La muerte como excusa
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La muerte como excusa
Literatura
José Ignacio García comenta el libro de Men Marías 'La última paloma'
‘La última paloma’
Men Marías
Editorial Planeta
Novela
544 páginas
20,90 euros
Con frecuencia me cuesta mucho encontrar el título para una reseña. Habitualmente, esa no es una buena señal. Sin embargo, en este caso, hacía mucho que había decidido el rótulo de esta entrega, cuando llegando casi a las cuatrocientas páginas me tropecé con este párrafo, descarnado y dilucidador a la vez: «Siempre hay alguien que nos mata. Lo que pasa por el rostro no son los años: son las mentiras, las pérdidas, las veces que se rompe el corazón, los abandonos, la indiferencia. Culpamos a los años de la muerte, pero la muerte siempre llega de la mano de las personas. Porque de la vida no hablamos nunca. Siempre hablamos del antes y el después. Pero de la vida, del momento y la persona que nos definen para siempre, nunca».
La autora de esta novela, la granadina Men Marías, mi último y clamoroso hallazgo literario, difícilmente podría haber resumido mejor el meollo de una trama que desde el principio me ha enganchado con la fuerza de un arpón que se hormigona en el lomo de un cetáceo. Porque ‘La última paloma’ habla sobre todo de la vida y las miserias de sus personajes, por mucho que emplee la muerte como excusa necesaria para hacerlo.
He de confesar que cuando Planeta me remitió un tocho de más de quinientas páginas, con apariencia de thriller, supuestamente facilón y comercial, no me sentí muy atraído por él. Hasta que, como me ocurre con cierta frecuencia (y creo haberlo dejado escrito antes aquí), fue el propio libro el que me eligió, el que me hizo extraerlo de la columna, cada vez más robusta, de ejemplares recibidos de autores y de editoriales que tengo pendientes de diseccionar.
Y es que ‘La última paloma’ no es una novela de género al uso. Es una novela negra, sí, pero llena de color, de matices, de luces y de sombras que, lejos de condenar a la oscuridad al argumento y a sus protagonistas, siempre los conducen de nuevo a un territorio luminoso, aunque cuajado de minas y de trampas, de recuerdos lacerantes y de perspectivas que, con frecuencia, tienen ribetes de trampantojo o de espejismo.
En su superficie ‘La última paloma’ es una novela coral, pero protagonizada por una pareja de guardias civiles: la sargento Patria Santiago, que hace honor –supongo– en su nombre al lema de la Benemérita y en su apellido al patrón de España, y por el cabo Sacha Santos, que narran, alternativamente y en primera persona, buena parte de los hechos e investigan una serie de asesinatos rituales y más estremecedores de lo normal, si es que un asesinato puede ser más o menos liviano. Pero ese no es el pilar fundamental sobre el que se asienta una novela ambientada en Rota, «el único lugar en el mundo donde por la mañana es primavera, a mediodía verano y por la noche invierno», «un lugar donde todo el mundo es culpable», donde los soldados americanos «olían muy fuerte, olían a actores de cine». El tirante que sustenta la historia, desdoblada en un pasado situado a finales de la década de los cincuenta y en unos hechos cruentos estaquillados en la actualidad, es la propia relación e interacción entre los personajes de entonces, ancianos hoy, y los guardias civiles que arrastran personalidades complejas y fascinantes, especialmente Patria; una mujer que acumula fantasmas de la niñez que le han marcado para siempre, que para su hermano Víctor es Paty y para el pueblo es La Escaleras, que fue boxeadora en su juventud y que rozando la cuarentena trata de ser madre gracias a mecanismos de inseminación que no terminan de cuajar.
Pero Patria es, además, un personaje que «no tiene cara de haber sido niño nunca», que conduce escuchando a Chick Corea para organizar sus pensamientos, que se autolesiona compulsivamente para combatir el dolor emocional con el dolor físico, que está atormentada por la turbia relación afrontada con sus padres durante su infancia, y que parece más preocupada por la revelación de los primeros síntomas del Alzheimer manifestados en su tía Candela que por encontrar a un asesino maquiavélico que solo ella sabe que va a volver a matar.
Por su parte, Sacha adora y admira a su sargento, que encuentra en las preguntas más inverosímiles la resolución a los casos más enrevesados y que «huele como algo dulce bajo el mar», mientras se resiste a formalizar su último idilio y teme por la salud de su madre, enferma de cáncer.
Junto a ellos, en la novela aparecen marines yankis que recitan poemas de Mayakovsky, políticos y periodistas que son estampa de la patética realidad social en que nos debatimos, familiares afligidos, ex militares que esconden secretos y surgen aquí y allá, una denuncia constante contra la violencia de género, tanto de palabra como de obra, así como frases y sentencias rutilantes, que nos erizan el vello y que uno nunca se esperaría en un best seller, habitualmente aligerado de pensamiento y de literatura. «La primera cualidad que atribuimos al amor es la inmortalidad», «la verdadera guerra comienza cuando el soldado vuelve a casa», «quien tiene un secreto le ha robado un minuto a la muerte», o «la mayor tortura a la que se puede someter a una persona es la incertidumbre» son muestras certeras de lo que digo.
Y mientras tanto, un bar que se llama ‘La mala madre’ se convertirá en el punto de encuentro que toda novela detectivesca requiere y allí, la canción ‘Lobo hombre en París’, de La Unión, resonará como la banda sonora de la novela. Una novela que proclama a gritos el descubrimiento de otro gran nombre femenino para el futuro de nuestras letras.
Men Marías llega para quedarse. Sus escenas son cinematográficas, su prosa resulta telegráfica y electrizante unas veces, ampulosa otras y conmovedora siempre. Su manera de entender y emplear la palabra, cala y penetra en las vísceras del lector. Y a uno, tras llegar al impactante final del baile con infinitas ganas de que la orquesta siga tocando, le queda la incógnita de saber si a los guardias Santiago y Santos –cuantas eses– se les habrá apagado la mecha o les quedarán, todavía, muchas intrigas por resolver y otras historias profundamente humanas que contar.
José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
Men Marías
Editorial Planeta
Novela
544 páginas
20,90 euros
Con frecuencia me cuesta mucho encontrar el título para una reseña. Habitualmente, esa no es una buena señal. Sin embargo, en este caso, hacía mucho que había decidido el rótulo de esta entrega, cuando llegando casi a las cuatrocientas páginas me tropecé con este párrafo, descarnado y dilucidador a la vez: «Siempre hay alguien que nos mata. Lo que pasa por el rostro no son los años: son las mentiras, las pérdidas, las veces que se rompe el corazón, los abandonos, la indiferencia. Culpamos a los años de la muerte, pero la muerte siempre llega de la mano de las personas. Porque de la vida no hablamos nunca. Siempre hablamos del antes y el después. Pero de la vida, del momento y la persona que nos definen para siempre, nunca».
La autora de esta novela, la granadina Men Marías, mi último y clamoroso hallazgo literario, difícilmente podría haber resumido mejor el meollo de una trama que desde el principio me ha enganchado con la fuerza de un arpón que se hormigona en el lomo de un cetáceo. Porque ‘La última paloma’ habla sobre todo de la vida y las miserias de sus personajes, por mucho que emplee la muerte como excusa necesaria para hacerlo.
He de confesar que cuando Planeta me remitió un tocho de más de quinientas páginas, con apariencia de thriller, supuestamente facilón y comercial, no me sentí muy atraído por él. Hasta que, como me ocurre con cierta frecuencia (y creo haberlo dejado escrito antes aquí), fue el propio libro el que me eligió, el que me hizo extraerlo de la columna, cada vez más robusta, de ejemplares recibidos de autores y de editoriales que tengo pendientes de diseccionar.

En su superficie ‘La última paloma’ es una novela coral, pero protagonizada por una pareja de guardias civiles: la sargento Patria Santiago, que hace honor –supongo– en su nombre al lema de la Benemérita y en su apellido al patrón de España, y por el cabo Sacha Santos, que narran, alternativamente y en primera persona, buena parte de los hechos e investigan una serie de asesinatos rituales y más estremecedores de lo normal, si es que un asesinato puede ser más o menos liviano. Pero ese no es el pilar fundamental sobre el que se asienta una novela ambientada en Rota, «el único lugar en el mundo donde por la mañana es primavera, a mediodía verano y por la noche invierno», «un lugar donde todo el mundo es culpable», donde los soldados americanos «olían muy fuerte, olían a actores de cine». El tirante que sustenta la historia, desdoblada en un pasado situado a finales de la década de los cincuenta y en unos hechos cruentos estaquillados en la actualidad, es la propia relación e interacción entre los personajes de entonces, ancianos hoy, y los guardias civiles que arrastran personalidades complejas y fascinantes, especialmente Patria; una mujer que acumula fantasmas de la niñez que le han marcado para siempre, que para su hermano Víctor es Paty y para el pueblo es La Escaleras, que fue boxeadora en su juventud y que rozando la cuarentena trata de ser madre gracias a mecanismos de inseminación que no terminan de cuajar.
Pero Patria es, además, un personaje que «no tiene cara de haber sido niño nunca», que conduce escuchando a Chick Corea para organizar sus pensamientos, que se autolesiona compulsivamente para combatir el dolor emocional con el dolor físico, que está atormentada por la turbia relación afrontada con sus padres durante su infancia, y que parece más preocupada por la revelación de los primeros síntomas del Alzheimer manifestados en su tía Candela que por encontrar a un asesino maquiavélico que solo ella sabe que va a volver a matar.
Por su parte, Sacha adora y admira a su sargento, que encuentra en las preguntas más inverosímiles la resolución a los casos más enrevesados y que «huele como algo dulce bajo el mar», mientras se resiste a formalizar su último idilio y teme por la salud de su madre, enferma de cáncer.
Junto a ellos, en la novela aparecen marines yankis que recitan poemas de Mayakovsky, políticos y periodistas que son estampa de la patética realidad social en que nos debatimos, familiares afligidos, ex militares que esconden secretos y surgen aquí y allá, una denuncia constante contra la violencia de género, tanto de palabra como de obra, así como frases y sentencias rutilantes, que nos erizan el vello y que uno nunca se esperaría en un best seller, habitualmente aligerado de pensamiento y de literatura. «La primera cualidad que atribuimos al amor es la inmortalidad», «la verdadera guerra comienza cuando el soldado vuelve a casa», «quien tiene un secreto le ha robado un minuto a la muerte», o «la mayor tortura a la que se puede someter a una persona es la incertidumbre» son muestras certeras de lo que digo.
Y mientras tanto, un bar que se llama ‘La mala madre’ se convertirá en el punto de encuentro que toda novela detectivesca requiere y allí, la canción ‘Lobo hombre en París’, de La Unión, resonará como la banda sonora de la novela. Una novela que proclama a gritos el descubrimiento de otro gran nombre femenino para el futuro de nuestras letras.
Men Marías llega para quedarse. Sus escenas son cinematográficas, su prosa resulta telegráfica y electrizante unas veces, ampulosa otras y conmovedora siempre. Su manera de entender y emplear la palabra, cala y penetra en las vísceras del lector. Y a uno, tras llegar al impactante final del baile con infinitas ganas de que la orquesta siga tocando, le queda la incógnita de saber si a los guardias Santiago y Santos –cuantas eses– se les habrá apagado la mecha o les quedarán, todavía, muchas intrigas por resolver y otras historias profundamente humanas que contar.
José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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