Lo que relata Ana Merino entre las páginas de su más reciente publicación, ‘El camino que no elegimos’ (Destino, 2025), es «la historia de amor y desamor de diferentes personajes». La escritora nacida en Madrid –aunque de ascendencia leonesa y de espíritu trotamundos– percibe al sentimiento, tantas veces inefable, como uno que «está en todos nosotros». «Es el germen de toda literatura y creo que es algo natural ir hacia allá», apunta: «Cuando vas hacia temas luminosos, temas estimulantes... Cuando vas a una literatura que te llene y te haga sentir bien y emocionarte, siempre vas a tener que ir hacia el amor».
Por eso, estudiosa, académica y hacedora como es de muchos de los diversos ámbitos de la literatura, ganadora de prestigiosos galardones como el Premio Adonáis o el Premio Nadal y acérrima defensora de la cultura, no puede evitar usar el sustantivo en varias ocasiones a lo largo de la conversación. Y ese amor del que habla no se limita al terreno romántico; hay otro que, gajes del oficio o de la consanguinidad, puede leerse sincero entre las líneas de sus palabras.
«Me preocupa que disfrutemos siempre, siempre, siempre de la lectura», revela una autora que ha cultivado ensayo, poesía, novela, relato breve... Tanto para público adulto como para infantil y juvenil. «Hay veces que tengo una idea que es un hilo que lleva a la niñez y a ese lector niño y hay otras veces que es un hilo de emociones, de conflictos, de resoluciones y de dimensión estética muy intensa y me deslizo por una novela adulta», relata Merino, que suena suave. Y puede que su docilidad, así como esa facilidad para pendular entre un lado y otro del abanico generacional, sean en parte el fruto de una pulsión educativa que le ha llevado a ser catedrática y fundadora del MFA de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa. Desde hace casi dos años, a dirigir la Cátedra Planeta de Literatura y Sociedad de la Universidad Internacional de Valencia.
«Mi pulsión educativa está en mí; me encanta la docencia, me encanta enseñar, me encanta ayudar a alguien en esa evolución de crecimiento y pensamiento», señala: «Yo he sido una niña lectora muy feliz y lo que quiero es que los niños sientan la misma felicidad que yo sentí y que leer les ayude de la misma manera que me ayudó a mí de niña porque desarrolló mi inteligencia y consolidó mi inteligencia emocional». En sus palabras, «por eso es tan importante dedicar también un tiempo a esos lectores más pequeños».

En una entrevista con motivo de la publicación de su anterior ejemplar, el cuento infantil ‘La oveja más parlanchina’ (Rimpego), la escritora reflejaba que «el libro tiene que ser parte de la construcción de la niñez» y que «la inteligencia se desarrolla leyendo». La propia Merino, que ha establecido su residencia en diferentes enclaves del mundo, como Holanda y Estados Unidos, siempre ha tenido por compañera a la literatura. A ella le atribuye su resiliencia y, por supuesto, su imaginación. «Hay un montón de elementos vitales que te los van a dar los libros», dice: «Yo me acuerdo de que cuando llegué a Iowa, que crucé el Misisipi, lo primero que hice fue ir al sur a buscar Hannibal, la ciudad de Mark Twain, porque estaba muy fascinada de niña con Huckleberry Finn, con Tom Sawyer y con esa América de ríos inmensos». Además –considera la autora–, «el esfuerzo del pensamiento literario, del pensamiento rodeado de imaginación, ayuda mucho a mitigar, a cobijar y proteger».
Aun así, lo cierto es que no es tan habitual encontrar a un niño –o a un adulto–, en cualquier contexto, fascinado por un libro como por un móvil. La imagen da cuenta de que quizá la opinión de Merino no es la más generalizada. «Creo que hay que educar otra vez e impulsar la defensa de las humanidades porque son la otra cara del desarrollo», considera: «La cultura es poder, es avance; la cultura es consolidar civilizaciones y proyectos humanos y creo que es muy importante no perderla».
No perderla y, además, heredarla; transmitirla entre generaciones como una herencia necesaria y congénita. Una herencia en la que la lectura compartida cumple un papel fundamental. «Claro, el de enraizar, el de establecer vínculos y ganar seguridad, ganar afecto e inteligencia», suma la escritora: «Por eso también hay que incentivar a los padres a que sigan leyendo, porque decir a los hijos que lean mientras los padres no leen es como enseñarles a lavarse los dientes, pero tú no lavártelos». Y es que, ¿es realmente frecuente esa estampa romántica de progenitor y primogénito leyendo juntos, a la luz del flexo, antes de ir a dormir? «Yo creo que estamos olvidándonos de que esos momentos son los que más plenitud van a dar a tu hijo», responde Merino: «Son los que le van a dar un sueño tranquilo y la capacidad de desconectar de las ansiedades del día, tanto para el padre como para el hijo». A su modo de ver, «esa meditación de la inteligencia y esa demostración de amor de diez, quince o veinte minutos son sagrados y deberían ser algo obligatorio como lavarse los dientes, comer sano o beber agua». «Sabes que hay que hidratarse igual que sabes que hay que leer», añade.
Muy escépctica con la relación entre creatividad y herramientas digitales como la Inteligencia Artificial –«la IA es plagio en el campo de la creación literaria»–, la autora de ‘El camino que no elegimos’ opina firme que este «es un momento vital para la lectura y para la literatura». «La tecnología es una herramienta, pero no significa que haya que depender de ella en todo», apostilla: «Si se nos va la electricidad, si de pronto hay un gran apagón, es tu inteligencia, tu capacidad de supervivencia y tu empatía social la que te va a hacer resistir, como ha hecho que las civilizaciones resistan».
La próxima parada de Ana Merino será este jueves, a las 19:30 horas, en La Casona de San Feliz. Allí llegará de la mano de su más reciente novela; una en la que rinde homenaje a todos los lugares de Estados Unidos en los que ha residido. Una novela «que tiene esa dimensión atmosférica de territorios» y que permite a la autora «indigar en ese espectro de muchas vidas que se cruzan y se dan significado». Una novela que no es la primera ni será la última de las que firme la escritora, que no puede decantarse por un género u otro. Sería como requerir a una madre o un padre que se quedara con un solo hijo. O como pedirle a un ávido lector que escogiera un único libro.
