La Virgen del Camino y la Pulchra Leonina

Máximo Cayón Diéguez
04/10/2019
 Actualizado a 04/10/2019
En el brazo sur del transepto catedralicio se encuentra el sepulcro del obispo Martín Fernández, prelado que ocupó la Silla de San Froilán desde 1254 hasta 1289. Afianzado en el muro oeste, la autoría de este monumento funerario, preservado por una reja, se atribuye al Maestro de la Virgen Blanca. Notario real, amigo y protegido de Alfonso X el Sabio, el referido prelado fue el promotor de la construcción de la actual Catedral gótica legionense. Hombre dinámico y resolutivo, durante su episcopado introdujo en nuestro primer templo la piadosa costumbre de cantar la Salve todos los sábados, después del rezo de ‘completas’.

Si uno se sitúa ante este enterramiento, y, luego, levanta la mirada, le será dado contemplar una vidriera, en la ventana baja, dedicada a la Virgen del Camino, patrona de la Región leonesa. Allí, en las tres primeras lancetas de la izquierda, son reconocibles con toda nitidez alguna de las más tradicionales vicisitudes inherentes a esta advocación en tierras leonesas.

La vidriera se terminó el año 1901. Es fruto del proceso de restauración efectuado en los vitrales entre 1895 y el referido año, bajo el impulso y dirección de Juan Bautista Lázaro de Diego, quien, a la muerte de Demetrio de los Ríos, el 27 de enero de 1892, en junio siguiente, fue designado arquitecto-director de las obras de restauración de la Pulchra Leonina. Auxiliado por su estrecho colaborador Juan Crisóstomo Torbado Flórez, quien le sustituiría en el cargo, Lázaro falleció el 20 de diciembre de 1919. Pronto se cumplirán, pues, los cien años de su óbito.

En la compleja tarea, tanto de composición como de reparación de los vitrales, resultó determinante la actuación de los maestros vidrieros Guillermo Alonso Bolinaga, Alberto González, Marceliano Santamaría y Emilio Moncada, «que habían sido introducidos y perfeccionados en el arte de la vidriera por el catalán Rigalt. El modesto pero eficacísimo taller leonés consiguió restaurar todos los grandes ventanales de la nave alta y los grandes rosetones occidental y septentrional con sus respectivos triforios el año de 1897». [Ignacio González-Vara Ibáñez: ‘La Catedral de León. Historia y restauración (1859-1901), 1993. Pág. 446].

En “Las Vidrieras de la Catedral de León’, [1992. Pág. 71], obra de José Fernández Arenas y Jesús Cayo Fernández Espino, se revelan determinadas características del vitral que nos incumbe. Textualmente son éstas: «Recoge en medallones con figuras pequeñas la historia de la Virgen del Camino, imitando en la forma a las vidrieras antiguas del siglo XIII. Las escenas se encierran en formas circulares y hexagonales predominando el color amarillo como resultado del uso de grisallas sobre cristales blancos».

Se admite como teoría común que el orden de lectura de una vidriera se realiza habitualmente de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba, cuando la superficie de los vitrales es más reducida que en el casos de los ventanales altos. De acuerdo con esta premisa, la primera representación que nos encontramos lleva nuestra memoria hasta el 2 de julio de 1505, festividad de la Visitación de la Reina de los Cielos a su prima Isabel. En esta fecha, según la tradición, la Virgen del Camino se apareció a Alvar Simón Gómez Fernández, pastor de Velilla de la Reina, que en aquella altiplanicie apacentaba su rebaño. El prodigio se sitúa en el lugar que ocupaba la ermita del Humilladero, es decir, precisamente, donde se alza el templo parroquial.

El vitral siguiente apunta a la construcción de la primitiva ermita, cuya fuente documental más antigua se registra en un acta del Cabildo de la S.I. Catedral, de fecha 18 de mayo de 1513. El texto hace referencia allí a las limosnas, lo mismo en efectivo que en especie, con que los devotos favorecían a Nuestra Señora del Camino «que agora se aparesció», lo que permite aventurar que la fábrica de la citada ermita era anterior al señalado año 1513. La población de la Virgen del Camino se halla incardinada en el Camino de Santiago. Con una alusión a los peregrinos a Compostela finaliza el recorrido por esta primera lanceta. En el Apostolado que cubre la fachada de la actual Basílica del altiplano es fácilmente reconocible el Apóstol Santiago por las conchas que aureolan su figura.

En la segunda lanceta, acogiéndonos al sistema adoptado, la religiosidad popular está presente en imágenes referentes a una procesión, a las ‘anovenarias’ y a la romería. Entre cruces y pendones, en el cortejo procesional, signado por la rogativa que tantas veces ha protagonizado la Reina y Madre del pueblo leonés, resalta el histórico ‘Pendón de Tierra’ de la Sobarriba, «un pendón de damasco coloreado o encarnado, con una figura de Nuestra Señora y con la corona y llaves del señor San Pedro». [Antonio Barreñada García: ‘La Hermandad de la Sobarriba’. León. 2005. Pg. 159]. Las ‘anovenarias’ son hoy una imagen retrospectiva. Vestidas de luto, hacían la novena a la Virgen del Camino. Y, al decir de Crémer, «de ahí les venía el nombre». Y es que el tiempo impone sus mandatos y dispone sus prescripciones. En cambio, la devoción a la Virgen del Camino sigue vigente entre las preferencias espirituales de los leoneses, que, cada 5 de octubre, acuden a la romería de San Froilán, bien, andado, o, bien, motorizados. Se trata de una estampa secular en torno al santuario mariano. Una vez allí rezan a la Soberana Señora, pasan por el camarín para besar su manto, y, después, adquieren los ‘perdones’, las típicas avellanas, que para la Pícara Justina, siempre donosa y ocurrente, «fueron jubileo plenísimo’ porque vinieron a saciar sus hambres, hasta tal punto que como ella misma declara ‘comí tanto del perdón que, si como quedé sin pena, quedara sin culpa, fuera jubileo de veras». [López de Úbeda, Francisco: ‘La Pícara Justina’. Madrid. 1991, pg. 323].

‘El cautivo de Argel’ sustenta el contenido de la tercera lanceta, una leyenda narrada por el jesuita P. Juan de Villafañe, que, desde la más tierna infancia, todos hemos escuchado a nuestros progenitores, con Alonso de Rivera, mozo de Villamañán, y el moro Alcazaba como protagonistas. Con carácter de síntesis, recordemos que, en busca de fortuna, el muchacho se embarcó en la escuadra del almirante Hugo de Moncada, virrey de Nápoles y Sicilia. Durante su periplo aventurero, en palabras de Cayón Waldaliso, «las hazañas del leonés se traducen en bandera de aplausos épicos» [‘Tradiciones Leonesas’, 1986, pg. 130]. Cuando regresa a la casa paterna, la embarcación que le transporta es asaltada por bajeles corsarios que lo hacen prisionero. Un pergamino existente en el santuario resume el sobrenatural suceso de esta guisa: «Estando Alonso de Rivera, vecino de Villamañán, cautivo en Argel en poder del mozo Alcazaba, se encomendó muchas veces a esta Soberana Señora Virgen del Camino y temiendo el moro que le había de librar y se había de ir, le metió en esta arca y él encima para mayor seguridad habiendo ligado con estas cadenas, y su Divina Imagen fue servida de traerle de la noche a la mañana a su santa Casa, donde murió santamente él y el moro. Sucedió año 1522».

La cadena mide 17 metros y tiene 93 eslabones. El arca, que es de madera, a través de los siglos sufrió un evidente deterioro porque los devotos arrancaban de ella pequeñas astillas que se llevaban como reliquias. Por ello, hubo de forrarse con láminas de cinc. Desde 1961, ambas, arca y cadena, preservadas por cristales, se conservan en la Sala de Exvotos del Santuario de la Virgen del Camino.

Las escenas de la cuarta lanceta son ajenas a la Dolorosa del Camino, que, a mayor abundamiento, tiene también representación iconográfica en la antigua capilla catedralicia de Santiago o de la Librería, actualmente del Santísimo Sacramento. En mayo de 1715, hallándose la imagen de la Virgen del Camino en la S. I. Catedral de León, con motivo de una rogativa impetrando el beneficio de la lluvia, que, después, cayó abundantemente, se produjo en el interior de nuestro primer templo el llamado ‘Milagro de la centella’, así denominado, tal como lo recoge D. José González en su obra ‘La Virgen del Camino, de León’, [1925, pg. 78], «por no haver sucedido desgracia con la zentella, no obstante que su fuego y el humo tocó a muchas personas». Y el eminente publicista, que fue arcipreste de la catedral legionense, añade al respecto [pg. 81]: «Por entonces se hizo la imagen que se venera hoy en la capilla del ábside de la Catedral». Actualmente, recibe culto allí una réplica exacta de la patrona de la Región leonesa, datada en 1951, autoría de Víctor de los Ríos.

«¡Oh, León de mis ensueños! / de la Virgen del Camino trono y ara». Éstos son dos versos del agustino P. Gilberto Blanco Álvarez, tomados de su obra ‘León, romance heroico’, escrita en 1930. Por sí mismos, revelan el constante y entrañable maridaje espiritual que mantienen secularmente esta antigua capital del Viejo Reino y la Patrona de la Región leonesa, que en las citadas vidrieras de la Pulchra Leonina tienen debido reconocimiento.

A modo de conclusión, es digno de subrayado traer a la memoria que el citado religioso es también el autor de la letra del ‘Himno a la Virgen del Camino’, estrenado el 19 de octubre del mencionado año, fecha de la coronación canónica de la citada imagen. La música fue compuesta por don Manuel Uriarte Blanco, canónigo de la S.I. Catedral de León.

Máximo Cayón Diéguez es cronista oficial de la ciudad de León
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