León Apocalíptico (III): En la isla

Contraportada de La Nueva Crónica a cargo de Antonio Toribios, que pone el texto a la imagen de J.J. Rodríguez en el 'Retablo de fotógrafos' que aparece en las últimas páginas de La Nueva Crónica este verano

J.J. Rodríguez
19/07/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Ayer estuvimos de excursión con el cole. Pasamos un puente muy largo, que dice el profe que es nada menos que de finales del siglo XXI, y llegamos a la isla. Allí nos dijeron que hace seiscientos años no había agua, sino un valle muy grande lleno de unos seres vivos llamados árboles. Los mutantes anfibios pudieron sumergirse y ver el fondo, y caminar por las ruinas de unas construcciones donde en la antigüedad daban de comer a los turistas. Yo tuve que bajar con escafandra, porque dice mi padre que eso de ser mutante sale muy caro, y que tampoco hay tanto que ver por debajo del agua.

La señorita PW-4 nos contó luego que antes de los turistas allí hubo oro y que lo sacaban unos señores con agua a presión. A Piwi Carballo le dio la risa. Lo del mar interior es culpa del llamado ‘efecto invernadero’, una cosa en que nuestros antepasados no creían del todo hasta que se deshelaron los polos y se encontraron ‘con el agua al cuello’, una expresión que dice mucho mi abuela Munda.

La seño PW-4 es uno de los prototipos de enseñante más logrados. Tiene unos bonitos ojos y un tono de voz que se puede modular con un mando a distancia. Cuando me mira siento como un aleteo en el estómago. Mi madre dice que no me preocupe, que es normal a mi edad.

Los señores que sacaban el oro se alimentaban de castañas, unas bolitas que salían de aquello que llamaban árboles. En esa época todavía se comía porque aún no habían inventado el éter marinado ni el efluvio boloñés al estragón, del que todos llevamos varias dosis en la mochila. Entonces se masticaba la comida e incluso se mataban animales, justo de esos que ahora están en la gran arca universal, clasificados por familias.

El oro era una cosa muy apreciada en el mundo de antes de la Refundación. Nos dice la seño que unos que se llamaban ‘romanos’, llegados de una ciudad que se inundó hace mucho, hacían adornos y una cosa que llamaban ‘monedas’. Con ello compraban objetos como hacemos nosotros ahora con el pensamiento. Por cierto que he visto al pasar un patinete cuántico y me lo han cargado en la cuenta. Ya dice mi padre que ojito con los deseos.

La excursión se ha acortado porque es casi la hora de llover, según la programación meteorológica establecida por el Consejo de Sabios. Así que recogemos todo y elegimos los recuerdos que queremos conservar para la vuelta. Yo he borrado lo que me ha pasado con Nzyta Mariño, porque me da corte, pero he grabado una panorámica de la isla para enseñársela a mi tía Casia, que carece de función locomotora.

 (Texto de Antonio Toribios)
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