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La ciudad tapada

22/11/2020
 Actualizado a 22/11/2020
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Aparte la visible y la invisible, lados de un mismo espejo, se opaca entre ellas otra cara de ese poliedro que es la ciudad. Muchos la sospechan pero pocos llegan a adentrarse en la extensión de esta ciudad, velada por sus ceremonias y rutinas. En su interior se levantan construcciones incorpóreas pero mucho más sólidas que cualesquiera otras, pues han resistido siglos de convulsiones, mudanzas y equilibrios. Sus sillares, columnas y techumbres se han dispuesto año tras año a base de tramas e ilaciones insospechadas, discretas, fundamentando la que recorremos, habitamos y consideramos forma auténtica de la ciudad. Qué error. La que podemos ver solo recubre (y encubre) los órganos que laten en ella, son su corteza, la sábana del cadáver.

Los intereses de esa ciudad fingidora no trazan urbanismos, pero reptan sin apuro de salones iluminados a lóbregos prostíbulos. Y, por supuesto, se deslizan también dentro de algunos de sus edificios más notorios y monumentales, parte de su armazón más antiguo. Comandantes, eclesiásticos, jerarcas y gerifaltes se han asistido unos a otros a lo largo de centurias sin que apenas hayan cambiado las formas de esa pleitesía mutua. Con frecuencia ellos y sus nuncios, vicarios y administradores se desprecian mutuamente, e incluso llegan a odiarse quienes componen el mismo sanedrín, pero reaccionan ante cualquier desviación como un solo ser, el cuerpo de la ciudad que ellos encarnan, de la que se sienten dueños y guardianes. No son, con todo, quienes gobiernan, pues las riquezas cambian de mano y han de plegarse a ellas, estén donde estén: en esa maleabilidad reside, precisamente, su poder. Solemnidades, protocolos, desfiles, estrenos y dádivas los convocan, pero en esas ocasiones apenas se perciben murmullos disonantes entre tanta apariencia. Agasajos y banquetes emplazan la ciudad del fingimiento, disimulada en actos benéficos, culturales o laudatorios. Se homenajea cuando no comporta riesgo alguno reconocer una trayectoria inofensiva. La vejez y el doblegamiento se gratifican.

Regocijados en la eficacia de sus ordenamientos y mandato, advierten a sus señores de negocios que les harán más ricos o poderosos, pues con ello se perpetúa su prevalencia. Mensajería innecesaria para quienes escuchan con los mil oídos que han comprado. La ciudad entera les ofreció sus sentidos desde el comienzo como forma de convertirse en un solo individuo capaz de extirpar a quienes considere perniciosos o, simplemente, discrepantes.

Los acontecimientos de esa ciudad disimulada rara vez se encuentran entre los hechos que sobre ella se ofrecen diariamente al escrutinio público. De haberlas, las novedades están supeditadas a una reserva que sus protagonistas encauzan a lugares que nadie sino ellos frecuentan. Al resto brindan anécdotas y nimiedades reiteradas año tras año desde aquel principio brumoso. Más que tapado, todo está atado.
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