30/06/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Desde principios del pasado año se ha avivado el interés por la despoblación en España. Por una parte, han sido publicados sesudos estudios, han celebrado diversos encuentros las instituciones, y notables narraciones nos han acercado un mundo rural que agoniza. Entre estas últimas, cabe destacar ‘La España vacía’, de Sergio del Molino, sobre un territorio con una población sin posibilidades de renovación generacional, en tierras de Aragón y de la Castilla oriental; con otro testimonio, de impronta oral, ‘Palabras mayores, un viaje por la memoria rural’, Emilio Gancedo abriga el propósito de que permanezca al menos la memoria de una rica tradición cultural, nutrida durante siglos por el cotidiano vivir.

Una de las conclusiones de la sexta reunión de presidentes autonómicos, convocada por el anterior jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy, y celebrada en enero de 2017, fue la elaboración de «una estrategia nacional contra la despoblación». No contó entre sus participantes, por primera vez, con una representación de Vascongadas ni de Cataluña. Por mencionar otra iniciativa institucional, con repercusión informativa, el parlamento autonómico de la región de Castilla y León convocó a los colegas, representantes de otros territorios, el pasado catorce de abril, para reflexionar sobre el futuro de la Unión Europea y la despoblación.

No faltan convocatorias, en las que se aúnan el conocimiento y la representación política, como la celebrada el pasado día 12 en Astorga, y que estuvo coordinada por el catedrático Lorenzo López Trigal. Los profesores intervinientes fueron desmenuzando, con estadísticas y análisis solventes, tanto la situación histórica de la despoblación, como sus causas. Dado que comparecieron representantes locales, provinciales y regionales, también hubo algún apunte sobre actuaciones encaminadas a intentar frenar el abandono de los pueblos, o sobre el insalvable, por ahora, reto de implantación en ellos de las nuevas tecnologías. En esta jornada astorgana, mereció especial atención la despoblación que directamente nos atañe; ha estado avalada por la publicación, en 2017, a cargo de la ULE, de esclarecedores ensayos, bajo el título ‘Diagnóstico de la Provincia de León’.

En los ámbitos nacional, regional, incluso local, como podemos apreciar no faltan reuniones, reflexiones, solventes estudios, sobre cómo se despuebla una parte de España, mientras otra acrecienta su número de habitantes. Los datos son tan fríos, como candente y dolorosa la realidad que los sustenta: de los 8.125 pueblos con que cuenta la nación casi 4.000 tienen menos de 500 habitantes, y, de persistir la actual tendencia, la mitad de los existentes en León quedarán deshabitados en un periodo de 20 años. En nuestro propio entorno, en núcleos rurales de El Bierzo, Maragatería, Cepeda… comprobamos, día a día, cómo va muriendo una población, envejecida, y se echa en las casas definitivamente la aldaba; con su negativa incidencia, también, en las cabeceras comarcales. Siente uno que caminamos, irremisiblemente, hacia esa desolación, novelada, de Pedro Páramo, en la mítica población de Comala.

¿Es la despoblación uno de los problemas, fundamentales, acaso el esencial de la España actual? Podríamos convenir que sí. ¿Lo ha tenido o tiene entre sus prioridades algún gobierno de la nación?; ¿y ejerce su responsabilidad en articular, diseñar, llevar a efecto unas actuaciones eficaces, más allá del galimatías y la pirotecnia que suponen las iniciativas dispersas, regionales o locales? Desafortunadamente, no. A los parlamentarios nacionales, y al Ejecutivo, les viene ocupando sobremanera la amenaza de desvertebración por parte de secesionistas, el cómo domeñar una situación que se muestra desbordada por transferencias indebidas y que han provocado una desigualdad entre los españoles cada vez más acusada, en razón de la taifa que se habite.

Dado que la despoblación es una cuestión nacional, deberían ser sus máximos organismos, el Parlamento y el Gobierno, quienes, en primer lugar, abordasen, planificasen, para evitar la desaparición de un modo de vida y una cultura ancestrales. Y que tuviese tal desvelo su plasmación preferente en los presupuestos anuales. Se acaban de aprobar los correspondientes a este ejercicio en el Congreso, con el escarnio de un nuevo privilegio, en inversiones, dotaciones, etc., para unas provincias, Vascongadas, que cuentan con unas prestaciones y nivel de vida muy superior a otras regiones españolas. La despoblación, para cuyo ‘tratamiento’ el Gobierno se había comprometido a presentar un informe en enero de este año, permanece en el limbo.

Ante unos servidores públicos encapsulados en sus parcelitas, la política española transita ajena al significado, y significación, de lo que es una nación; la abocan a caminar sin retorno por una espinosa senda, en la que los problemas que acechan a una parte de los territorios se soslayan, mientras que las peticiones de otros, como provecho oportunista, o de imposible encaje constitucional, son atendidas con una permanente humillación. Se desentienden de la España relegada, de la que no alza la voz y les sirve de ‘muelle amortiguador’.
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