Kaufmann y Barenboim rejuvenecen ‘Carmen’

El clásico de Bizet inauguraba la temporada en La Scala en 2009 en una arriesgada producción de Emma Dante, protagonizada por el tenor alemán, que este jueves emite Cines Van Gogh

Javier Heras
20/01/2022
 Actualizado a 20/01/2022
Jonas Kaufmann y Anita Rachvelishvili en un momento de la representación de ‘Carmen’ en La Scala.
Jonas Kaufmann y Anita Rachvelishvili en un momento de la representación de ‘Carmen’ en La Scala.
Para abrir boca de la temporada de ópera y ballet en las salas, Cines Van Gogh recupera este jueves 20 de enero una legendaria producción de 2009 desde La Scala: ‘Carmen’, con la batuta del argentino-israelí Daniel Barenboim. Para los espectadores supone la oportunidad de reencontrarse con varias de las mayores figuras de la escena actual, por entonces jóvenes en ascenso: el tenor alemán Jonas Kaufmann (que ya brillaba por su elegancia y por su uso de la media voz), el barítono uruguayo Erwin Schrott y la mezzo Anita Rachvelishvili. A sus 25 años, la georgiana acababa de graduarse en la academia de la compañía milanesa y de ser premiada en el concurso Leyla Gencer. De voz ágil y aterciopelada, se presentó a las audiciones para el papel secundario de Frasquita, pero el mismísimo Barenboim la eligió como protagonista.

El teatro de la capital lombarda no inauguraba su temporada con la obra maestra de Bizet desde 1984 (con Claudio Abbado, Shirley Verrett y Plácido Domingo). En 2009, un cuarto de siglo más tarde, de nuevo el 7 de diciembre (día de Sant’Ambrogio, patrón de la ciudad), se encomendaba a una directora novel: Emma Dante (1967). La dramaturga y cineasta siciliana afrontaba su primera producción lírica después de más de una década en el teatro de vanguardia, con su Compagnia Sud Costa Occidentale. Su controvertido enfoque, oscuro, violento y lleno de simbolismo católico, plantea a la cigarrera como el reverso femenino de Don Juan. La acción se traslada a una Sicilia intolerante y supersticiosa, sin rastro de folclore ibérico. La acertada iluminación emplea los claroscuros para definir los espacios. Provocó división de opiniones en el auditorio, que sí ovacionó durante quince minutos al elenco y a la orquesta, intensa y contundente pero nunca pesada.

Como tantas obras maestras, ‘Carmen’ tuvo que reponerse de un primer batacazo. En 1875, a los asistentes de la Opéra Comique de París les desconcertó la amargura de su «trama inmoral». Lo contaba el libretista Halévy en una carta: «En el primer intervalo, mucha gente acompaña a Bizet. Tras el segundo acto las felicitaciones son más forzadas. Después de un tercer acto indiferente y un cuarto glacial, solo un par de amigos permanecen fieles, con tristeza en los ojos».

Una década después, se convertiría en la ópera más popular del mundo, como había pronosticado Chaikovski. Y hoy continúa como una de las favoritas de los directores de escena, pues admite lecturas variopintas, del minimalismo de Peter Brook al flamenco de Carlos Saura, sin olvidar la película de Otto Preminger ‘Carmen Jones’. Lo tiene todo: una música imperecedera, de entusiasmo contagioso, y un argumento realista. A partir del melodrama del trotamundos Prosper Mérimée (publicado por entregas en 1845 y basado en un viaje por España), Halévy y Meilhac elaboraron un texto que se podría representar como obra de teatro y seguir funcionando, gracias a su sentido del ritmo, afilados diálogos, ironía y, ante todo, a sus protagonistas. ‘Carmen’ perdura como arquetipo de la libertad femenina, leal a sus principios hasta la muerte, y aún más complejo resulta Don José, soldado honorable que se obsesiona con ella hasta perder la cabeza.

Por su parte, Bizet desplegó sus mejores dotes: melodías extraordinariamente pegadizas, llenas de gracia y claridad; una instrumentación refinada con sabor mediterráneo; sentido del dramatismo en escenas como el desenlace; grandes momentos corales, bailes, números cerrados que van de lo humorístico a lo trágico, diálogos que encajan con naturalidad… Las voces caracterizan la psicología de los personajes (la sensualidad de Carmen y sus danzas; la inocencia inicial de Don José, que poco a poco deriva en estridencia, paralela a su resentimiento). Al genio francés (1838-1875) no le dio tiempo a crear escuela: murió a los 37 años de una angina de pecho, sin haber conocido el éxito. Pero su influencia ha sido poderosa. Brahms dijo que «iría hasta el fin del mundo a abrazarlo». Y Shostakovich (!) se basó en la ‘Habanera’ para aludir en su Quinta sinfonía a una amada que lo había abandonado para mudarse a España.
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