La venganza del editor

José Ignacio García comenta el libro de Óscar Guerrero 'Mezcal'

José Ignacio García
25/02/2023
 Actualizado a 25/02/2023
El autor Óscar Guerrero.
El autor Óscar Guerrero.
‘Mezcal’
Óscar Guerrero
Editorial Pez de Plata
Novela
312 páginas
21,90 euros

A veces, algunas veces, la casualidad o el destino se empeñan en llevarle a uno la contraria. En torcerle el camino que ha iniciado. En modificar el itinerario que había trazado sobre el mapa de sus perspectivas reseñadoras.

Pensaba traer hoy a estas páginas otra novela, para defender esa tendencia que se está haciendo frecuente en los últimos tiempos y que trata de hacer confluir la novela de género con la calidad literaria; añadiendo además a las intrigas, a las pesquisas y a las tramas el aditamento de poner en juego la psicología y las biografías de los personajes que pueblan esas novelas.

Y en ello estaba cuando su editor me puso en un compromiso relativo a una presentación y cayó entre mis manos esta ‘Mezcal’, la segunda novela de Óscar Guerrero, publicada por el sello asturiano Pez de plata.

Debo confesar que la recibí con cierto escepticismo. O demasiado. Y más cuando en su fajín leí una frase moderadamente laudatoria de Arturo Pérez Reverte, que la definía y animaba a su lectura y, además, en su contraportada se ofrecía la obra como «un hard-boiled regado con la sangre y la pólvora de la desesperación».

Me eché las manos a la cabeza, y maldije mi suerte y mi incapacidad manifiesta para rechazar ciertas solicitudes escabrosas. No podía saber entonces que ese editor me estaba haciendo un favor. Que me estaba descubriendo un presente encuadernado que distaba mucho en su contenido de corresponder a lo que promocionaba su envoltorio.

Porque es cierto que ‘Mezcal’ –así se llama también la protagonista de la novela– es picante, potente y ardiente como la bebida mexicana que lleva ese nombre. Y también es brutal y violenta, y muestra ese México racial, salvaje, truculento, chantajista, vendido, sobornado, precario, conflictivo y de pistola fácil, donde la vida carece de excesivo valor, donde se vive y sobrevive al instante; y donde cualquiera sabe que tiene todas las papeletas para morir, pero espera que las que han adquirido otros caduquen antes que las suyas. Ese México infinito que esnifa coca, huele a pólvora y escupe semen y balas con la misma facilidad con que una máquina de tabaco expende cajetillas a cambio de precios al alcance de casi todos los bolsillos.

Pero ‘Mezcal’ es mucho más que eso. Y por esa razón me atrapó entre sus redes nada más iniciar la lectura. Porque reúne todos los ingredientes trepidantes de una novela de acción enfebrecida, de un cómic Pulp o de una tramposa serie televisiva de máxima audiencia, pero también está plagada de pasajes de una literatura extraordinaria que, en ocasiones ofrecen un delicioso lirismo y otras, tras unos párrafos breves, dinámicos y tajantes, ofrece unos extensos «muros de reflexión» que no son como esos gruesos adoquines de barro y paja, y evitables en medio de una narración, que arruinan muchas novelas, sino pinceladas de pensamientos psicológicos o filosóficos brillantes, escaparates de vida que ayudan a comprender los comportamientos de los personajes y sus reacciones ante los reveses y los contratiempos de la vida.

Un reseñista, por burdo que sea, no debe desenmarañar los entresijos argumentales de la novela que está desentrañando. Por eso avanzaré únicamente que Mezcal es la bailarina voluptuosa y deseable de un club nocturno que se exhibe cada noche, ataviada exclusivamente con una máscara en el rostro, ante una clientela babosa y rebosante de testosterona. Una clientela que abarca desde soldados rasos hasta gobernadores, desde tristes camellos hasta señores de la droga. Una clientela que, ni muerta se igualará, porque incluso entre los muertos, unos son enterrados en panteones y otros en fosas comunes.

Guerrero, que no deja de hacer honor a su apellido ni un solo instante, nos cuenta la historia de Mezcal en tercera persona, como con una visión dotada de perspectiva; y añade al argumento principal la figura en primer y nostálgico plano de Frank, un antiguo militar que se gana la vida como matón en ese tugurio que se llama ‘El ángel caído’, y que ejercerá sobre la despampanante bailarina una protección que tiene más de paternal que de hombre seducido por los encantos de la muchacha. Unos encantos que servirán para desvelar en otros (y en otraaaaas) envidias, celos, pasiones zafias, deudas que hay que pagar y un largo catálogo de ruindades que no pueden traer nada bueno.

Pero como la novela es sesuda, y de las que hacen reflexionar, entre zarpazo y zarpazo lingüístico, no dejan de surgir preguntas y situaciones que obligan al lector a poner en marcha la maquinaria del criterio. Así surge una disyuntiva fundamental. El lector debe elegir si son el perdón, la justicia o la venganza los hilos conductores de una eléctrica trama de alta tensión.

Óscar Guerrero demuestra una madurez inesperada en un autor que ofrece al mercado su segunda novela, y manipula los más diversos artilugios creativos para secuestrar continuamente la atención del lector. Cambia los ritmos y los tiempos como el extremo habilidoso que hace un escorzo inesperado para dejar clavado a su defensor, y así puede pasar de un retiro espiritual en una ermita serrana a un concierto de mariachis que acaba con una pistola empotrada en una entrepierna o de una visita de cortesía a la violación más abominable que se pueda describir.

Sin embargo, todas las escenas crudas, deleznables, estremecedoras y sanguinarias que destila la novela, ya sea por su agresividad o por el tono que roza lo pornográfico, son tratadas con un tacto que insinúan y sugieren más que salpican. Y se agradece ese buen gusto, pues hay muchas secuencias que hablan por sí solas.

Y, no contento con esto, Guerrero cauteriza el final de cada capítulo con frases, sentencias o conclusiones que son como suturas al rojo vivo, para crear cicatrices que no podrán regenerarse nunca sobre el tapiz de una piel, incluso aplicando el bálsamo del olvido.

Andaba yo ayer tan emborrachado de mezcal que no podía dejar de leer, aun a sabiendas de que no iba a terminar la lectura a la hora de presentar la novela. Por eso, llamé al editor. Tenía claro el estilo y había desbrozado lo suficiente para hacer una faena aseada. Pero quería conocer el desenlace. Para no pillarme los dedos. El editor me desveló un final. Un final que se desmontaba un par de páginas después de la altura a la que había llegado con mi lectura. Eso delataba dos realidades, por un lado, la mala leche del puñetero editor que quiso, supongo, vengarse de que no hubiera terminado los deberes a tiempo; y, por otro, la extraordinaria habilidad del narrador para dar un golpe de timón a la trama que desbarataba todas las previsiones imaginadas.

Me faltaban quince o veinte páginas por leer cuando me presenté en la librería rebosante de público. Durante la presentación reflexioné acerca de lo que he escrito y de muchos más detalles que no me caben en esta página y que deberá descubrir quien se atreva a leer la novela. Y, en un momento dado, hice alusión (pero era una percepción incompleta y particular todavía) a la paciencia y la perspectiva que debe manifestar un felino antes de abalanzarse sobre su presa. Óscar Guerrero me miró en ese instante de soslayo y esbozó una sonrisa canalla. Quien llegue al final de ‘Mezcal’, como yo, sabrá el porqué.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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