Los más de 9.000 kilómetros de distancia serían un impedimento para poner en contacto a un español y un mexicano. Las ocho horas de diferencia entre un país y otro serían un obstáculo inexpugnable para mantener una conversación. Serían –en condicional– si no existiesen esos artefactos que, fruto de la puntera tecnología, evaden sin reparos cualquier escollo; esos artefactos tecnológicos que, de una forma u otra, parecen obsesionar a Alberto Chimal.
«Yo empecé a escribir a eso de los diez o doce años porque, para entonces, ya era un lector voraz y me había enterado, por alguno de los libros que había leído, de que existía gente que hacía eso: escribir», cuenta al otro lado del artefacto, a más de 9.000 kilómetros de distancia, unas ocho horas antes. Desde aquí, unas ocho horas después.
Empezó a escribir «a eso de los diez o doce años», cuando se dio cuenta de que «los libros no aparecían como por encanto en casa o en las librerías». «Completé mis primeros cuentos cuando era adolescente y tuve la suerte espectacular de ganar un concurso local en mi ciudad natal, Toluca, cuando tenía 16 años», continúa: «Desde entonces, ya me pude considerar escritor publicado».
–¿Tiene que publicar un escritor para poder considerarse escritor?
–Yo creo que no– responde rápido,– pero a mí me sirvió porque después, como cualquiera, tuve muchas dificultades para seguir haciendo lo que quería, pero ya tenía el precedente de que había publicado un libro y eso me dio ánimos durante muchísimo tiempo.
De entre los géneros que ha venido cultivando desde aquel primer acercamiento a la escritura, no duda un segundo en confesar que su «favorito» es el relato corto. La razón es bien sencilla: las primeras lecturas de Chimal fueron cuentos. Cuentos de Edgar Allan Poe, de Gabriel García Márquez o de Amparo Dávila. Cuentos de Jorge Luis Borges. Más en concreto, ‘Uqbar Orbis Tertius’ de Jorge Luis Borges. «Me hizo darme cuenta de que había una cantidad enorme, increíble, infinita de posibilidades para la escritura», apunta un autor que encontró en el relato breve su «primer amor literario».
‘Estos son los días’, ‘Gente del mundo’, ‘Manos de lumbre’ y ‘El país de los hablistas’ son algunos de los títulos que dan cuenta de la devoción del mexicano por el citado género. La fascinación que profesa Chimal por el mismo compite con la que le presta a la imaginación. Lo oportuno es que ambas pueden complementarse.
"A menos que hagamos una lectura testimonial, siempre, en la narrativa, vamos a estar inventando"
–¿Son sinónimos ficción e imaginación?
–Creo que no, pero creo que se superponen, aunque sea un poco, de muchas maneras. A menos que estemos haciendo algún tipo de lectura testimonial, algún tipo de investigación a partir de un archivo, siempre, en la narrativa, vamos a estar inventando. Incluso en los relatos más cotidianos, más calmosos, habrá un cierto grado de imaginación y, cuando esa imaginación toma la delantera, se juntan ficción e imaginación. Ahí está la imaginación fantástica, que para mí es algo muy preciado y un material de trabajo que me encanta utilizar.
Las que, a su modo de ver y de escribir, sí comparten acepciones son la imaginación fantástica y la ficción insólita. Esta última es el motivo por el que Chimal llega este fin de semana a León: el festival Quimeras le reunirá este sábado (a las 18:45 horas en el Palacio del Conde Luna) con Ángel Olgoso y Susana Barrangués Sainz y este domingo (a las 11:00 horas en el mismo espacio) con Natalia Álvarez Menéndez, que actuará como moderadora de una cita bautizada ‘Literatura de imaginación’. Y es que, para el escritor y profesor de escritura creativa, «a través de lo insólito, a través de aquello que empieza a descuadrarnos o descolocarnos de la experiencia cotidiana, llegamos a toda clase de experiencias distintas, de territorios distintos del lenguaje, de la imaginación y de la conciencia humana».
A León llega de la mano de su libro de relatos ‘Las máquinas enfermas’ en la primera presentación oficial del ejemplar editado por Páginas de Espuma. «Los avances de la Inteligencia Artificial, la codicia de la oligarquía tecnológica, los demonios que somos capaces de despertar en nosotros mismos a través de la tecnología» son las temáticas que llenan las páginas del mexicano en una obra que podría considerarse de ciencia ficción.
–En un mundo digitalizado como este, con la tecnología siempre al alcance de la mano, ¿no está condenada la ficción a transformarse en ciencia ficción?
–En una época en la que hay tal inundación de acontecimientos, tal cantidad de información veraz, dudosa y francamente falsa que nos inunda desde todas partes a todas horas, resulta difícil, o hasta imposible, separar lo veraz de lo que no lo es– asegura.– Y eso es lo que, entre otras cosas, estamos viviendo ahora mismo en un mundo que habría sido considerado de ciencia ficción, ya no digamos en el siglo pasado, sino hace diez años.

Uno de los cuentos de ‘Las máquinas enfermas’, escrito hace dos años, tiene por trama la adicción de un político a su IA. En agosto de este año, El País publicaba un artículo sobre el primer ministro sueco, que admitía usar ChatGPT para «una segunda opinión» en sus labores de gobierno.
–La realidad supera la ficción.
–Ahora fue al revés: más bien, la ficción adelanta lo que le va a pasar a la realidad– contradice.– En muchos lugares, la gente no puede dar un paso sin consultar con su aplicación, con su ‘bot’, al que le pregunta de las cosas más importantes a las más triviales. Gente que tiene fe ciega en sus respuestas, aunque sepamos cabalmente que no son más que texto generado por una aplicación que no está pensando, que únicamente está calculando las probabilidades para que la respuesta suene a algo satisfactorio.
Aun así, la cuestión va más allá de los complejos de los consumidores. «En la vida real, lo que estamos viviendo es una enorme concentración de poder político y económico en los fabricantes de estos productos, que quieren insertarlos en todas partes y quieren, de alguna manera, tener más y más dinero para poder construir más y más centros de datos y tener más y más microprocesadores; más chips para hacer más y más aplicaciones de Inteligencia Artificial», reflexiona el autor: «Esto se está viendo como una especie de burbuja especulativa similar a las que ha habido en otras épocas de la historia que han terminado en crisis económicas».
No es lo único que desgrana el escritor en su más reciente publicación. Chimal plasma entre sus páginas «la tendencia actual a renunciar a nuestra propia capacidad de pensamiento, e, incluso, de creatividad». En su primer relato, ‘La madre del dragón’, el autor imagina un mundo en que la destreza escritora es dominada por las máquinas. En él, a la escasa literatura alumbrada por seres humanos la llama ‘LITERATURA’.
–¿Cómo será el futuro literario con estas IAs generativas?
–Siempre hay cambios cuando se introducen nuevas tecnologías. Todavía es muy temprano, pero estoy seguro de que, en ciertas porciones del medio de la publicación, de lo que todavía se ve como publicación en texto, sí va a haber una degradación de calidad: las tiendas virtuales de libros ya están vendiendo una cantidad creciente de textos autogenerados, hechos con inteligencia generativa, que son pura basura– se toma un instante para meditar.– Seguramente vamos a ver, por ejemplo, más celebridades encargándoles sus libros, ya no tanto a escritores fantasmas, sino a algún modelo generativo. Seguramente vamos a ver un decaimiento de la capacidad lectora y, también, de la escritural en muchas zonas del mundo.
"La IA de Google es un ejemplo de cómo los dueños de estas compañías intentan obligarnos a usarla"
Tampoco es que quiera Chimal presentar una visión «apocalítptica». El escritor mantiene la opinión férrea de que «sí que hay algo que puede lograr un ser humano y que un motor probabilístico, un aparato de autocompletar superdesarrollado –que es lo que son las IAs–, no puede hacer por su propia cuenta». Incluso, considera, que estos –seudo– sofisticados aparatos, «dentro de sus limitaciones, pueden tener utilidades». Esas ya las conoce la gran mayoría, así que el mexicano –como su obra– prefiere centrarse en sus peligros; en las consecuencias que, casi sin quererlo, se tornan en alimento nutritivo para la imaginación.
Y es que, se quiera o no, la Inteligencia Artificial, cuyo bautismo traduce Chimal en «publicidad engañosa», ha llegado para quedarse. Tanto es así que hasta se aparece, como un espectro, prácticamente en cualquier rincón del ciberespacio, aun sin que el navegante cibernético pretenda echar mano de la misma.
–Su aparición en Google cuando haces una búsqueda es un ejemplo de cómo los dueños de estas compañías tecnológicas intentan obligarnos a todos a usarla, incluso aunque no queramos– opina rotundo.– En esta última década, hemos visto cómo diferentes servicios que se ofrecen gratuitamente a través de Internet se vuelven cada vez menos últiles y más intrusivos para los usuarios. Ese es un proceso deliberado para mantener a los usuarios usando este tipo de aplicaciones con la idea de incrementar tanto como sea posible sus estadísticas para seguir teniendo dinero de sus inversores. En el fondo, eso es lo único que interesa: seguir manteniendo esta especie de principio de crecimiento constante y acelerado sin jamás tener en cuenta las necesidades de los usuarios ya capturados.
–Si a una IA se le pide plantearle una única pregunta a Alberto Chimal, esta responde: «Si las máquinas pudiéramos imaginar, no solo procesar datos, sino soñar, ¿qué responsabilidad tendría la humanidad sobre esos sueños?».
–Sospecho que alguien debe haber redactado eso en algún momento y de pronto lo extrajo el programa de la base de datos– ríe el autor, que se atrave a responder a a la IA.– Si una máquina empezara a soñar, ya de entrada tendríamos que admitir que tiene algo parecido a una conciencia, a una representación o imagen de sí misma. Si estuviésemos en esa situación, que no creo que lo estemos, los seres humanos tendríamos que dejar que esos sueños ocurrieran, que esa mente se desarrollara como debería hacerlo cualquier mente humana y encontrar el significado de un fenómeno que sí sería estremecedor, tremendo, sin precedente alguno en la historia de este planeta. A lo que quiero llegar es que el principal reto no sería para esa presunta nueva conciencia, sino para los seres humanos, que tenemos un palmarés extremadamente malo en dejar que otros seres humanos existan, vivan y prosperen. Siempre estamos estorbando, siempre estamos oprimiendo, siempre estamos explotando y asesinando a otros; cancelando, no sólo sus sueños, sino sus posibilidades de vida... El desafío para esas conciencias sería entonces como ha sido hasta ahora para los seres humanos.
Puede que la obra ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ de Philip K. Dick se asome agazapada entre los renglones de estas páginas. Puede que su equivalente cinematográfico, ‘Blade Runner’ de Ridley Scott, emita un aliento que impregne esta conversación intercontinental a más de 9.000 kilómetros de distancia; unas ocho horas antes o después. Lo que está claro es que Alberto Chimal es un autor de libro –de libros–. Un autor que, lejos de dejarse estrangular por los tentáculos del negocio tecnológico, seguirá siempre apostando fiel por la literatura. Por la LITERATURA así: en mayúsculas.