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Infamia mundial

27/11/2022
 Actualizado a 27/11/2022
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Por más que le doy vueltas no entiendo lo del Mundial de Catar. No comprendo qué interés pueda tener para ese país la organización de un evento deportivo con tan alto coste a cambio de la contrapartida que están recibiendo. Dicen que es publicidad, la atención internacional, pero ¿qué publicidad y qué atención? Hablamos de un tipo de publicidad; la mala, sin duda. Aquella que perjudica los intereses de quienes han pagado este costosísimo anuncio retransmitido varias horas al día a todo el planeta durante varias semanas. No cabe interpretarlo sino como un fiasco, una mala inversión. Sé que los tipos que gobiernan el país y amasan una riqueza cuyo único mérito consiste en sentarse encima de enormes acopios de pudrición de organismos remotos no saben qué hacer con sus ingresos. Soy consciente de que su enorme fortuna les permite cualquier despilfarro y eso hacen. Pero ¿pagar para obtener una mala fama global? Parece una broma.

No es la primera vez que ocurre y nunca sale bien. La Alemania de Hitler o la Argentina de Videla lo intentaron, pero estos son países conocidos por todo el mundo y lo que sucedía en ellos estaba en boca de todos. Catar era un desconocido, apenas una protuberancia anónima del mapa que pocos lograban situar y mucho menos caracterizar como ahora hacemos, como el territorio medieval donde cualquiera que no haya nacido varón y con los privilegios del país solo está llamado a servir y rendir pleitesía, sean mujeres, homosexuales, extranjeros o un largo etcétera de exclusiones. Todos sabemos ahora cómo se las gastan y lo odiamos un poquito cada vez que vemos una noticia sobre el campeonato de fútbol, gracias al poder multiplicador de los medios de comunicación y las redes. Era preferible la discreción, pero son nuevos ricos y quizás no sepan qué es. Lo prueba el aspecto de sus ciudades.

Tampoco sorprende a nadie lo que consigue el dinero: estadios con un muerto sobre otro, comparsas y aficiones falsas... Sabemos que con dinero se obtiene hasta la más ridícula cosa, se doblegan voluntades y se aparcan compromisos, éticas y esos valores que se dicen propios de siempre, léase el ‘fair play’. A nadie sorprendió tampoco que las sospechas de la concesión mediante soborno de este Mundial se confirmaran, acostumbrados como estamos al nivel de corrupción de los dirigentes del ‘deporte rey’. Cuando los equipos acuden y los futbolistas se callan no nos sorprendemos, ni tampoco cuando renuncian al simple gesto de llevar un brazalete ante la aterradora amenaza de una tarjeta amarilla. Cuando Infantino, el jefe del colosal chiringuito, afirma que se siente catarí tiene razón, es uno de ellos. Nada nuevo. Pero llama la atención la pésima idea que ha colocado a un país en el foco, expuesto a tan merecida reprobación en todas las pantallas. Solo se entiende desde el punto de vista de Elon Musk: compro este juguetito (Twitter, un Mundial…) porque puedo y porque me importa un bledo que todos conozcan lo gentuza que soy.
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