La ilusión de la escritura

Manuela Rejas García reconocía dos grandes pasiones que le permitieron disfrutar de esa dosis de libertad que todo ser humano necesita en determinados periodos de su vida y que en su caso fueron viajar y escribir

Mercedes G. Rojo
19/03/2019
 Actualizado a 17/09/2019
Manuela Rejas recogiendo su último premio literario.
Manuela Rejas recogiendo su último premio literario.
"La escritura es muy beneficiosa, hace aflorar nuestros recuerdos, vivir nuevamente aquellas pequeñas cosas que nos hicieron felices o las que nos hicieron llorar". (Manuela Rejas. Ilusionista de la vida y la escritura).

Avanzado ya este mes de marzo no puedo dejar que finalice sin dedicarle una de mis semblanzas a una especial mujer que dejó honda huella en quienes la conocimos. Se trata de Manuela Rejas García (Moralzarzal, 1924 – Veguellina de Órbigo, 2010), nacida madrileña, pronto convertida en ciudadana del mundo y que concluyó como vecina de Veguellina donde falleció un 6 de marzo para realizarle a la vida su último juego de ilusionismo: que sus cenizas concluyeran su viaje vital llevándola hacia el mar – el último trayecto planeado– a través de las aguas de su amado Órbigo, en un simbólico 8 de marzo.

Hace apenas unos días Fulgencio Fernández recordaba en estas páginas la actividad por la que quizás más llegamos a conocerla: la de ilusionista, la que la llevó de circo en circo por tantos y tantos destinos, la que la convirtió en protagonista del documental ‘Violeta y el baúl americano’ y que mantuvo viva hasta última hora a través de los trucos que compartía con «los viejitos» de la residencia de su localidad. Pero si artística fue esta faceta de su vida, hoy le dedicamos estas líneas en calidad de escritora –escritora  amateur como ella misma se declaraba– que, ya casi al final de su vida consiguió ver otro de sus sueños realizados:  su nombre en el escaparate de una librería. Dicen que toda persona se habrá realizado cuando haya tenido un hijo, plantado un árbol y escrito un libro.  Ella vio cumplidas con creces estas tres premisas.

Manuela reconocía en su vida dos grandes pasiones que le permitieron  disfrutar de esa dosis de libertad que todo ser humano necesita en determinados periodos de su vida y que no todas las mujeres de su época han podido disfrutar. Una, la de viajar. La otra fue la escritura, en la que se volcó totalmente cuando tuvo que abandonar la primera. Contaba que la escritura había sido siempre su tabla de salvación «ya de niña, si estaba triste escribía historias fantásticas, si mi ánimo estaba en alza escribía poesías». Y de mayor, con varias operaciones de columna a sus espaldas, operada a vida o muerte de un cáncer linfático con el que luchó  día a día hasta la hora de su muerte, tuvo la satisfacción de ver impresa parte de su obra, tres colecciones de relatos en los que encontramos la impronta de sus muchas vivencias. El primer libro que vio la luz fue ‘Historias infantiles’ (2001);  después vendría ‘Cuentos reunidos’ (2003, Ed. Jamais) y finalmente ‘Quince historias en carne viva’ (2006, Ediciones del Lobo Sapiens). En este último, sin duda el más descarnado de todos ellos, son sus historias una mezcla de realidad y fantasía en la que deja traslucir el devenir de su existencia, sus penalidades, sus anhelos, sus alegrías,...; algunas francamente inquietantes, «historias en carne viva» que llevarán a unos a recordar con inquietud fragmentos del pasado y a otros, los más jóvenes, a conocer la crueldad y el sinsentido de la guerra; un libro en el que  nos fue desnudando parte de su alma, en un proceso que reconocía la salvó de los momentos más duros de su vida iluminándola con un rayo de esperanza.

En este considerado por ella humilde recorrido literario, también la tentación de los concursos. Y con ellos los premios: los primeros de la mano de Luis del Olmo en los primeros tiempos de su ‘Protagonistas’;  el último de todos, casi al final de su vida, un primer premio con la  Asociación ALCLES. Numerosos galardones, pequeños pero importantes para una persona que se formó a sí misma sin más posibilidades de educación que las lecturas y los empeños a los que se dedicaba en los pocos tiempos libres que su dura vida y sus afanes familiares le dejaban. En esa tesitura, con mucha poesía también en sus cajones, que compartía apenas en encuentros veguellinenses como ‘Poesía a orillas del Órbigo’ y algunas publicaciones como la revista La Panera, reconocía como un maravilloso premio que alguien leyera sus escritos y se sintiera conmovido por ellos, riendo o llorando, o provocándoles un recuerdo, pues ella escribía también para eso: para recordar,  para mantener viva la memoria más allá de todo lo bueno o malo que le había pasado en la vida.

Manuela,  fue un canto a la vida y un ejemplo de la fuerza creadora que la edad y la experiencia pueden tener, que llevaba tan profundamente marcada la huella de la escritura que hasta dejó por escrito el epitafio que había de leerse en su definitiva despedida. Con él nos despedimos.

"Cuando leáis estas letras/sabed que las escribo/con el alma en la boca. / El mejor homenaje que deseo/es pediros de todo corazón/que no lloréis mi muerte/que no dure la pena. /Pensad que yo parto contenta/pues viví una vida plena. / Sé que en cada rincón yo/estaré presente en vuestras vidas. / Una rosa, un cuadro, una fotografía/os hablarán de mí constantemente. / Quiero pensar que mis palabras/sirven de homenaje y de cariño. /No lloréis por mí ¡Os lo suplico!/ Me voy feliz, sin pena. /Ojalá, siguiendo mi consejo, /seáis felices mirando mis recuerdos. /Además… yo no me iré del todo. /Seguiré volando por el aire, /por el sol, por las nubes. /Al florecer las rosas, las robaréis/ y las llevará el río…, pensaréis/ en lo feliz que con vosotros he sido".
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