza. Harto de la estructura clásica, con sus números cerrados (arias y recitativos), halló un nuevo modo de vincular la palabra con la música: los ‘leitmotive’. Son breves melodías asociadas a personajes (Alberich), lugares (el Walhalla), objetos, ideas… El ‘Anillo’ contiene un centenar de leitmotive, de los cuales un tercio ya aparecen aquí. Si los conociéramos todos, casi podríamos seguir la trama sin leer el libreto. Así atrapan nuestro interés durante horas, nos dan pistas, aclaran hechos que no vemos, hacen crecer la tensión. Los temas son inagotables: varían, cambian de tono, se combinan… el compositor enlaza unos con otros en una «melodía infinita», un fluir continuo que se convierte en la densa estructura.


Al frente de la orquesta, Antonio Pappano domina las dinámicas y la riqueza sonora. Se nota que ha trabajado mano a mano con Kosky, y que en los ensayos han insistido en los matices de los personajes, más vivos que teatrales. Para la crítica, uno de sus aciertos ha sido convocar a un elenco en el que la mayoría de cantantes debutaban en sus papeles. Esto facilita su frescura interpretativa y los hace más maleables a las indicaciones. Destacan la mezzo rusa Marina Prudenskaya y el barítono inglés Christopher Maltman (1970), reconocido como el Billy Budd de Britten y como el profeta Juan el Bautista de ‘Salomé’.

Lo más leído