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La playa estaba desierta

25/08/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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s bien conocido que ningún texto mítico o religioso debe interpretarse al pie de la letra (el peligro de hacerlo salta a la vista), sino ser tomado como la representación decantada de muchas y variadas realidades, a veces fuerzas superiores, a veces fenómenos incomprensibles, a veces sencillamente figuras literarias que ayudaban a entender el mundo. Quizás uno de los trabajos más alegóricos de nuestro Hércules primero fue la captura de las yeguas de Diomedes, monarca poseedor de cuatro ejemplares devoradores de hombres. El gigante Diomedes enseñoreaba una bahía en la costa del Mar Negro y de cierta forma sus terribles yeguas simbolizaban la amenaza que suponía la defensa de su litoral y las fuerzas incontrolables del piélago que los griegos se empeñaron en domar, en cabalgar para la colonización de sus islas incontables y recortadas riberas. No en vano Poseidón fue dios de los caballos antes de ser reconocido como dios de mar. De tal manera, las yeguas come-hombres en la leyenda de Diomedes pueden representar los peligros, tormentas y naufragios que enfrentaban quienes se aventuraban a lomos del oleaje y encaraban los vientos de las tempestades.

La pasmosa contemplación del mar ha seducido desde siempre al ser humano, que ha tenido la costa por límite y principio de casi todas las cosas de este mundo, la frontera de sus frágiles dominios, el perfil de un dios calmado y poderoso que podría enfurecerse de pronto para barrernos de sus confines y reclamar su arcaica preeminencia. Durante el verano, generaciones de veraneantes se aproximan lo máximo posible a rendirle desconsiderado tributo. Nuestro hércules estival y pedestre suele remojar sus extremidades en sus orillas mientras se tiende a escuchar su rumor nunca domeñado. El mar está llamado a ser, en alguna ocasión o en todas, el destino del verano.

Este verano, como tantos otros, también hay héroes en el mar. Y yeguas fieras que devoran seres humanos. Y monarcas de una miserable parte del mar que se creen dueños de las vidas de quienes afrontan sus peligros para escapar de otros mayores.

Podemos decir que ese Diomedes de pacotilla se llama Salvini, pero tiene muchos nombres. Los héroes que celebramos en esta entrega dejan atrás al viejo mito heleno y, por supuesto, a sus remedos veraneantes. Son, todos lo sabemos pese a difamaciones, críticas y legalismos de salón, los patrones y marineros de esos barcos que acogen en su cubierta abarrotada a aquellos que huyen sin otra opción y suben a lomos de un mar nunca tan negro. Siguiendo viejísimas leyes naturales y aún legales de los navegantes, son rescatados y asistidos por estos auténticos hércules que quizás sean cantados por algún relato, mito o película que nos conmueva en un futuro ya inoportuno por inservible. Pero este verano, al fin, héroes.
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