Hija de una destacada familia de ascendencia tanto vasca como riojana, su padre se instalará definitivamente en León a principios de siglo, donde se convertirá en un destacado catedrático de la Facultad de Veterinaria y miembro de la sociedad leonesa. Con una mentalidad abierta y progresista, a la vez que respetuosa con las ideas de los demás, se preocupa por facilitar tanto a sus hijos como a sus hijas una amplia, humanística y cosmopolita formación muy ligada a los preceptos de la Institución Libre de Enseñanza, que en León tuvo tanto arraigo a través de los fundadores de la que hoy conocemos como Fundación Sierra Pambley. Consuelo, junto a Pilar, y a Arturo y Luis que estudiarán en la Residencia de Estudiantes, pasarán unos años de formación en Madrid. El futuro les depararía que de los siete hijos, prácticamente todos acabarían ejerciendo en el extranjero, algunos como exiliados, otros como emigrantes, salvo Consuelo y Luis que se quedarían en España.
Es muy poco lo que a día de hoy conocemos de Consuelo Sáenz de la Calzada, quizá eclipsada por la omnipresente figura de su hermano Luis, en muchos campos; sin embargo, también a ella la marcó ese humanismo en el que fue educada. Licenciada en Historia del Arte, fue discípula predilecta de Diego Angulo, uno de los más destacados historiadores del arte y académicos del pasado siglo, llegando a convertirse también ella en una destacada investigadora y profesora, experta en arte clásico, materia en la que publicó numerosos artículos. No conforme con dedicarse en exclusiva a su faceta profesional indagó por otros caminos de la escritura, motivo principal por el que hoy ocupa estas líneas. En concreto nos referimos a la novela policiaca, o novela negra, un género apenas transitado en aquel entonces por firmas femeninas, a pesar de lo cual se convirtió en una auténtica pionera del género en España. La primera de sus novelas, ‘Un muerto en la cancha’ (1939) le sería publicada con veinticuatro años, tras la que llegaría otras muchas. En 1942, haría también una incursión en la novela romántica con ‘Casada por poder’ (1942), tras la que ese mismo año volvería al género policíaco en el que se encontraba mucho más a gusto.
Eran tiempos en los que, tal como cuenta Ernesto Escapa en su artículo ‘Fantasías de quiosco’ (diciembre, 2014) fueron muchos los universitarios distinguidos que frecuentaron lo que él llama «subliteratura» (también su hermano Luis), en muchas ocasiones – si no siempre– ligada a lo que también dio en llamarse «literatura popular» o «literatura de kiosco». Eran los comienzos de los años cuarenta cuando Consuelo empezaba a destacar con sus publicaciones, en un momento en el que la presencia de la mujer en la literatura se veía de nuevo abocada a un claro retroceso, por las imposiciones del nuevo régimen. No era la única, en catálogo junto a ella, otras intelectuales como Mercedes Ballesteros y Josefina de la Torre. Emprendido un camino que no se consideraba nada propio para la mujer, quizá mejor esconder su firma tras un seudónimo, como también hicieran ellas, y Consuelo optó por la utilización de varios, en su mayoría ocultando el carácter femenino de su firma que podemos encontrar tras los seudónimos de C.S. Roadway, C.S. Calzada, Consuelo de la Calzada, C.U. Pagate. En este camino iniciado se convirtió en pionera del género negro y en los cincuenta llegó a ser autora de referencia en catálogos en aquel momento eran muy populares, como la Biblioteca Oro de la editorial Molino, fácilmente al alcance de todos los lectores. Escapa nos contará también como «luego su estrella fue decayendo hasta terminar autoeditándose los (dos) últimos libros».No es fácil seguirle el rastro pero, para los amantes del género, quizá merezca la pena buscar la posibilidad de adentrarse en sus novelas de misterio desde una mirada libre de prejuicios. Les dejó algunos otros títulos que he podido localizar: ‘Un muerto en la casa gris’ (1942), ‘Una mentira feliz’ (1943), ‘La casa de la viuda’ (1951), ‘Los hijos del señor Enigma’ (1982), ‘El escribano manco’ (1990).