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La otra memoria histórica

28/02/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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En los primeros meses de 2010 el Ayuntamiento de León inició el proceso para modificar los nombres de aquellas calles –más de veinte– vinculadas al régimen franquista y, principalmente, a la Guerra Civil. Los había que no se batallaban en cuanto a su desaparición definitiva del callejero, y existían otros que, sin embargo, creaban controversia y hasta fuertes enfrentamientos orales. Entre estos últimos, los de Modesto Lafuente y Miguel Zaera –uno y otro continúan a fecha de hoy titulando vías de León– centraron una espesa y politizada polémica, y para un definido sector de la población,el más inexplicable, incluso, de los absurdos. Ambos figuraban en el nomenclátor urbano de la capital leonesa antes del incivil enfrentamiento bélico. A Lafuente, nacido en la localidad palentina de Rabanal de los Caballeros en 1806, se le dedicó la calle en 1935, mientras que a Zaera, vicepresidente que fuera de la Diputación e impulsor del llamado sector La Granja, se le distinguió con el mismo honor en 1928.

De modo y manera, que a nadie con unos cuantos años sobre las espaldas se le oculta que renombrar las vías públicas –con todas las molestias que conlleva este tipo de cambios– ha sido en la capital leonesa un ejercicio cíclico. Muchas de las actuales calles y plazas fueron bautizadas en otras épocas con diferentes nombres, aunque ello sea algo en lo que, en general, muy poco se ha reparado por aquello de pensar que su actual titulación es ‘de toda la vida’. Y no es así. Ni mucho menos.

A la plaza de Santa María del Camino –popularmente plaza del Grano– se la conoció con anterioridad como Misteo y, más tarde, Mercado del Grano debido a que allí se celebraba este tipo de actividad y venta. Al lado de la zona porticada, entre las calles Capilla y Juan II –anteriormente Travesía del Mercado–, se colocaban los vendedores con sus sacos de semillas y cereales, mientras que los carros y las caballerías que les habían trasladado desde sus lugares de origen hasta León se situaban junto a la muy leonesa fuente que, con sus angelotes abrazados a una columna, recuerda a los dos ríos, Torío y Bernesga, que bañan estas tierras de reyes.

La plaza Mayor, que mantiene su especial sabor e interés los miércoles y los sábados con su tradicional mercado de frutas y verduras –ahora también se vende embutidos, flores y alguna cosa más– vivió, de igual forma, épocas con diferentes nombres: Constitución, Vía Escuderos, Cal de Rodezneros y del Pan. En el siglo XVII se construye allí el conocido como Consistorio viejo –mejor Mirador de la Ciudad– con el fin de presenciar desde sus balconadas los espectáculos que se celebran en el rectangular recinto cuajado de soportales. Es innecesario aclarar que sólo accedían a las dependencias del distinguido edificio la nobleza y algún hacendado que otro.

No obstante, unos siglos antes, en 1144, tiene ya lugar en la plaza, el día de San Juan, el 24 de junio, una corrida real de toros con motivo del matrimonio de doña Urraca la Asturiana, hija ilegítima de Alfonso VII de León, con el rey García Ramírez de Pamplona. Una segunda función taurina y real tendría lugar entre 1598 y 1621, durante el reinado de Felipe III –no está muy clara la fecha exacta-, y, por último, la tercera se desarrollaría en 1843 con motivo de la mayoría de edad de la reina Isabel II. En definitiva, un punto urbano tan importante como selectivo –y, por lo tanto, excluyente en el plano social– de la milenaria ciudad.

Tampoco fue ajena a cambios de denominación la plaza de Santo Domingo, consideradacomo el kilómetro cero de la capital leonesa. Así, se rotuló en otros tiempos como plaza de la República, de la Libertad y de San Marcelo, lo cual indica que el actual nombramiento supone el cuarto en el callejero. Y otro tanto ocurriría con la plaza de San Martín. En diferentes momentos se la conoció como de las Carnicerías, Contratación, Rastro y, más cercano en el tiempo, de las Tiendas. Hoy en día, al margen del nomenclátor municipal, ha tomado fuerza y consistencia el nombre de Barrio Húmedo para reconocer la centenaria zona y, en definitiva, el núcleo de alterne y tapeo dela entrañable barriada.

En el corazón de esta típica plaza mencionada, en el medio, se levantaban no hace tantos años unos edificios que la partían o dividían en dos. El hecho daba pie a que en la confluencia de la calle Zapaterías con la propia plaza, a la derecha, se rotulara la calle de la Revilla, que concluía en la unión de las cuestas de Los Castañonesy la de Las Carbajalas; es decir, la actual de Juan de Arfe era, también, de La Revilla. Un azulejo en la fachada del actual establecimiento hostelero ‘El Racimo de Oro’ recuerda, como notario permanente e irrebatible, el primer y único nombre de esta desapareciday desconocida arteria capitalina.

La nota ‘rara’, prácticamente insalvable para la memoria en este entorno monumental del viejo León es que la calle Matasiete también se denominó de Vien (con uve) y Vas. Así se recoge en algún documento municipal, sin otra aclaración. El asunto es digno de ser estudiado y seguido. En este mismo entorno tenemos que la calle Misericordia se denominó Cal de Moros y Sinagoga. Las Cercas se llamó Pasalbragas; Santa Cruz, La Judería. La de Platerías estuvo rotulada como Cuatro Revueltas y Puerta Arco de Rege, nombres que, de igual manera, fundieron en su día la actual de Cardiles, puente entre la citada Platerias y Varillas.

La calle Mariano Domínguez Berrueta –un intelectual de altísima talla, nacido en Salamanca en 1871, político, escritor, hijo adoptivo de León y cronista oficial de la ciudad, donde fallecería en 1956- luciría con anterioridad cinco titulaturas. Fue Capitán García Hernández, Bodega Vieja, Santiago, Reina Victoria y, con anterioridad a su actual nombre, calle Nueva. Su dimensión urbana suma los metros desde la plaza Mayor a la de Regla, en la catedral.

La inclusión del nombre de Regidores sustituyó al de General Mola en la calle que se enfrenta, cruzando la Ancha,con la de El Cid –titulada ésta anteriormente de San Isidro y, después, Recoletas–, si bien convivió con los nombres de Cal de Escuderos, Ronda de San Marcelo, Gumersindo Azcárate y Cuesta Pelegrín. La calle del General Mola, nombre que desapareció en 1998, se hizo famosa por el controvertido caso de ‘El Fantasma Cándido’, alguien que nunca existió y decía estar domiciliado en un número muy alto –que luego se comprobó inexistente– de la citada vía leonesa. Con la filiación de Cándido Contreras, que ese era el nombre adjudicado al ‘fantasma’ en cuestión, se pretendía recalificar unos terrenos en la periferia de la ciudad con el objetivo de edificar cerca de mil chalés. El volumen de negocio se calculó por entonces –finales de los ochenta– próximo a los 20.000 millones de pesetas. El único acusado de ser la mano ejecutora del rocambolesco asunto fue absuelto y ahí se acabó el culebrón.

Otra de las peculiares vías es la calle Ancha. Hasta con seis nombres sería rotulada a través de los años. Fue calle de San Marcelo, después Ancha –su actual denominación–, más tarde cumpliría con las titulaciones de Cristo de la Victoria –allí, enfrente de la Diputación, se encuentra una capilla u oratorio urbano presidido por un cristo del mismo nombre, en el lugar donde, se cuenta, vivió San Marcelo en unión de Santa Nonia, su esposa, y junto a sus doce hijos-, Fernando Merino, La Herrería de la Cruz y, hasta el 4 de diciembre de 1998, Generalísimo. El pleno del Ayuntamiento de León, con buen criterio, retomaría la inscripción de Ancha, que de esta manera –a pesar de los diferentes nombres adjudicados– la conocían y conocen desde siempre los leoneses.

Otra de las nomenclaturas curiosas del callejero leonés se percibe en la calle de Don Gutiérre, que principia en la plaza del mismo nombre y concluye en la del Grano. Anteriormente se denominó de Apalpacoños –terminología muy reveladora ésta,Pinga–niello y Barranco. El más aceptado entre la gente fue, precisamente, el último, y de esta forma, al menos para los que ya disfrutan de una edad, se la sigue conociendo. La retorcida y empinada calle fue muy popular allá por las década de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo, debido a que en un par de inmuebles estaban habilitados sendos prostíbulos. Se trataba de dos viviendas sin otra actividad que la señalada, donde, de forma habitual, acudían los fines de semana muchísimos militares –soldados sin graduación- a desfogarse. Era la época de especial apogeo -por su número de reclutas- del campamento de instrucción militar de El Ferral, y ocurría que los sábados la Plaza del Grano semejaba un cuartel en toda regla. El hecho, a día de hoy, debe analizarse y verse como anecdótico sin mayores pretensiones ni flecos. De esa forma se pronunciaba el asunto y tampoco hay por qué ocultarlo o dejarlo sin reseñar.

Esta es, en fin, una parte, mínima, de la otra memoria reseñable de la ciudad. La modificación del nombre de las calles acuna una intrahistoria de recuerdos que, poco a poco, se diluyen entre los papeles olvidados y la historia menuda de la capital leonesa. Hay muchas otras, desde luego, dignas de ser rescatadas por lo curioso. ¿Qué cómo se llamó en su día Ordoño II? Pues, mire usted, Príncipe Alfonso y Paseo de las Negrillas. ¿Y La Rúa? Pues Capitán Galán, Rúa de los Francos –por lo del camino francés–, Alfonso XIII y La Rubiana ¿Y la calle de La Palomera? Pues Laguna de Calvos; sí, de calvos. Este fue su nombre. Es verdad.
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