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La o y el canuto

21/03/2021
 Actualizado a 21/03/2021
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Tendemos a ser más disyuntivos que copulativos (dejen a un lado, si pueden, las cuchufletas que yo también me muerdo la lengua). Los dilemas nos molan más que las alianzas: el caos o yo. El caos, por descontado, se responde de inmediato, porque tontos no somos. Susto o muerte, vencer o morir… Cuánto mejor podría decirse: el caos y yo, que al menos aquel nos pillaría acompañados. Susto y muerte, y así sabríamos de qué habría fallecido la víctima. Vencer y morir, que siempre glorifica mucho más. La i griega (o ye), aparte de letra menos solitaria en otros idiomas, es un signo complejo, consonante y vocal, humilde cuando afronta íes, con su toque de sabiduría peripatética. La o, sin embargo, recuerda al canuto con que la trazan a veces.

Hay una peli erótica –me he informado en Wikipedia, no crean– que se titula ‘Historia de O’, de gusto sadomasoquista. No me extraña, las oes abusan de esa actitud. Nos obligan a despreciar, apartar, amputar una parte de lo ofrecido, parte habitualmente cercana al cincuenta por ciento: demasiada renuncia. Por otro lado, la alternativa suele ocultar truco y muerte, ya por embuste ya por interés.

Así el dilema que pone a consideración la pizpireta presidenta de la comunidad madrileña, lugar este que va siendo España cada día más, como ella predijo sin querer. Socialismo o libertad. O comunismo y libertad, que ya no sé dónde se llega. Esto lo dice Carlos Jesús desde el planeta Raticulín y tiene un pase por su mucha omnisciencia, pero que lo diga un político de la tercera década del siglo XXI solo puede interpretarse como un chistecito rancio sobre hordas bolcheviques o el preludio de una avenencia con la ultraderecha que hace muy poquito nadie se hubiera atrevido a mencionar o imaginar.

Cuando la política era menos tuitera y las frasecitas biensonantes tenían algo detrás, en este país y en Europa socialismo y comunismo ya no significaba eso que se dejaba atrás en 1989 y sobrevivía en aldeas galas. A veces se llamaban socialdemocracia y eurocomunismo, y no justificaban ningún tono apocalíptico ni tenían que ver con las barbaridades de los regímenes dictatoriales ‘rojos’. Desde entonces, todo se ha amansado mucho más. No ha sido esa la trayectoria de las derechas patrias, que tras algún coqueteo promocional con el centro sienten ahora la gravitación de la ultraderecha desde más allá del lugar en que se fundaron.

Resulta curioso que la mayoría de los problemas de nuestro tiempo surjan, sin género de dudas, del ala más a la derecha del pensamiento económico, social y político. Repasen. Que ahora vindique la libertad como patrimonio privativo –¿privatizado?– también da sofoco. Suerte que en el caso del liberalismo radical de Ayuso y sus voceros, sabemos al menos de qué están hablando: la libertad es un bien de consumo y cuanto más dinero tengas más libertad podrás comprarte. Pobre o libre.
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