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León y el imperio romano

19/06/2022
 Actualizado a 19/06/2022
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Es feo León. Bien mirado, feo de cuerpo y de alguna alma. Cuenta, eso sí, con algunos edificios hermosos; ¿quién le negaría esa condición a una catedral gótica o una basílica románica, quién sería capaz de no emocionarse ante unos milenios, unas ojivas, un equipazo del santoral haciendo de las suyas? En definitiva: «¿A quién no le va a gustar un imperio romano?».

La cuestión es lo que no hicieron los romanos, y entiéndase aquí ‘romano’ como cuando se refiere a un puente viejo. Nos trajeron mucho los romanos, como bien sabían en el Frente popular de Judea, pero el buen gusto no se hereda ni es patrimonio del común. Como muchos otros especímenes, los leoneses sufrimos una especie de ‘síndrome de Santo Domingo’. Miramos la ciudad desde el ombligo y por ese motivo no se hace raro que los munícipes se ensañen a ver quién hace más boquetes en Ordoño II o en la calle Ancha. Desde esa plaza circular con su fuente de chorritos la ciudad adquiere el porte de una pequeña villa europea, con catedral, basílica, murallas y calles peatonales. No se engañen. Por la misma razón que no solemos visitar nuestros propios monumentos y museos a no ser con algún forastero, ese desconocimiento nos preserva de comprobar las enormes similitudes respecto a otros tantos lugares y la vergüenza que rodea el copetudo epicentro que impide ver el bosque. La ignorancia nos protege y hace brillar el caserío central de la ciudad como una manzana sobada.

¿Hay algo más aparte de esos islotes que naufragan en el desquiciamiento urbano de una ciudad de provincias como otra más? Se para uno a rumiarlo y concluye: es feo León. Fíjense si es feo que se inventan afeites para acicalarlo: coponines mágicos y asambleas de mucha y precursora democracia. ¿A quién no le va a gustar un poco (más) de medievo? ¿A quién no un poco más de una muralla si es (era) romana?

Pero mirar la ciudad desde fuera, desde sus destartalados andurriales, es un ejercicio de humildad y congoja que se extiende al corazón de sus barrios más concurridos: ese Húmedo desdentado y ebrio convertido en una sucesión de casas famélicas y ruidosas corralas parece la metonimia de una ciudad sin rumbo. No hablemos, claro, de urbanismo… Aunque subsista algún edificio y algún trazado pronto ahogado por la avaricia y la inconstancia, solo su ausencia es materia de reflexión: la ciudad se extiende como un rompecabezas lanzado al azar sobre un llano preparado para mayores esperanzas.

Sucede por doquier. Nos embriagamos de tramposas estampas al modo de Castrillo de los Polvazares y evitamos volver la vista hacia las Ponferrada, los Villaquilambre, los San Andrés... El legado de los leoneses de hoy (y de ayer mismo) será feo y extenso. Quizás el tiempo redima una parte pero esa vulgaridad no ofrece muchas posibilidades de que alguna indulgencia nos alcance. ¿A quién le gustaría este imperio?
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