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La revolución de los violines

01/12/2022
 Actualizado a 01/12/2022
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El partido que esta noche juega España contra Japón me ha rescatado del olvido a un buen tipo: Tom Baker. Sin darse los aires de Óliver ni hacer las acrobacias de Benji, él era el violinista del medio campo que daba los pases de gol en la serie ‘Campeones’. A menudo en un segundo plano, nuestra Selección tendría más que cuesta arriba lo de seguir en el Mundial si hoy este nipón se vistiera de corto.

Tom era el jugador que me caía más simpático del ‘New Team’ porque certificaba como ningún otro algo que siempre he sospechado y que vengo a confirmar cada vez que inicio sesión en una red social: las personas más felices, también las que de verdad atesoran talento y solidaridad, son con frecuencia las que menos alardean. Culpa de todos, hemos ido construyendo un mundo que relativiza todo lo que no sea estar en el primer puesto y que, en demasiadas ocasiones, impone determinados cánones sobre cómo debemos sentirnos realizados.

Hace cierto tiempo, una mujer envió una carta a un periódico nacional en la que planteaba los problemas de su hija por querer ser segundo violín. Lo que hace feliz a esta niña es tocar tranquilamente lejos de la primera fila. No sueña con ser Ara Malikian, solo una violinista que ayude desde atrás a que la sinfonía de su orquesta suene más bella. «Pero el mundo está hecho para los que quieren ser famosos, para los que sueñan con ser los primeros», reflexionaba su madre.

Si los caminos del Señor son inescrutables, los de la felicidad no lo son menos. Habrá quien no entienda los pasos a un lado en el liderazgo de un proyecto o el optar por centrarse en aprender nuevas habilidades en vez de en medrar dentro de una organización. Supongo que para ellos la figura del líder sea intrínseca al ser humano y no hayan sabido entender un siglo en el que todos estamos llamados a ser agentes del cambio. Una hormiga mide unos milímetros pero levanta cincuenta veces su peso y, junto a sus iguales, puede convertirse en una imparable marabunta.

Sin gregarios no habrá quién suba el Tourmalet. La partitura de cualquier revolución suena mejor si nace por y para violines, por y para segundos violines. Para Sancho Panza, Hermione Granger, el Doctor Watson y tantos otros que tocan aunque el Titanic se esté hundiendo. Porque puede que Óliver marque el gol, pero el equipo siempre juega al ritmo de Tom.
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