La primera década de la segunda Negrilla

Hace diez años que la segunda escultura de Amancio González volvió a la plaza de Santo Domingo, sustituyendo a la destrozada en un accidente de tráfico y consolidada como punto de atracción turística

Elena F. Gordón (Ical)
13/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Imagen de la escultura de Amancio González convertida en un símbolo de la ciudad. | DANIEL MARTÍN
Imagen de la escultura de Amancio González convertida en un símbolo de la ciudad. | DANIEL MARTÍN
Interesante, preciosa o impresionante, son algunos de los calificativos que los visitantes de León dedican en los portales web de viajes y turísticos a la escultura bautizada como 'Vieja Negrilla' por su autor, Amancio González, que luce en el centro neurálgico de la capital desde hace una década, convertida ya -opinan otros- en uno de los símbolos más populares de la ciudad.

La escultura actual, que estos días cumple diez años desde que fue instalada en la Plaza de Santo Domingo, es de bronce y sustituyó a la anterior, hecha de hormigón, cuya década de existencia concluyó tras un accidente de tráfico, que en la madrugada del 5 de noviembre de 2007 le provocó daños irreparables, después de que el conductor de una furgoneta perdiese su control e impactase contra ella.

El siniestro propició la sustitución de la primera obra por la actual, que había reclamado reiteradamente sin éxito el artista, gracias a la aportación económica de Renfe y del seguro del vehículo siniestrado, en una cuantía global que ascendió a 98.460 euros. La segunda 'Vieja Negrilla' se presentó 'rejuvenecida' -aseguró González- y con un tamaño mayor que su predecesora, alcanzando los tres metros de longitud y asemejando una figura humana de cinco metros.

Cada día son numerosos los turistas que posan junto a 'La Negrilla' o se suben a ella para fotografiarse y dejar así constancia de su paso por la ciudad de León, ya que la escultura es un reclamo, inesperado para algunos y llamativo para todos, que invita a contemplarla y a tocarla. Para los leoneses, forma parte del paisaje urbano del centro de la capital, ocupando uno de los espacios más transitados.

El propio autor detalla, en una carta dirigida a escolares, el significado de su obra, que toma el nombre del olmo o negrillo, como se le conoce popularmente en la provincia leonesa. En concreto, explica, se refiere al gigante árbol que había en su pueblo, Villahibiera de Rueda, al que le calculaban 500 años de vida y que murió afectado por la grafiosis, un hongo que impedía la llegada de la savia a las hojas.

“La idea fundamental de la escultura es recuperar la memoria del árbol muerto, testigo de la vida y de la historia de mi pueblo, que fue nuestro compañero de juegos, homenajear al árbol más grande y característico de nuestra tierra”, relata y añade que el gigante semiacostado que agoniza es “de una raza noble y amable, todavía capaz de llamar la atención de los niños e invitarles a jugar”.

Uno de sus grandes brazos descansa sobre el suelo y sus dedos, que miran hacia el sol, simbolizan los últimos brotes, el último aliento; el gigante se agarra a la vida. Su otro brazo, el que impide el paso, tiene sus dedos que miran hacia la tierra, la señala, simbolizan las raíces, que quieren clavarse en ella pero no puede, explica Amancio González y concluye que “parece que siempre está triste, pero es mentira; fíjate bien si te subes a él y veras cómo cambia su rostro”.
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