08/09/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Septiembre es un mes que se adentra en el otoño, estación tan agradecida habitualmente en León y de un colorido ocre y púrpura en el arbolado de la llanura y de la montaña. Aunque muchos de sus hijos, o descendientes, veraneantes, ya han abandonado los pueblos, aún permanecen en ellos un buen número de jubilados, hasta que una cuajada escarcha se anuncie en las praderas y en los tejados: será entonces cuando «cojan el pendín» hacia sus habituales pisos en zonas urbanas.

La vitalidad del verano es, en cuanto a la población de nuestros pueblos, puro espejismo: pues nada se atisba pueda detener una mengua continua de habitantes y de la actividad económica, y aún menos del envejecimiento. Nos quedamos, pues, con los problemas enquistados. Y una actualidad palpitante, con su lado positivo, el futuro prometedor para un ámbito de la agricultura, como es el cultivo del lúpulo; y otro doloroso, el cerrojazo empresarial, de Vestas, en Villadangos.

La instalación, en el nuevo polígono de Villadangos, y puesta en funcionamiento de aquella primera empresa, danesa, considerada líder mundial en el desenvolvimiento de la tecnología eólica, fue algo sorprendente, tanto por su rapidez, como por su eficacia: en agosto de 2005 se anunciaba el inicio de las obras, en marzo de 2006 la fabricación de aerogeneradores, y la inauguración el cinco de julio siguiente con los presidentes autonómico y provincial, Herrera y García-Prieto. Con altibajos en la producción y en el empleo, la empresa ha determinado el pasado 27 de agosto el cierre definitivo, con lo que 362 leoneses se han quedado, parece irremisiblemente, sin trabajo, y abocados al paro o al traslado a las instalaciones de Daimiel y Viveiro; otras actividades económicas o de servicios, que resultaban complementarias, se verán, asimismo, perjudicadas. Vestas ha recibido, desde su apertura en Villadangos, 12,5 millones de euros en subvenciones públicas, europeas, de la nación, y de la autonomía; no es una cuantía baladí, un millón largo anual.

Con el anterior precedente, si en la montaña leonesa los empleos ligados al carbón y las térmicas, como energía tradicional y contaminante, agonizan, en la llanura, los concernientes a la eólica y limpia, desaparecen. En Vestas de forma fulminante, con la zozobra, incertidumbre y temor de las familias por su futuro; con un ardor de impotencia, pese al arropamiento de instituciones, sindicatos y ciudadanía. La amplia, reluciente fábrica, con un diseño moderno de metal y vidrio, sin apenas sacar fruto de las instalaciones queda a merced del oprobio y de la venta.

Otra es la situación de la comarca cercana, donde los cultivadores del Órbigo estos días cosechan el lúpulo. El brazo cortador, acoplado al tractor, con su disco giratorio puntero va segando casi a ras de suelo las matas que, desde lo alto, caen rendidas hacia el remolque; los postes tutores, que desafiaban en altura a las choperas cercanas con sus calles simétricas de verdor, van quedando despejados, entrelazados por la maraña de alambre, y el paisaje se clarea. La pervivencia del lúpulo, cuyo fruto es ‘oro’ encapsulado en flor verde, evidencia la capacidad de asociación, de tenacidad y apuesta permanente por el futuro, de una tierra. Como tantas veces, la iniciativa partió de unos ‘aventureros’, que en los pasados años 40 se arriesgaron a cultivar una ‘exótica’ planta trepadora: cuatro labradores de Carrizo, reconocidos en la memoria colectiva por sus apodos, el Jato, el Molinero, el Pirolo y el Carrero.

La extensión cultivada hoy en día en León (el 99 % de la producción nacional), centrada casi exclusivamente en el Órbigo (con algunas parcelas en la vega del Tuerto), alcanza las 537 hectáreas y una producción en torno a las mil toneladas. El reto ahora es la modernización de las instalaciones; y la introducción de nuevas variedades, que complementen la tradicional ‘Nugget’, para contar con plantas que propicien a la cerveza no solo el amargor sino el aroma. La universidad y diputación leonesas no han sido ajenas a este empeño, por lo que en la actualidad, una vez evacuados los informes de las fincas donde se ha hecho ‘el ensayo’ de nuevas variedades, se llevará a cabo su implantación. Otro propósito es triplicar la superficie cultivada, con su extensión a las vegas del Porma y Torío; y aprovechar el posible atractivo que supone la flor de lúpulo, ‘Oro verde’, para impulsar el turismo en su entorno.

Los cultivadores del lúpulo tienen su futuro despejado pues su asociación, SAT, renovó en 2017 un convenio, con la multinacional Hospteiner, que garantizará al sector, hasta 2024, la compra de las cosechas por un importe que rondará los 40 millones de euros. Es el sosiego de la certidumbre, la garantía del arraigo para unas 250 familias leonesas en la vega del Órbigo; ello, frente al desamparo y diáspora que en un futuro próximo sufrirán –salvo reconsideración que biendichosa sería– los trabajadores de la fábrica Vestas, asentada en el Páramo. La cara y la cruz de la realidad humana y económica de este septiembre en León.
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