León apocalíptico (IX): ¡Maldito seas Dan Brown, cuánto daño ha hecho tu código!

Contraportada a cargo de Miguel Martínez Panero que pone el texto a la imagen de J.J. Rodríguez en el 'Retablo de fotógrafos' que aparece en las últimas páginas de La Nueva Crónica este verano

J.J. Rodríguez y Miguel Martínez Panero
30/08/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Acabé Bellas Artes y Restauración con la suerte de que, al ser yo de Gradefes, me eligieron para un proyecto que por entonces se fraguaba. Me explicaré: cuando ya no hubo duda de que el Beato que atesora la Biblioteca Pierpont Morgan de Nueva York era el célebre ‘Comentario al Apocalipsis’ que estuvo en San Miguel de Escalada hasta el s. XIV, la Junta lo reclamó en propiedad (¡ja!). Luego, mi pueblo natal, más realista, lo solicitó para una exposición temporal de ‘Las Edades del Hombre’.

Sin embargo, tras el escándalo del Códice Calixtino, estaba claro que los americanos no nos iban a prestar su joya; aun así nos concedieron digitalizar el texto con sus recursos y en su lugar de conservación, para después exhibirlo ‘online’ con créditos compartidos (así lavaban su conciencia). Y a la Gran Manzana nos fuimos mi jefe y yo, con unas fotocopias del prólogo al facsímil de Moleiro (¿o era de Edilesa?) y de los artículos del erudito local por todo bagaje.

Nos dieron muchas facilidades y mi supervisor, una vez que la cuidadosa labor de reproducción se hizo tediosa y repetitiva, me dejaba regularmente a solas con el manuscrito mientras él fisgaba otros documentos expurgados.

De sobra sabía yo que no debían dañarse con luminosidad intensa las coloristas láminas que Magius, el archipictor del códice, dibujó en el filo del primer milenio. Pero una vez me equivoqué de botón en el complicado escáner y el recinto se saturó de luz infrarroja, ultravioleta,… qué se yo.

Cuál no sería mi sorpresa al ver que bajo el dragón de siete cabezas había un texto mozárabe: una profecía que con mi poca paleografía interpreté como la pérdida por la Iglesia de sus bienes terrenales que comenzó con la desamortización.

Por curiosidad expuse al mismo proceso otras láminas: en todas había textos ocultos. El códice era, de hecho, un palimpsesto. Bajo un diseño anterior al expuesto, el de la Ramera de Babilonia, el autor se refería herméticamente a la degradación imparable del monasterio. Y tras uno posterior, donde San Juan se tragaba un libro que le retorcía las tripas, se anticipaba el guadianesco destino posterior del propio códice.

El tiempo había demostrado que Malaquías y Nostradamus erraron, pero todas esas visiones de Magius se habían cumplido. Me dirigí entonces nervioso a la última ilustración: el Juicio Final. En su envés, escondida, una fecha: dos milenios justos calculados desde la pasión y muerte del Salvador.
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