Amortajados en vida

La Procesión de las Mortajas de Quintana de Fuseros salió a la calle nuevamente en la Fiesta de la Cruz

Fulgencio Fernández
04/05/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Amortajados con sus velas y feligreses del pueblo en el intrerior de la capilla del Cristo de la Cabaña, que después bajarán en propcesión.  | MAURICIO PEÑA
Amortajados con sus velas y feligreses del pueblo en el intrerior de la capilla del Cristo de la Cabaña, que después bajarán en propcesión. | MAURICIO PEÑA
Alas once de la mañana del 3 de mayo, la Fiesta de la Cruz, el tiempo se detiene en Quintana de Fuseros, un pequeño pueblo berciano del municipio de Igüeña. "Seremos unos 200 censados". Suenan las campanas, preside la plaza el viejo reloj de Viuda de Mutua, Vitoria, que también ha detenido el tiempo en las ocho menos veinticinco. No se mueven sus agujas. Hombres y mujeres comienzan a llegar desde todas las calles del pueblo con un ropaje bajo el brazo, en silencio, apenas un saludo y entran en la iglesia. Allí, extienden lo que llevaban bajo el brazo y se visten con él. Es su propia mortaja. Vivos y amortajados. Ofrecidos. Una ancestral tradición, única en nuestra tierra, casi única en España: la procesión de los amortajados o de las mortajas.

- ¿Es muy vieja la tradición?

- Mucho —te insiste la mayoría hasta que el pedáneo te aporta los datos—; la vieja Procesión de las Mortajas la organizaba la desaparecida Cofradía de Ánimas, de la que ya habla el Catastro de la Ensenada en el siglo XVIII. Ahora la organiza la Junta Vecinal pero como ha sido Declarada de Interés Turístico ya se está recuperando la cofradía, para que sea como siempre, más auténtica.

- Y para subvenciones; dicen al lado.

Marcelino Álvarez aporta datos más concretos: «De 1752 a 1754 ya se puede ver que la Cofradía de Ánimas de Quintana no sólo tenía fondos en esta localidad (150), sino también en Cabanillas de San Justo (58) y en Villaviciosa de Perros, que actualmente se llamaSan Miguel».

También te cuentan quequieneslo sabían bien eran dos hermanos del pueblo, ya fallecidos, Marcelo y José Luis Rodríguez Molinero, profesores en Salamanca. José Luis incluso le dedicó un poema.

Pero las conversaciones se interrumpen. Callan las campanas y de la iglesia comienzan a salir, camino de la Ermita del Santo Cristo de la Cabaña, algunos vecinos y los amortajados. Este año son veinte. Caminan vestidos con su propia muerte y una vela en las manos.

- ¿Quiénes participan?

- Los que se ofrecen a lo largo del año. Algunos por pura devoción pero la mayoría se han ofrecido ante una enfermedad, un accidente o similares, para dar gracias por no haber muerto. Por eso se visten con la que habría sido su propia mortaja.

Estuve trabajando en África y contraje la malaria, estaba realmente mal, y una tía mía me ofreció al Cristo de la Cabaña. Salvé, claro, y cuando llegó la Fiesta de la Cruz me dijo que tenía que salir. Gonzalo Molinero —«aquí somos casi todos Molinero»— no participa este año pero sí lo hizo en una ocasión anterior. «Estuve trabajando en África y contraje la malaria, estaba realmente mal, y una tía mía me ofreció al Cristo de la Cabaña. Salvé, claro, y cuando llegó la Fiesta de la Cruz me dijo que tenía que salir. Argumenté que no creía y me dijo: ‘ no pasa nada, salgo yo, que si no sale el ofrecido sale quien lo ofrece pero al Cristo no se le puede fallar’. Y decidí salir yo, encima que ella se preocupó de ofrecerme...».

- ¿Aquí la gente cree?

- Pregúntale a ella que sí cree, siempre te ofrece al Cristo...

Y la buena mujer, vestida con su mortaja, te ofrece un doble argumento qe resulta incuestionable: «Yo claro que creo y aquí la mayoría de la gente también; y además por la cuenta que nos tiene porque la otra opción sería habernos muerto, ponernos la mortaja de verdad».

Van recorriendo las calles. Suena la música y se escucha el silencio. La imagen sorprende y sobrecoge, gentes consu propia mortaja, con sus velas, en el día de la Fiesta de la Cruz, la fiesta del pueblo.

Llegan a la ermita del Cristo de la Cabaña. Un enorme ciprés de muerte preside el horizonte desde el cementerio, unos molinos eólicos de tiempos nuevos preside el horizonte aún más lejano. Suenan marchas fúnebres pero las interpreta una charanga vestida de tal y llamada, a plena luz de la mañana, Los Trasnochadores.
Quintana de Fuseros camina de lo ancestral y a la realidad. Vivientes vestidosde muertos. El siglo XVIII caminando por 2018.

Un viejo y singular rito. No hay más aunque parece que los hubo en La Garandilla, el Val de San Lorenzo o Pozos (aquí con niños). Las imágenes recuerdan a las zamoranas de Quintana de Aliste, también con mortajas, pero allí no hay ofrecidos, no hay nada personal, salen en Viernes Santo y guardarán el vestido para su propio funeral.

La procesión regresa a la iglesia, se recoge. A pocos metros ya están preparados los chorizos y la bebida de la fiesta popular.

Vida y muerte de la mano. Otra vez.
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