La mujer leonesa de las tres muertes

La vida de Lola González es una historia trágica, marcada por tres muertes en tres etapas históricas. Ella es una de las supervivientes en la matanza de Atocha, pero era una muerta en vida. Un libro lo cuenta

Fulgencio Fernández
07/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El libro se subtitula ‘La historia de amor más trágica de la transición’ y nadie lo puede poner en duda, no es una frase con gancho, es una verdad cruel»; «si vas a un editor con esta biografía te diría: esta historia no se la cree nadie. Pero esta historia es real», «Lola González murió tres veces, y en tres etapas históricas: en la represión franquista asesinaron a su novio; en la transición a su marido y en la democracia murió ella, que llevaba muchos años muerta en vida»...

Son algunas de las frases recogidas de las reseñas de un libro de Javier Padilla de reciente aparición, premio Comillas 2018,y titulado ‘A finales de enero. La historia de amor más trágica de la Transición’.

Primera muerte: 1969. El novio de Lola, Enrique Ruano, compañero de facultad, fallece en un interrogatorio en los calabozos de la policía franquista. Nunca se aclaró y nunca lo superó Y la protagonista, Lola González, es una leonesa de vida realmente trágica, como ya se ha apuntada. En resumen: siendo una joven estudiante de Derecho, novia de un compañero de curso en la Complutense de Madrid, éste —Enrique Ruano— muere el 20 de enero de 1969 en un interrogatorio en los calabozos de la policía franquista. Dicen quienes la conocían de cerca que «jamás se recuperó de aquella muerte»; rehizo como pudo su vida, se casó con otro amigo del grupo de la Facultad,Javier Sauquillo, y la leonesa tuvo que vivir y ver, en primera persona, como asesinaban a su marido en el atentado del despacho de abogados laboralistas en el número 55 de la calle Atocha, era el 24 de otro mes de enero, sólo ocho años después, en 1977, en los albores de la tantas veces alabada Transición. Lola estaba allí, también trabajaba en aquel despacho, se salvó de milagro, un disparo le atravesó la cara y tuvo que padecer un calvario de operaciones de reconstrucción facial, pero le quedó para siempre el sufrimiento en forma de anorexia y bulimia, además de una depresión que parecía su compañera de vida.

Combatió aquella depresión junto a José María Zaera, su última pareja. Y hace cuatro años, a finales de enero, murieron los dos, «en extrañas circunstancias», decía la prensa.

Fue la tercera, y última, muerte de Lola González Ruiz.

Las tres fueron a finales de enero —de 1969, 1977 y 2015— de ahí el título del libro con el que Javier Padilla ganó el XXI premio Comillas, que ahora ha visto la luz en Tusquets editores.

Comerciantes leoneses

Javier Padilla recrea en su libro el origen leonés de la protagonista de su investigación. «Nuestra principal protagonista, Dolores González Ruiz, Lola, nació en León el 19 de octubre de 1946. Tuvo dos hermanos, Alberto y Miguel Ángel, conocido como el Chato. Sus abuelos paternos eran de Zamora y su familia materna tenía origen santanderino, por lo que iban a menudo a los dos lugares en las vacaciones de verano y Semana Santa. La familia tenía un negocio textil exitoso, presente en varias ciudades como Madrid, Zamora y León. El abuelo paterno de Lola, Dídimo González, había fundado el comercio La Perla, que tenía su principal establecimiento en León. El padre de Lola, Alberto González Castellano, había sido alférez en la Guerra Civil, y regentaba en Madrid las Sederías González. Era una persona atractiva y un mujeriego que, según el testimonio de Carmen García Mayo, engañaba a su mujer con las muchachas que trabajaban en su tienda. Por su parte, la madre de Lola era una mujer discreta y encantadora que disfrutaba enormemente con las visitas y con las partidas de cartas con sus amigas. La familia tenía una ideología política prototípica de su buena condición social: conservadores e indiferentes a los vaivenes políticos cotidianos».

No heredaría Lola esta condición de mujer conservadora e indiferente a la política, más bien se fue al lado contrario de la balanza, pese a que su educación «fue la típica de las niñas burguesas de la época: muy marcada por la religión, un espíritu no igualitario entre hombres y mujeres y los valores nacionalistas españoles».

La familia se trasladó a Madrid cuando ella tenía 11 años y «Lola era una niña una devota religiosa que asistía siempre a misa, aunque en la adolescencia comenzóadistanciarsedelcatolicismo...». Afirma Padilla que «Lola era especialmente guapa y desde niña, llamaba la atención a todos los compañeros de juego y veraneo.

Como muestra, la llegada de Lola a la provinciana Zamora suponía todo un acontecimiento para el grupo de amigos de José Luis González Vallvé, debido a su belleza y a su fina manera de hablar madrileña». Vallvé es el conocido político.

Segunda: 1977: En el ataque al despacho de abogados de la calle Atocha asesinan a su marido, Javier Sauquillo. Lola recibe un tiro en la cara. Sufre anorexia, depresión de por vida Su amiga Marisol López escribió en La Opinión, de Zamora. «Loli representaba en aquella sociedad pacata la modernidad, el vértigo de la gran ciudad, un destino aún inalcanzable en aquel mundo, cuya asfixia percibían de forma inconsciente entre los escasos horizontes que ofrecían los baños en el río y los paseos por la avenida (...) Con quince o dieciséis años, poseía una personalidad muy definida, una presencia que cautivaba a aquellos adolescentes que admiraban su atractivo físico, su porte, su manera de vestir y hasta aquellos mocasines antecesores de los náuticos que nunca antes se habían visto por aquellos lares».

Y llega la Universidad. «Cuando preparaba el curso preuniversitario, Lola hizo algunas amigas que luego la acompañarían en sus inicios universitarios. Cultivó su afición por la lectura, la música y el cine, que la acompañarían toda su vida, y además tuvo sus primeros conatos de rebeldía y de compromiso político. Como muchas otras personas de su generación, su primera concienciación social vino de la mano de un cura obrero que llevaba a un grupo de gente de su colegio a ayudar a personas en situación desfavorecida».

Primera muerte

En la Universidad conoció a Enrique Ruano, que había estudiado en el madrileño Colegio deNuestra Señora del Pilar y que estuvo a punto de no ir a la Universidad para ingresar en el Seminario. Se crea un grupo muy unido entre Lola, Enrique Ruano y Javier Sauquillo (hermano de Paca Sauquillo) y llega una etapa de concienciación política. Ingresan en el Frente de Liberación Popular, los llamados felipes.Y en esas luchas clandestinas llega la primera muerte, el 20 de enero de 1969. Su novio muere en un interrogatorio y ella no puede estar a su lado pues está detenida en otra dependencia policial. Lo único que encuentra es su cadáver y ninguna explicación, le produjo tanto dolor que «se desmayó al conocer la muerte de su novio y no pudo ni ir al entierro». Enrique Ruano sólo tenía 22 años y Lola nunca llegó a recuperarse del mazazo pues tampoco quisieron esclarecer aquella muerte. Dos décadas después fue desenterrado su cadáver y «curiosamente» el hueso en el que se creía que estaba la herida de bala «había sido cortado» y nada se pudo estudiar.

Tercera muerte. 2015. Lola González y su pareja, José María Zaera, fallecen a la vez, en extrañas circunstancias. Sus amigos aseguran que "llevaba muchos años muerta en vida" Lola González nunca lo superó y nada le ayudó que sólo 8 años después «volvió a morir», la segunda muerte, en la matanza de Atocha, el 24 de enero de 1977. Decía la prensa que «un grupo de pistoleros de extrema derecha entraron en un despacho de abogados laboralistas vinculados a CC.OO. y se liaron a tiros con los allí presentes asesinando a los abogados Enrique Valdelvira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz y Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco; el estudiante de derecho Serafín Holgado; y el administrativo Ángel Rodríguez Leal. Resultaron gravemente heridos Miguel Sarabia Gil, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, Luis Ramos Pardo y Dolores González Ruiz y salvó su vida por cambiar de lugar una reunión la abogada Manuela Carmena», la actual alcaldesa de Madrid.

La leonesalamentaba en una de las pocas entrevistas que le hicieronque «mi marido cayó acribillado encima de mí, no tuve la suerte de desmayarme para no ver la masacre».

Ella misma estaba gravemente herida, una bala le atravesó la cara y ahí empezó otro calvario: Primero numerosas, tantas que la leonesa no tenía claro ni el número exacto de las veces que pasó por el quirófano para recuperar su cara. La anorexia o la bulimia fueronotros sufrimientos derivados de aquella experiencia, además de una depresión que jamás la abandonó.

En un documental del año 2007 realizado por antiguos alumnos de la Complutense aparece su testimonio, que Padilla recupera en su libro: «Somos víctimas de la Transición, yo lo he dicho muchas veces. Por eso es importante que se hable de nuestra historia, y de la de Enrique. Es parte de la memoria histórica de este país. Se está yendo a la memoria histórica digamos de la Guerra Civil. Pero no más adelante, de ahí no se pasa».

Y con ese dolor se fue. En 2015. Unas horas después de fallecer su pareja...
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