Javier Camarena vuelve a poner en pie el Teatro Real

Con ‘I puritani’, canto de cisne de Bellini, el tenor mexicano se coronó en Madrid junto a la soprano Diana Damrau, una grabación en directo que este jueves recupera Cines Van Gogh

Javier Heras
24/02/2022
 Actualizado a 24/02/2022
El tenor mexicano Javier Camarena durante la reperesentación de ‘I Puritani’ de Bellini. | JAVIER DEL REAL
El tenor mexicano Javier Camarena durante la reperesentación de ‘I Puritani’ de Bellini. | JAVIER DEL REAL
El  Teatro Real tenía una deuda con ‘I puritani’. Fue la segunda ópera que presenció en toda su historia, después de ‘La favorita’, en diciembre de 1850, pero desde su reapertura en 1997 no se había representado. Por fin se hizo justicia en verano de 2016, fecha de esta grabación que Cines Van Gogh retransmite este jueves a las 20:00 horas. Sobre las tablas, dos de los solistas más destacados del bel canto actual: la soprano alemana Diana Damrau (conocida como la Reina de la Noche de Mozart) y el mexicano Javier Camarena, único capaz de discutirle el trono de los tenores ligeros a Juan Diego Flórez. Volvía a Madrid después de su histórico bis en ‘La hija del regimiento’, y dominó un papel difícil gracias a su timbre, el gusto de su fraseo y legato o sus valientes sobreagudos. Dirigió la escena un especialista en el repertorio italiano como Emilio Sagi, que para huir del realismo apostó por la monocromía: vestuario gris y paredes negras de cristal, símbolo de la fragilidad de la protagonista.

‘I puritani’, última obra de Vincenzo Bellini (1801-1835), se estrenó por todo lo alto en París en 1835. El genio siciliano venía del fiasco de ‘Beatrice di Tenda’ y necesitaba un éxito rápido. Por eso se mudó a la capital francesa, centro intelectual de Europa y hogar de Liszt, Berlioz, Chopin, Victor Hugo o Dumas. Su burguesía floreciente llenaba los teatros; las leyes favorecían los derechos de autor, y no había mejores orquestas.

Su admirado Rossini, ya retirado pero todavía una eminencia, le consiguió un encargo del Théâtre-Italien. El autor de ‘Norma’ se lo tomó tan en serio que le dedicó casi un año y se reservó la elección del argumento. Adaptó junto al poeta italiano Carlo Pepoli la obra de teatro ‘Têtes Rondes et Cavaliers’, que había triunfado pocos meses atrás. Contenía todos los tópicos románticos: la mujer débil, el aria de locura, el escenario de moda (la brumosa Escocia de Walter Scott). Este romance imposible se sitúa en la guerra civil inglesa (1642-1651) entre los realistas -partidarios de la casa Estuardo- y los puritanos, defensores de Oliver Cromwell, que se alzaron contra el rey Carlos I por su decisión autocrática de disolver el Parlamento. Lo de «cabezas redondas» (têtes rondes) se debía a que el bando rebelde se nutría de las clases obreras, que llevaban el pelo corto, frente a la melena de los monárquicos, que iban a caballo (cavaliers).

Aunque al libreto le falta gancho y desarrollo, Bellini lo compensó con una música hipnótica. La última de sus diez óperas potencia todas sus virtudes. Su don para la melodía recorre la partitura, desde la emotiva ‘A te o cara’ hasta ‘Credeasi misera’, ambas del tenor. Las cantinelas, largas y delicadas, dan la sensación de tiempo detenido. Sobre una armonía sencilla, la voz asume el protagonismo, con pasajes virtuosos (trinos, adornos) que sin embargo no perjudican al clima intimista porque se concentran en pocos momentos. Por ejemplo, la famosa escena de locura (modelo de la posterior ‘Lucia di lammermoor’), que ilustra la demencia con rápidas escalas descendentes.

El cuidado de la instrumentación (que describe la tormenta, la salida del sol, la guerra) y los abundantes coros buscaban agradar al público francés, pero también mostraban cómo Bellini renovó el lenguaje y –tímidamente, a su manera– abrió caminos. Buscó una continuidad musical que rompiera los números cerrados y resultara más creíble (por ejemplo, un aria acaba como cuarteto cuando se van sumando otras voces). Los recitativos, muy elaborados, se acercan al arioso. Y el dúo heroico Suoni la tromba, con su mensaje político libertario, sus dos voces graves al unísono y ese coro que grita «libertad», anuncia el estilo de Verdi. El autor de ‘Aida’ también se fijaría en el recurso de comenzar algunas escenas desde bastidores, fuera de campo.

‘I puritani’, pese a su renacimiento en los años 50 gracias a Maria Callas o Joan Sutherland, no goza de la presencia que merece; y eso solo se debe a la dificultad de encontrar cantantes a la altura. El estreno en 1835 puso un listón inalcanzable: la soprano Giulia Grisi (primera Adalgisa en ‘Norma’), Giovanni Battista Rubini (tenor más influyente de su siglo), el barítono Antonio Tamburini y el bajo Luigi Lablache. Bellini casi no lo creía: «He estado días como atontado», escribió. «Ver a un público normalmente frío –parece que teman mancharse los guantes por aplaudir– alcanzar tal griterío hace que se me doblen las rodillas». Se representó 17 veces esa temporada, y lo condecoraron con la Legión de Honor. Apenas ocho meses más tarde moriría por una infección gástrica, con solo 34 años.
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