León, que pena de buen vasallo…
León, que pena de buen vasallo…
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León, que pena de buen vasallo…
A pesar de que mi estado de ánimo no es el que tuve en otros momentos, pude apreciar, y disfrutar, lo que es el sentimiento leonés, con miles de personas en la calle disfrutando de lo leonés sin paliativos. Como bien dice un entrañable amigo, leonés de raza y aferrado a la tierra que le vio nacer y que tanto ama, sin otro interés que el de ver prosperar a esta provincia, aunque algunos, por intereses personales, quieran empeñarse en lo contrario.
Lo cierto es que, viendo los muchos pendones (de los de tela) desfilar por las calles de León, cuyo origen, a decir por los historiadores, y por la documentación que se conserva en los archivos, se remonta a la baja edad media dejando constancia de lo que fuimos y lo que somos que, como decían los clásicos «lo que permanece en el recuerdo no muere» sin perder, en ningún caso, las perspectivas de futuro, porque aunque es cierto que no se puede vivir solo de los recuerdos, también es cierto que el que se deshace de ellos esta condenado a ser un ser hueco, susceptible de chocar con la misma piedra, para ocultar sus carencias.
Dado que en esos tiempos pocos ejércitos, se pudiera decir, estaban organizados componiéndose la mayoría de ellos de las llamadas mesnadas a las ordenes de su señor, los pendones cumplían esa misión identitaria en las luchas y acontecimientos, ya fueran civiles o religiosos, con gran implantación nuestra provincia.
Hoy la denominación permanece, aunque los ‘pendones’, además de un mayor protagonismo histórico, poseen una doble acepción. Sentí una cierta emoción al observar cómo los leoneses que se encontraban en mi cercanía se les llenaban los ojos de unas incipientes lágrimas al ver pasar esos símbolos que tanto representaron en otros tiempos y que, hoy, siguen estando en el sentir de muchos mientras sonaban los compases de conocidas canciones interpretadas por nuestras gentes, al ritmo de la dulzaina y el tambor.
Estas son las verdaderas fiestas de León, comentaban, las cuales representan el sentimiento que llevamos dentro y que, por mucho que se algunos se empeñen no nos lo van a quitar.
De otros comentarios que escuché a continuación no quiero reflejarlos porque no son aptos para todos los públicos, a pesar de la edad que muchos tenemos. Es importante resaltar la colaboración desinteresada del papel que la climatología de la que estamos disfrutando representa, lo cual facilita, sin el impedimento que en otras ocasiones, tapaba el auténtico sentir de los leoneses.
Viva León y a ver si, entre todos, logramos hacer que se viva mejor y que vuelvan los se marcharon (si quieren) como expresión de que aquí haya empleo, y se pueda vivir mejor. Conclusión, y como se atribuye al Cantar de Mío Cid: «Qué pena de buen vasallo si tuviera buen señor», o señores, aunque aquí lo de Vasallo lo llevamos mal. ¡Viva San Froilán!
A mi compañero de columnas, y amigo por encima de todo, Julio Cayón (no Cañón) recordándole aquellos años de concejal en que, ataviado con ropa ‘arabesca’, iba recopilando doncellas hasta alcanzar las cien que el rey Abderramán I exigía como tributo al rey Cristiano Mauregato, de acuerdo con la leyenda.
Lo cierto es que, viendo los muchos pendones (de los de tela) desfilar por las calles de León, cuyo origen, a decir por los historiadores, y por la documentación que se conserva en los archivos, se remonta a la baja edad media dejando constancia de lo que fuimos y lo que somos que, como decían los clásicos «lo que permanece en el recuerdo no muere» sin perder, en ningún caso, las perspectivas de futuro, porque aunque es cierto que no se puede vivir solo de los recuerdos, también es cierto que el que se deshace de ellos esta condenado a ser un ser hueco, susceptible de chocar con la misma piedra, para ocultar sus carencias.
Dado que en esos tiempos pocos ejércitos, se pudiera decir, estaban organizados componiéndose la mayoría de ellos de las llamadas mesnadas a las ordenes de su señor, los pendones cumplían esa misión identitaria en las luchas y acontecimientos, ya fueran civiles o religiosos, con gran implantación nuestra provincia.
Hoy la denominación permanece, aunque los ‘pendones’, además de un mayor protagonismo histórico, poseen una doble acepción. Sentí una cierta emoción al observar cómo los leoneses que se encontraban en mi cercanía se les llenaban los ojos de unas incipientes lágrimas al ver pasar esos símbolos que tanto representaron en otros tiempos y que, hoy, siguen estando en el sentir de muchos mientras sonaban los compases de conocidas canciones interpretadas por nuestras gentes, al ritmo de la dulzaina y el tambor.
Estas son las verdaderas fiestas de León, comentaban, las cuales representan el sentimiento que llevamos dentro y que, por mucho que se algunos se empeñen no nos lo van a quitar.
De otros comentarios que escuché a continuación no quiero reflejarlos porque no son aptos para todos los públicos, a pesar de la edad que muchos tenemos. Es importante resaltar la colaboración desinteresada del papel que la climatología de la que estamos disfrutando representa, lo cual facilita, sin el impedimento que en otras ocasiones, tapaba el auténtico sentir de los leoneses.
Viva León y a ver si, entre todos, logramos hacer que se viva mejor y que vuelvan los se marcharon (si quieren) como expresión de que aquí haya empleo, y se pueda vivir mejor. Conclusión, y como se atribuye al Cantar de Mío Cid: «Qué pena de buen vasallo si tuviera buen señor», o señores, aunque aquí lo de Vasallo lo llevamos mal. ¡Viva San Froilán!
A mi compañero de columnas, y amigo por encima de todo, Julio Cayón (no Cañón) recordándole aquellos años de concejal en que, ataviado con ropa ‘arabesca’, iba recopilando doncellas hasta alcanzar las cien que el rey Abderramán I exigía como tributo al rey Cristiano Mauregato, de acuerdo con la leyenda.