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La perla de la joven

19/02/2023
 Actualizado a 19/02/2023
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En 1654 la explosión de un polvorín destruyó buena parte de Delft, ciudad neerlandesa célebre hoy día en gran medida gracias a Johannes Vermeer (Delft, 1632-1675), matando de paso al exquisito pintor Carel Fabritius, entre otros muchos. En aquellos años Delft era una ciudad floreciente (cerveza, tapices y, en especial, su cerámica), no ajena a la inmundicia que genera la prosperidad. Nada de eso hay en los pulcrísimos cuadros de Vermeer, que después de unos años de prosaica temática religiosa, se convertiría, junto a De Hooch, en el mejor intérprete de la intimidad en el país más íntimo de la Europa barroca. Su único paisaje, la vista de su ciudad que se conserva en La Haya, fue pintado poco más de un lustro después de aquel desastre y soslaya el momento trágico con la estampa de una sociedad feliz que quizás no existió nunca, aunque sí su orgullo.

El propio Vermeer, pese a una herencia desahogada y un prestigio ascendente, apenas disfrutó de un mecenazgo fijo que le permitiera afrontar la enorme laboriosidad de sus obras. Murió joven, aplastado de deudas, y su viuda, al cargo de once hijos, se vio obligada a malvender los cuadros que conservaba. Siglos después, casi anticipando el mito romántico de otro pintor de la tierra, Van Gogh, su retrato más conocido, ‘La joven de la perla’ se ha convertido en una especie de Gioconda nórdica a juzgar por el fetichismo que ha acabado por rodearla.

Se suele afirmar que los interiores de los pintores de los Países Bajos retratan con fidelidad una forma de entender la vida. Pero quizás se trate de un ideal llevado a la pintura de la misma manera que se hacía en los países del sur católico con distintos temas. Una sociedad en guerra desde hacía un siglo y empeñada en navegar los océanos para comerciar tal vez plasmaba lo que había perdido en el camino. O lo que querría haber sido. Una tramoya, un decorado barroco más. Como sucede con ‘La joven de la perla’, se trata de un estudio de expresión, no del retrato de alguien real.

En apenas cuatro días El Rijksmuseum de Ámsterdam ha agotado las entradas (200.000) a la venta para la antológica de Vermeer que acaba el próximo 4 de junio. La muestra es el acontecimiento expositivo del año y ha logrado reunir 28 de las apenas treinta y tantas obras conservadas del autor (la cifra depende de quién cuente) en un esfuerzo formidable ratificado por ese récord que demuestra la recuperación en plena forma de los actos culturales masivos cuya desaparición se vaticinara durante la pandemia. Cabe preguntarse por qué, en el año de Picasso (y de Sorolla), Vermeer. ¿Qué nos ofrece? Privacidad, silencio, sosiego, ambiente hogareño, protagonismo femenino, realismo simbólico, llamada a la contemplación... Todo lo que, como aquellos, quizás añoramos. Una exposición que no podremos ver pero cuyo mensaje sigue a nuestro alcance.
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