Juanjo Artero conoce de sobra los escenarios leoneses. Por ellos se ha dejado caer en más de una ocasión y ahora a ellos regresa, concretamente al del Auditorio ‘Ciudad de León’ (hoy, 21:00 horas, entradas a 23 euros), para consagrarse a la interpretación de una comedia agridulce, ‘La velocidad del otoño’, junto a uno de los monumentos de la interpretación nacional, Lola Herrera. Cuenta Artero que hace ya trece o catorce años se le acercó la actriz vallisoletana para felicitarle por su trabajo y sugerirle la posibilidad de trabajar juntos. «No sabía dónde meterme. Me puse tan nervioso que corrí a llamar a mi madre», confiesa el actor madrileño. Poco después iniciaban los ensayos de ‘Seis clases de baile en seis semanas’, una puesta en escena de la exitosa Tamzin Townsend a partir de una obra de Richard Alfieri que pemaneció activa de 2007 a 2010, algo inusual en el teatro español. La trascendencia de aquel montaje se basaba en la complicidad de sus dos protagonistas y que ahora vuelve a servir de guía a ‘La velocidad del otoño’, original de Eric Coble y dirigida por Magüi Mira. «Creo que entre nosotros hay mucha química. Ella es una persona muy generosa y lo está demostrando continuamente en escena. Ella da y da y da… No sé si yo ya a Lola le aporto algo, tendrías que preguntárselo a ella, pero no para de dar y yo siempre aprendo algo nuevo en cada función. Además, Lola Herrera es una persona realmente maravillosa más allá del escenario, y ahí también nos entendemos muy bien». Ambos actores han huido de la mecanización y la rutina en su vinculación con ‘La velocidad del otoño’, lo que mantiene vivo el latir de una obra que, sin renunciar al humor que la empapa, habla de cosas muy serias. «Esa es la función del teatro. Por un lado, entretener, conseguir que el espectador disfrute y se lo pase bien con lo que está viendo. Y por otro, que reflexione sobre lo que se le sugiere desde el escenario. El teatro, cualquier arte en definitiva, cumple con esa misión de despertar la emoción del espectador, atrayéndole e invitándole a la reflexión». El público es, sin duda alguna, una de las claves del oficio actoral, al menos para Artero. «Siempre está ahí. Da igual en qué formato trabajes, siempre acabas encontrándote con él. En teatro, además, se le siente, se le nota. Yo no podría concebir mi profesión sin su presencia. El acaba siendo el destino de lo que hago. Y aunque sólo haya una persona, aunque sean ensayos para unos pocos, yo necesito que esté ahí. El público me pone».‘La velocidad del otoño’ propone muchos mensajes. Quizás, el más evidente tenga que ver con la realidad de nuestros mayores, con las dificultades que muchas veces encuentran para abordar su propia vida, con el deseo que desprenden de afrontar el futuro, pero también la obra encierra otros muchos matices, como las relaciones que se establecen entre padres e hijos, aquí representados por los dos únicos personajes que la recrean: una mujer casi octogenaria que se atrinchera en su piso, armada de un cóctel Molotov, para evitar acabar en la residencia que sus hijos la han buscado y un hombre, hijo de aquella y ausente durante mucho tiempo de su vida, que se cuela en la casa para tratar de convencerla. «Tenemos que escuchar a nuestros mayores. Ellos son la sabiduría. Es gente que sabe qué quiere para su vida y a veces la propia sociedad les ningunea. Ahí están sus pensiones, insuficientes en muchos casos para garantizarles una calidad de vida. Son personas que se merecen nuestro respeto. La obra, al final, habla de esto a través de un texto lleno de poesía que invita a la reflexión sobre el papel que la sociedad brinda a nuestros mayores. Es una obra que a todos nos llega».
«Nunca sé lo que va a pasar sobre el escenario y en eso reside la grandeza del teatro. Por eso, yo siempre abordo la función como si fuera la primera vez, lo que permite que sigan aflorando emociones de toda clase», insiste Juanjo Artero a propósito de un medio, el escénico, que idolatra y reivindica.