28/06/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Ni siquiera sobre la ignorancia estamos de acuerdo. Para algunos la ignorancia mata –nesciencia necat–; para otros son bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos. Así que, nos encontramos ante una realidad, la de la ignorancia, ciertamente polémica, pero más aún la de los ignorantes, que son los más tercos polemistas. Pero independientemente de que mate o de la vida eterna –«Eso no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante. Doctores tiene…»– sobre lo que sí parece que hay mayor consenso es sobre que la ignorancia y el ignorante son atrevidos.

La ignorancia es atrevida, paradójicamente, porque en su desconocimiento, el ignorante no tiene ninguna duda y carece entonces de ese freno, pues la duda, en el hombre sabio, obra el beneficio de volverle cauto: el sabio sabe que no sabe –«Sólo sé que no sé nada»– mientras que el ignorante cree que todo lo sabe. Esto ha sido siempre así, desde que el hombre es hombre, pero ahora se ve agravado exponencialmente, por culpa de los medios tecnológicos, internet, fundamentalmente, y las redes sociales, que posibilitan un acceso indiscriminado al conocimiento, provocando mucho daño si no se cuenta con la capacidad de discernir. El ignorante, con estas ventajosas condiciones, ya no es sólo atrevido, también se vuelve maleducado e incluso violento, convencido como está de su razón. Leo en la prensa que seis de cada diez españoles hacen uso de internet cuando tiene un problema de salud, no sólo para informarse –esto no tendría por qué ser a priori pernicioso– sino para diagnosticarse. El problema es que –continúa la información– el algoritmo sólo acierta en un 34% de los casos (y ya me parecen muchos aciertos). El ignorante, una vez que cree haber encontrado en internet la enfermedad que le afecta y que mejor le encaja, va con decidido ánimo a la consulta de su médico, pero no para consultar al médico, va para decirle al médico lo que le pasa: «No se moleste siquiera en auscultarme, que ya le digo yo lo que tengo».

Puede tener algo de cierto lo de que la ignorancia mata, pues no satisfecho con autodiagnosticarse, el ignorante, cuesta abajo y sin freno, se atreve, faltaría más, a automedicarse y cuidado con esto, que lo carga el diablo.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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