24/01/2021
 Actualizado a 24/01/2021
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Dentro de unos años no quedará nadie sin haber hecho el Camino de Santiago. Se le apoda milenario y, como a las cosas de ‘la tradición’, inmutable, pero la peregrinación a Santiago ha cambiado en poco tiempo hasta hacerse irreconocible. Muchos lo afirman ya abiertamente: saturación y sobreexplotación están a punto de ahogarla de éxito. Hace apenas tres décadas –y hablo por experiencia– caminar a Compostela consistía un poco en esfuerzo físico y un mucho en eventualidad, peripecia, autenticidad. Sin albergues dignos de tal nombre (recuerdo dormir en un polideportivo, una palloza, una casa en ruinas, una escuela abandonada…), con merenderos al asalto y algún escamoteo frutal, frecuentes extravíos a falta de señales y sendas y gentes aún asombradas de las rarezas de los foráneos, peregrinar no dejaba de ser una actividad peregrina. Lo peor de ello fue corregido y hoy día una red de albergues dignos, mesones decentes, señalización copiosa y, eso sí, paisanos aburridos de ver pasar mochileros, pretenden convertir el afán caminero en una actividad digna y serena. Pero con todo, asomó el negocio y se fue más allá, siempre se va más allá en el provecho de lo célebre hasta convertirlo en algo burdo, al borde del ridículo. El camino está punto de degradarse hasta convertirse, si no lo es ya, en una vulgaridad.

No sería la primera vez que sucediera, pues a su declive y a las críticas históricas que suscitó antaño (erasmismo, protestantismo, Ilustración...) siempre subyació un cierto hartazgo de época. Ahora, el papa ha concedido dos años santos compostelanos seguidos, este y el siguiente, y se avecinan promociones, eventos, certámenes y demás apaños que pondrán a prueba una vez más la resistencia de su condición. Una recomendación: no peregrinen en año santo, salvo que les gusten las romerías y el bullicio.

Valga como ejemplo el empecinamiento del ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza en manosear el entorno de la llamada ‘cruz de ferro’, uno de los elementos más genuinos y aún indemnes de la vía francígena. Ya lo intentaron y vuelven a la carga con el ánimo de desnaturalizar lo que allí es virtud: el ‘despojamiento’ (así titulé contra la anterior propuesta, el 1 de marzo de 2020). El proyecto se defiende diciendo facilitar el acceso peatonal, proporcionar un área de descanso y zonas para la meditación y contemplación del paisaje, una torpe descripción precisamente de lo que ya es ese lugar sin necesidad de nada más. La invasión de plataformas-altares, cipreses y demás menaje cementerial y urbanita solo desvirtuará el lugar para hacerlo uno más, despojándolo de su autenticidad, degradando su sentido. Otro más, otra vez. Resulta, por fin, revelador que cuando el mundo rural de esa España vacía por la que tanto se clama, reforma algo, lo ‘moderniza’ a base de imitar burdamente lo urbano en lugar de mantener sus propios valores. Lo mismo en el Camino: deja de ser camino para convertirse en una ruta turística más.
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