22/04/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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La fama cotiza. En los albores del mundo moderno se vio en ella el sustituto de la observancia religiosa y la aspiración de santidad, en tanto permitía un ideal de vida ceñido a un código moral sin necesidad de someterse al rigor y las renuncias que exigía la fe. Llegó en el momento justo, pues, por entonces, las indulgencias religiosas eran mercaderías cotizadas y ese fue uno de los reparos mayores de los reformistas, luteranos en particular. La virtud religiosa declinaba y, con la fama, se generalizaba la posibilidad de construir una imagen pública acorde con nuevos ideales de comportamiento: la obtención y sostenimiento del buen nombre fue, desde el otoño de la Edad Media, asunto mayor de los privilegiados hasta convertirse en una obsesión social bien reflejada en la literatura o el teatro, pero no menor para las emuladoras clases populares. Pruebas de nobleza aparte, acabó por convertirse en símbolo de probidad, franqueza y confianza en los negocios y en la palabra dada, retrato de una persona a la luz de la relación con sus semejantes. La diosa latina Fama difundía rumores difamantes o elogiosos, poco importaba, y había, pues, que defenderse de sus embates con las armas de la verdad y el honor, pues el buen nombre se perdía con ligereza pero se restauraba con arduos esfuerzos. Hasta ahora...

La marca de automóviles alemana que trucó los resultados de sus emisiones, engañando a buena parte de sus clientes y contaminando el aire que todos respiramos sigue figurando entre las más vendidas de Europa; este año ha batido su récord de ventas y en muchos países (el nuestro, por ejemplo), su prestigio parece haberse incrementado. La presentadora de televisión que plagió párrafos enteros de un libro que firmaba y no escribió sigue liderando la audiencia televisiva de las mañanas. Los periódicos se abarrotan a menudo de imágenes de comilonas protocolarias donde codo con codo se fotografían sus responsables con personajes imputados en delitos, chanchullos y prebendas, sin que nadie parezca arrugar el gesto, risueños todos. El partido político imputado en tramas mafiosas para hacerse con dinero público y que concurrió a algunas elecciones dopado con ese capital sigue gobernando este país y esta comunidad autónoma, a veces con holgura. En Cataluña ganó las elecciones el partido equivalente, el de toda la vida. Y en Andalucía. Un máster universitario certifica capacidades y talentos pero solo demuestra que, en un determinado momento, se contó con dinero para obtenerlo...

¿De qué sirve el prestigio, la honra, la reputación? ¿Para qué la fama hoy día? Decía Debbie Allen en aquella serie ochentera del mismo nombre que la fama cuesta y en aquella escuela iban a empezar a pagar. Tenía razón: la fama se compra y se vende. Y se exhibe como otra propiedad. Una vez más, se comercia con una virtud de saldo y, por ello, la fama cotiza a la baja.
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